Women We Love #FICM2022: Natalia Beristáin y Ruido

Por: Daniela García Juárez | @danigcjrz

Entre críticos y espectadores, se ha catalogado el nuevo largometraje de la directora mexicana Natalia Beristáin, Ruido (2022), como una docuficción. La recreación de momentos conocidos ante el ojo público, como la iconoclasia incorporada a las marchas feministas de los últimos años y la toma de las instalaciones de la CNDH, es de una precisión tan impecable, en términos visuales y sonoros, que la espectadora promedio podría cuestionarse, en varios puntos de la trama, si se trata acaso de una filmación guerrillera, o si solo es solo una dramatización hiperrealista de los hechos que le son familiares. 

Fotografía: Andrea Rendón

Para lograr esta fidelidad, Beristáin no se vale de un naturalismo técnico y dramático al estilo de películas como Manto de gemas (Natalia López Gallardo, 2022) o Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2021), que también abordan el tema de la desaparición forzada en nuestro país, o incluso de su ópera prima No quiero dormir sola (2012). En Ruido, el estilo fotográfico de Dariela Ludlow ya visto en Los Adioses (2017), que descubre a una cámara presente, meticulosa y preparada, crea una distancia brechtiana que trae al territorio de lo consciente la ficción que tenemos delante. Sumados a la estilización sonora, la estructura de viaje del héroe, y actuaciones simbólicas, cargadas de intencionalidad y proyección, hacen de Ruido un caso atípico: hermana del documental en el fondo, pero cercano a la ficción más tradicional, heredada de la institución estadounidense, en su forma.

En todo caso, el estilo escogido por Beristáin podría dar pie a preguntas respecto al lugar que ocupa la película en medio de un mar de representaciones cinematográficas, realistas o naturalistas, de la violencia que se vive en el país. Dijo Alejandro G. Iñárritu, en la conferencia inaugural de la surrealista Bardo (2022): “A mi ya no me interesa la realidad (en referencia a la distancia estilística de Bardo con Amores Perros) […] Creo que el cine nos brinda las posibilidades de imaginar la vida de otras maneras”. Un par de días después de tal aseveración se estrena Ruido, película que no solo retoma el valor de la representación de la realidad en el cine, sino que lo abraza como estandarte y sello del nuevo peldaño en la trayectoria de su directora.

Fotografía: Andrea Rendón

Decir que Ruido es una docuficción es una descripción superficial y una conclusión falaz a partir de los elementos aislados que la conforman. Sumado a la recopilación hiperrealista de situaciones contemporáneas en el imaginario colectivo, Beristáin se permite crear momentos de verticalidad retórica, que juegan con el símbolo y la metáfora aislada. La poesía.

Uno de los momentos que refiero es la secuencia de las madres buscadoras. Tras un corte a negros, vemos los rostros de mujeres que pertenecen a asociaciones de búsqueda reales, apareciendo una tras otra en primer plano, mirando directamente hacia la cámara sin decir nada. De manera inmediata se podría pensar que se trata de una división entre la ficción y el documental, como lo hace Ruizpalacios en Una película de policías (2021), y que, a partir de ese momento, veremos un reportaje no-guionizado de experiencias reales de las madres buscadoras. Pronto se revela que el reportaje es diegético y está siendo realizado por Abril, una periodista dentro de la trama. Aún así, la secuencia mantiene la esencia de rompimiento brechtiano que recuerda: incluso dentro de una ficción, cualquier parecido con la realidad no es simple coincidencia. 

Fotografía: Andrea Rendón

El segundo recurso que señalo es una escena que evoca a Marcela Arteaga en El guardián de la memoria (2019): como la imagen de los objetos de víctimas que se extienden descontextualizadas e infinitas sobre el desierto, así la madre de una hija desaparecida camina en medio de la llanura, donde el vacío frente a ella se presenta desolador, como la falta de respuestas y la desesperanza; el pasado perdido y el futuro incierto que se avecinan y se convierten en un limbo, el limbo de tener a un ser querido desaparecido. Con esto, Beristain enuncia uno de sus temas más contundentes sin tener que nombrarlo: el mundo sigue corriendo, pero para los familiares de las víctimas se ha detenido para siempre y no hay salvación pronta ni fehaciente. Después de la desaparición, para muchas familias de México, solo queda el desierto.

Esta imagen se repite en el momento final de la película, cuando Julia y Ger se encuentran en medio de la llanura. Ger ahora viste un atuendo característico del bloque negra, y su mamá acaba de estar en una marcha feminista tornada en represión. Y aunque lo último que vemos de la marcha fue la violencia recibida, el realismo con el que Natalia capta la fuerza de la hermandad y el fuego de la marcha, dejan una huella más profunda. Cuando Julia y Ger se encuentran, se dialoga entre estas escenas, y Natalia entrega el promisorio reencuentro que la estructura de su guión sugiere, pero que la realidad a la que jura lealtad no le permite: es improbable que bajo las circunstancias de la trama, el personaje de Ger apareciera con vida, si lo hiciera, Ruido se alejaría de la incómoda verdad que le interesa representar. En su lugar, Natalia sugiere el encuentro simbólico entre la pérdida individual y el legado de la lucha colectiva. Los movimientos sociales, en este caso representados por el movimiento feminista, como una respuesta emotiva ante la falta de respuestas reales por parte de las autoridades. Lo único que queda ante lo irrevocable, es el ruido colectivo. 

Fotografía: Daniela García Juárez

Un final que desgarra mientras se aferra a la esperanza, que pone el dedo en la yaga pero no lo deja solo para arder. Natalia Beristáin destaca de la crudeza inseparable al naturalismo de sus contemporáneos, y defiende muy bien, no sólo la tesis de la película, sino también su predilección por la recreación precisa de hechos de actualidad en combinación con estilos que parecen muy ajenos a ella. Es a través de un trazo que juega con el periodismo, que se erige ante los elementos formales del cine institucional pero que rompe ambos paradigmas incluyendo elementos vanguardistas, que la directora construye una elegante y compasiva propuesta de reflexión activa hacia la situación planteada. 

Fotografía: Luis Gerardo LoGar

Ruido no es una película que concientice desde el dolor, es por ello que a pesar de los puntos dramáticos más crudos, carece de un tono oscuro –tanto en el fondo, como en la forma–. Beristáin trae luz al dolor para recordarnos lo que hay más allá de él. El ruido colectivo es síntoma y alivio, es el futuro que no se menciona en las tragedias contemporáneas naturalistas, cuyos finales se inclinan a las peores circunstancias y cuya respuesta post-película suele ser el incómodo silencio del espectador, quien se reconoce como actor pasivo, hundiéndose en un nihilismo sin salida. Lo que Natalia nos muestra del futuro es la resiliencia, un resultado injusto e indeseable, pero palpable y posible dadas las circunstancias. Ruido es la reconciliación argumental de una corriente que se ha prometido como forma de concientización, y hasta ahora, se ha mantenido más cercana a la pornomiseria condescendiente y fetichista del dolor ajeno.

Fotografía: Daniela García Juárez

Además, los vértices entre la realidad y la ficción, no solo se sitúan en lo reconocible dentro de la diegesis. En los créditos de la película, vemos los rostros y nombres de personas desaparecidas, acompañados de lúgubres voces que los enuncian, visibilizando aquello que las instituciones desean invisible. Asimismo, tanto en la alfombra roja como en la premier, se encontraban presentes las fundadoras de la asociación Voz y Dignidad por los Nuestros, quienes, en medio de las preguntas y respuestas, cantaban la consigna “¿Por qué los buscamos? ¡Porque los queremos!”. 

Fotografía: Luis Gerardo LoGar

Estos momentos me recuerdan a una analogía que hace Zizek denttro el documental-ensayo The Pervert’s Guide to Cinema (2006), respecto a Bleu de Kieslowski: cuando Julie (Juliette Binoche) es incapaz de enfrentar el tormento de una terrible pérdida, descubre un nido de ratas recién nacidas en su apartamento. Algo se quiebra dentro de ella al mirar la fragilidad de la vida en su desnudez, sin cortinas o velaciones. Están ahí: la verdad y la vulnerabilidad, en un punto de no retorno. 

La delgada frontera entre la realidad y la ficción que Natalia crea a partir de los recursos ya mencionados, sumada la cercanía física de la naturaleza de la historia –las vivencias de personas reales– ante el público presente durante su estreno, son ese inescapable recordatorio de la verdad más absoluta y desgarradora. Una que habrá resultado incómoda para muchos de los presentes y seguirá incomodando en su visionado por streaming. Una a la que se le juzgará de innecesariamente precisa, que se le cuestionará por salirse de los límites del purismo cinematográfico (el cine politizado es bueno mientras siga situándose como ente aislado de los hechos, nunca in situ, y siempre sugerente, poético, evocador). Pero, al menos para mí, la poesía de Ruido reside, además de en su inteligente entramado estilístico, en su valentía para desobedecer las ideas de Iñárritu y el mandato tácito de la sala oscura: una vez que se apagan las luces el espectador se desconectará de su realidad. Ver Ruido, en cambio, es como ver cara a cara a los ratones recién nacidos de Kieslowski. Más que crudo y provocativo, simplemente, verdadero e inescapable.

Pero con su final, Natalia ofrece una tregua. Entregarse a lo factual no resulta tan difícil cuando la esperanza se reconoce como un componente primario en la naturaleza de la verdad. 

Agradecimientos especiales de la sesión de fotos a Salma Torres, Karla Ricalde, Thelma Ruiz, Karla Ortiz, Cecilia Cortinas y al staff del hotel.

Fotografía de portada: Luis Gerardo LoGar

Lentes de sol propiedad de la producción

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