Por: Daniela García Juárez | @danielagcjrz
Bardo: Falsa crónica de unas cuantas verdades, es el filme con el que arranca la veinteava edición del Festival Internacional de Cine de Morelia. Antes de su estreno en teatros y cines selectos –y de su posterior exhibición permanente en Netflix– Alejandro González Iñárritu, junto con miembros del crew y cast, acudieron a la ceremonia de inauguración este sábado 22 de octubre al Teatro Matamoros en el Centro Histórico de la ciudad.

Durante las conferencias de prensa y presentaciones de la película, se explicó poco –o más bien nada– alrededor de la compleja simbología que entreteje la narración del filme, ni del caótico tiempo fílmico que lo compone o las difusas fronteras entre los estilos narrativos que maneja. No hubo respuestas –ni tampoco preguntas, afortunadamente– que abrieran sospecha de Bardo como cine de rompecabezas, o en otras palabras, propuestas crípticas que dan pie a los «no le entiendo» masivos, y la epidemia de los finales explicados y teorías de conspiración en plataformas como Reddit y YouTube. Al contrario, si de algo se enorgullece el aclamado director, es de su creciente soltura hacia el absurdo y lo risible de las contradicciones dentro de la pantalla y fuera de ella.

«En esta película hago ese ejercicio desde la liberación, las cosas que han sido dolorosas, hoy me libero de ellas riéndome. Pero no risa de huir o de negar, por el contrario, ver lo absurdo que es muchas veces lo que nos hace sufrir […] Por eso quise expresarlo de esta manera. Porque quise darme cuenta de esas cosas que en un momento dado me aprisionaron, hoy me causan risa. Y hoy, también a través de 35 años de terapia, puedo liberar y compartir.»

Iñárritu reconoce a Bardo como su trabajo más personal y honesto. Admite que no hay nada fortuito en este resultado, pues su crecimiento como cineasta viene acompañado de un crecimiento propio. Señala a la meditación como una de sus mejores aliadas y a los procesos introspectivos que se centran en la valoración de la subjetividad por encima de las opiniones ajenas. Esto se ve reflejado en muchas instancias, pero es especialmente visible en las constantes capas de meta ficción que construye a lo largo de la película, señalando sus defectos como realizador, criticando lo contradictorio de su lugar de enunciación –hablando de temas de marginalidad social desde la comodidad del privilegio, burlándose de su propia melancolía y desencajamiento por ser migrante –pero un migrante de primera como dice el personaje de Daniel Giménez Cacho dentro del filme–, y desdibujando la realidad de forma burda , sin tomarse en serio los propios recursos extravagantes que usa, como el desorden temporal a lo Mirror de Tarkovsky, o las imágenes sublimes a lo Malick, que parece evocar.

En Bardo, Iñárritu logra algo paradójico. Parece soltar –dentro de lo humanamente posible– la necesidad de complacer a un público, quitándose de encima el miedo a personificar las opiniones ajenas y volverse uno con ellas. En su lugar, ofrece una pieza tan brutalmente honesta que es abierta hasta con sus defectos: los hoyos de discurso y las guerras inconscientes que viven en la mente del autor, son parte del núcleo temático. Es un bucle, una cola de perro que se persigue eternamente. Son sus ideas las que expone con esa vulnerabilidad las que, a su vez, critica. Y es en esta conciencia de su obra –y de si mismo– en todo sentido, que, a pesar de la extravagancia formal y narrativa, crean una conexión muy personal con el público.
La franqueza refleja, más allá de un snobismo creativo de ideas elevadas y elocuentes, la simpleza de un Alejandro desnudo. Alguien que prefiere mostrarse cómo es y recibir burlas y cuestionamientos por lo que podría considerarse una trama inconexa, barroca y pretenciosa, a hacer a un lado la aceptación de sus contradicciones internas por el bien de su popularidad.

Iñárritu cierra la conferencia diciendo: «fue un proceso introspectivo que acabó siendo esta íntima auto-ficción […] Todas estas imágenes pertenecen al imaginario de lo que forma parte de mí. Inclusive yo mismo no sé cuál fue real, o cual fue fantasía o cuál fue un sueño. Pero todo es parte de mí.»
Y abre la proyección de estreno del #FICM20 con la siguiente recomendación para los y las espectadores:
«No intenten buscar una lógica en las imágenes que ven, mejor, déjense llevar por lo que cada una de estas imágenes evocan y los hacen sentir».

Daniela García. Estudiante de realización y estudios de cine.
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