«Las religiones son producto del miedo y no me gusta que me asusten, ni en el cine». -Isela Vega.
Por: Amira Ortiz | @unazuara
«Yo tengo la culpa de que tú seas mala», canta una voz femenina en su rendición a un bolero clásico. Es la antesala al origen. Matea, huérfana criada entre monjas, es insurrecta. Cuando cualquier muestra de curiosidad se toma por desafío, sigue una escalada de provocaciones y castigos. El fuego se alimenta del rechazo. Estas imágenes de una niña y adolescente «precoz» contrastan con la primera aparición de la Matea adulta, que ahora dedica su labor a la casa de Dios. Pero si desde su título, La viuda negra (1977) ya coloca al personaje bajo cierta concepción de lo femenino, las dudas en torno a su «reformación» se potencializan en la piel de su actriz protagónica: Isela Vega.
En la cinta dirigida por Arturo Ripstein, Matea, recién llegada a un pueblo, es la nueva ama de llaves de la iglesia del padre Feliciano (Mario Almada). Y aunque su gesto y su tono -que nunca está colocado en lo tímido o lo ingenuo- guardan las distancias, su imagen se percibe de otra manera. Y es que Matea es una mujer hermosa y joven. En una comunidad conservadora e inherentemente hipócrita, su presencia despierta algo más que las miradas. El primero en hacer vocal su interés en ella es el Doctor (Sergio Jiménez) del lugar. Aunque Matea no busca una relación, tras la insistencia del Padre, al juego de momento a solas en la farmacia del Doctor sigue una cita.
En el cine de Ripstein, el deseo trae consigo la tragedia y el castigo. En las películas del director mexicano la sexualidad nace y vive en el centro del prejuicio y la violencia. Matea recibe las palabras, las caricias y los besos del Doctor, y es clara en los límites. A la defensa física y verbal ante la amenaza de una violación sigue la rabia, manifestada en su rostro y voz. Un reclamo que termina por ahuyentar al hombre que ignora el no por respuesta. La no consumación de una violación es un escenario poco habitual de las exposiciones sobre estos temas en el cine mexicano de la época. Se trata también de una representación clave del carácter de los personajes de Vega: mujeres que se resisten al silencio.
Pero el guión basado en la obra teatral Debería haber obispas, de Rafael Solana, presenta las consecuencias que pesan sobre la imagen de la mujer. En la dinámica del pueblo chico/infierno grande, el Doctor esparce un rumor. Matea no es quién él creía. Una joven respetable no debería vivir sola bajo el mismo techo que un hombre, mucho menos si este dedica su vida a servir a Dios. Ante el escarnio público, aún cuando esto signifique ponerse en contra de sus feligreses, el Padre resulta el único defensor de la protagonista. Por los antecedentes, es de inferir que en la vida de Matea, Feliciano es también la primera persona que la ha defendido. Además de ser el único que ha presenciado la vulnerabilidad que guarda su compuesto exterior.
Esta situación representa un doble punto de inflexión. Matea y Feliciano se convierten en parias de la comunidad al mismo tiempo que surge la atracción entre ambos. Si la pasión en el mundo Ripstein es desborde, el punto de fuga en La viuda negra también es refugio y unión. En la cinta incluso lo llamarán «amor», uno que nace y se consuma en la Casa del Señor. Si bien la exposición física en las escenas de sexo es mayor en el caso de Vega, es de señalar que la cámara también retrate su rostro, la expresión de saberse mirada y deseada, y de corresponder. Importa su placer. Y esta aproximación a los temas le costó la censura a la cinta. «No es una película que yo contenga, es una que no creo que el pueblo esté capacitado para verla», justificó la infame Margarita López Portillo, entonces encargada de la Comisión de Radio, Televisión y Cinematografía.
El encuentro entre Matea y Feliciano es el de dos personas conscientes del entorno que navegan. El Padre «Feliz» conoce la otra cara de los rostros devotos y su lugar en la estructura eclesiástica. Ella, que desde la crianza ha padecido no cumplir con las expectativas de una conducta irreprochable, lo entiende. Él como mensajero, ella como servidora; ambos aprisionados. Pero el idilio tiene los días contados y un evento dramático devela la cara más cruel de los hombres y mujeres del pueblo.
Si el castigo a sus pecados es el exilio, ahora Matea reclama como suyo al único espacio que le queda. Ese mismo que siempre la rechazó. No se trata de la posesión material, sino de la herencia del poder. En la piel de Vega, Matea «obispa» construye su venganza en la culpa y el miedo de los feligreses. Pero en este infierno terrenal, el cinismo pesa lo mismo que la verdad.
La viuda negra está disponible en FilminLatino.

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