Por: Daniela García Juárez
Hay muchas emociones que me han encontrado al cubrir por primera vez el FICM de la mano de Girls at Films. Algunas esperadas, como los nervios, la emoción, la alegría y la admiración hacia tantas y tantos artistas increíbles que pisan el festival este año; otras sorpresivas y desafiantes, como el estrés y la adrenalina, el FOMO, la adaptación a circunstancias cambiantes, la incomodidad de hacer cosas nuevas, los nervios de hablar con personas que sientes inalcanzables y la tranquilidad de saber que son tan seres humanos como uno…; la inspiración, la esperanza, la rabia, el dolor, la nostalgia, el amor. Todas estas emociones me han llevado a preguntarme cosas que no me cuestionaba al asistir a festivales como espectadora cuando era más chica, o cuando no guardaban el renombre del festival más importante de México como una presión latente y constante.
Que si el networking, que si la competitividad en la cobertura, que si ver el cine mexicano en competencia o aprovechar los estrenos internacionales que no llegan a salas; que sí las restauraciones, que sí las mil y un personalidades presentes, que si aprovecharlo todo todo todo para hacer que valga, como si eso fuera humanamente posible.
Nadie me dijo que venir a un festival así sería como ir a un buffet, ver montones de comida apetitosa y servirse de todo en grandes cantidades, sin importar que provoque un malestar físico o que al final se desperdicie la comida. Con el cine es igual: la ansiedad de decisión, la comparación con los demás, saber que para asistir a un evento increíble tienes que renunciar a otro igualmente increíble… se vuelve un constante viaje lejos del presente, fuera del gozo del momento, y muchos terminamos atiborrándonos más de lo que quizá física o emocionalmente podamos aguantar, y aún así, pensando en todo aquello que nos faltó. FOMO a la máxima.
Me di cuenta de esto a mediados del martes 25. Y a partir de éstas reflexiones germinó una pregunta en mi cabeza: ¿Por qué realmente estoy aquí, en este festival? ¿Por qué elegir el cine? ¿Por qué mirarlo? ¿Por qué hacerlo? ¿Por qué viajar a un lugar solo para ver películas toda la semana? ¿Por qué los conversatorios? ¿Por qué las entrevistas? Simplemente ¿por qué cine? Sorpresivamente, la respuesta se fue construyendo a partir del cine mismo.


La primera película que vi el martes y comenzó a responder mi pregunta, fue Mamá del cineasta tsotsil Xun Sero. Un documental que, en las propias palabras del realizador, surgió de una búsqueda personal por entender mejor la vida de su madre, abriendo camino a verdades dolorosas sobre su pasado en un contexto de violencia machista, así como a los detalles de su cotidianidad que conforman su idiosincrasia, que no solo la reflejan a ella, sino que representan una muestra de la vida en la comunidad de Xun. La historia se entreteje gracias a ambos, como dos raíces que están unidas por debajo de la tierra y crecen para dar vida a una experiencia conjunta de renovación. El arte es el medio para la introspección y el fortalecimiento de las relaciones, no solo para su creador sino también para los espectadores, que nos cuestionamos nuestro habitar por el mundo y la mirada qué tenemos hacia nuestros seres más cercanos ¿qué tanto intentamos conocerlos, y, realmente lo hacemos? ¿o solo proyectamos quienes somos en ellos? Mamá responde a mi pregunta diciendo: el cine nos ayuda a encontrar nuevas formas de mirar y de mirarnos.
Más tarde vi La Caída, película dirigida por Lucía Puenzo y producida por Ana Laura Rascón y Karla Souza, quien también es la protagonista y creadora de la historia. Habrá entrada exclusiva de esta película así que solo diré que se une a la fuertísima marea de cine hecho por mujeres en el festival de este año, cuyas historias atañen y, a su vez, desmontan el imaginario colectivo alrededor de los temas que rondan a las luchas feministas y los visibilizan desde nuestras perspectivas. Responde a mi pregunta con la idea de que el cine argumenta mediante una empatía sensorial, y es el único argumento que atraviesa hasta las barreras más necias en nuestra comunicación.


El miércoles 26 vi tres películas, el documental El Tema: La Ciudad de México, desarrollado por la productora La corriente del golfo a cargo de Paula Amor, Moonlight, con la presencia del director Barry Jenkins y, cerrando con broche de oro con la muy esperada Pinocchio de Guillermo del Toro. Estas tres películas me ayudaron a amarrar la tesis que se construía en mi cabeza.
El tema añade a la respuesta la idea de que el cine despierta la sensibilidad que tenemos dormida para identificarnos con cuestiones que nos son difíciles, el documental nos muestra antologías de realidades escondidas y ajenas, yuxtaponiendo audiovisualmente información y herramientas para crecer cómo sociedades. El cine nos mueve de la inercia hacia la reflexión y de las reflexiones al diálogo, del diálogo a la colectividad y de la colectividad a la acción.

Moonlight aportó con la reflexión de que, porque las personas somos diversas y nuestras historias también lo son, el cine rompe las burbujas y nos conecta con esa diversidad. Diversidad de sentires, vivencias y posibilidades atravesadas por distintas circunstancias. Barry desafía a la narrativa hegemónica, la cual, si se mantiene siempre igual y el lenguaje usado es aquel fundado en la supremacía blanca, no habrá disrupción suficiente que nos haga entender nuestras diferencias. Moonlight es una representación del cine como puente para la empatía. Reinventa el lenguaje y la narrativa, enfocándose en la especificidad de ciertas circunstancias y la universalidad de su esencia.


Por último, la respuesta de Pinocchio fue evidente y frontal: el cine es un recordatorio de que lo imposible es posible. El arte no tiene límites o aún son lo suficientemente flexibles para continuar rompiéndose cada vez que una persona pone su corazón y alma en una idea. Los artistas toman canvas en blanco y dan vida a creaciones complejas, sublimes, personales, reflexivas. Los animadores además, hacen magia. Nos enseñan a confiar en el vacío, y verlo como oportunidad. A veces, la oportunidad de tu vida.



Así que, en medio de los diálogos internos llenos de miedo, que nos hacen creer que eventos como los festivales de cine son cuotas por cubrir, adornos para nuestros egos cinéfilos, validaciones de quienes somos por lo que nos gusta, la respuesta que construí tranquiliza esas ansiedades, me centra y recuerda lo que es realmente importante: el cine tiene el potencial de enriquecer nuestro habitar en el mundo. En cada plano, en cada segundo, en cada palabra cinematográfica enunciada desde el lenguaje audiovisual, nada está perdido, todo es suficiente. El cine siempre es puente. Siempre conecta. Que nuestro ego no deje que sea el cine mismo aquello que nos separe.