Por: Oralia Torres | @oraleia
Pensar en Game of Thrones, la épica serie que nos mantuvo al borde del asiento por años, es como pensar en une ex con quien todo terminó horrible hace tiempo. En la cotidianidad, ni te acuerdas, no cruza tu memoria y estás bien; luego pasa algo que te le recuerda y un escalofrío recorre tu espalda. O, quizás, piensas “bien por ella” y sigues con tu vida.
GOT (siglas que hicieron que fuera más fácil hablar de ella en línea) fue un espectáculo fenomenal. Basada en la saga inconclusa de George R.R. Martin ‘Canción de Fuego y Hielo’, y adaptada por David Benioff y D.B. Weiss, sigue los dramas políticos y sociales entre diferentes personajes pertenecientes a casas nobles en un mundo inspirado por la era medieval europea, con magia y dragones lentamente incorporándose a la cotidianidad. Al poco tiempo de su estreno en Estados Unidos, por casualidad conseguí una copia en DVD del piloto, me fascinó la presentación de las dinámicas políticas y la empecé a seguir. La primera temporada se enfoca en la Casa Stark, liderada por Ned (Sean Bean), un hombre rígido y firme en sus convicciones que gobierna la zona Norte de Westeros, un poderoso continente. Ned es mejor amigo del Rey Robert Baratheon (Mark Addy), de la casa Baratheon y rey de todo Westeros, quien está casado con Cersei Lannister (Lena Headey), perteneciente a una familia de nobles ricos y obsesionados con el poder. Mientras los personajes en Westeros enfrentan diferentes controversias y juegos de poder, del otro lado del mar está Daenerys (Emilia Clarke), última heredera de la Casa Targaryen que es forzada a casarse con un cacique para comenzar, poco a poco, los planes de regresar al trono de hierro en Westeros.

Conforme fueron avanzando las temporadas, más populares se volvieron; por mi parte, la recomendé a todo mundo en persona y en línea. La parte política de la serie era intrigante, la construcción del universo fascinaba y nunca sabías hacia dónde podría ir. El piloto concluyó con el intento de asesinato de un niño, por ejemplo, y la primera temporada terminó con la ejecución del protagonista. Parte de su encanto era que la historia de Martin tomaba las convenciones narrativas y caracterizaciones de personajes que conocemos para subvertirlos o enfrentarlos con fuerzas que les superan. Los villanos son, eventualmente, derrotados (¡la corona de oro!), sí, pero los héroes no necesariamente triunfan y son asesinados (¡la boda roja!). Al pasar el tiempo, se les fueron acabando los libros para adaptar, Benioff y Weiss tuvieron que usar su propia creatividad para resolver los conflictos planteados y continuar la historia; es ahí donde el programa fue descendiendo, poco a poco, en calidad.

Eso no impidió que se volviera un gigante que dominó toda conversación digital o presencial por años; si querías llenar un silencio incómodo con alguien a quien no conoces bien, bastaba con preguntar si ve la serie y qué piensa de ella. Para bien o para mal, Game of Thrones fue una serie que tuvo un impacto cultural enorme, desde la percepción de la violencia gráfica de todo tipo y las secuencias de sexo hasta cómo hablar de una serie en internet y las políticas del spoiler (en 2011 eran nulas; ahora se considera de mala educación compartir cualquier cosa que pudiera arruinar la experiencia de ver un episodio nuevo a menos de una semana de que se estrenó), y gustaba tanto que los nombres de los personajes más populares fueron usados para nombrar mascotas e hijes.
El uso de violencia gráfica y cruel, además de escenas de sexo explícitas y de larga duración, fueron algunas de sus características distintivas; lo que a mí me llamaba de la serie era sus muchos personajes femeninos y cómo seguían o desafiaban el estatus quo misógino y violento. Por supuesto, a veces era horrible ver otra secuencia de abuso y violencia, sobre todo porque muchas de ellas estaban puestas para provocar shock y para avanzar las historias de los personajes masculinos, pero seguí porque, vaya, tenía la esperanza de ver a mis favoritas triunfar, de un modo u otro. Como la vida real, fue decepción tras decepción con algunas luces de esperanza, mientras que las amenazas externas (el invierno permanente y los White Walkers, la gran metáfora sobre el cambio climático) se volvieron cada vez más relevantes para la trama.

En 2019, tras 8 años al aire, la serie terminó con una fuerte campanada, una serie de meses hablando sobre lo mal que había sido su conclusión para la inmensa cantidad de personajes, y la eventual desaparición de cualquier rastro de que se vio a niveles incomparables. No había visto eso desde el desastroso final de How I Met Your Mother (2005-2014): por coraje y decepción, la gente simplemente dejó de hablar de ella. Pasaron un par de años, y ni con una pandemia se generó orgánicamente el interés por volver a verla, por lo menos de forma masiva. En un intento por recuperar la saga y el éxito colosal, se aprobó, produjo y se estrena una especie de precuela de la saga, titulada House of the Dragon, creada por Ryan J. Condal y George R.R. Martin (quien, por cierto, compartió que quedó insatisfecho con el final de la adaptación televisiva). La serie nos regresa a Westeros, 200 años antes de que Ned Stark diga “el invierno se acerca”, para adentrarse en la intriga política y familiar cuando la Casa Targaryen gobernaba; está protagonizada por Olivia Cooke, Emma D’Arcy, Paddie Considine, Matt Smith y Rhys Ifans.

Han pasado montón de cosas en 11 años, y en este nuevo contexto, en el que se han implementado coordinadores de intimidad en los sets para asegurarse que todos los actores estén cómodos y no se lastimen, la serie llama la atención precisamente porque insisten en que la violencia sexual “era normal en esa época”, refiriéndose a la era medieval con dragones. La noción es risible porque, vaya, es una historia ficticia ambientada en un mundo de fantasía basado en una visión limitada y poco realista de la era medieval, mientras que buscan justificar que, pues, no escucharon ni leyeron la infinidad de críticas a la representación de violencia sexual en GOT (incluyendo, claro, la forma en que presentaron una secuencia de violación a un personaje central y cómo le dieron seguimiento) y que no quisieron cambiar ni mejorar nada de la fórmula original. Visualmente se ve impresionante, y sí emociona un poco expandir la narrativa hacia atrás una vez que ya se conoce el final. Si esa estrategia funcionó maravillosamente con Better Call Saul, spin-off y precuela de la impresionante Breaking Bad (que en un punto también estuvo al aire al mismo tiempo que GOT), ¿por qué no habría de aplicar esta vez?

Aquí regreso a mi comparación inicial. Volver con quien ya terminaste puede ser una gran idea, hay muchas parejas que cortan, regresan y mejoran la relación; volver a las series que te trajeron mucha angustia y felicidad para volverlas a experimentar y notar detalles a los que no habías puesto atención antes es maravilloso. Por otro lado, tengo mis fuertes dudas ante la posibilidad de volver a Westeros, con otros protagonistas e historias, sobre todo considerando que ya no aguanto tanta violencia sexual en pantalla como antes. Veremos.
