Por: Martha Paola Camacho | @marthapaola
En Happy-Go-Lucky, Mike Leigh presentó a Poppy (Sally Hawkins) como uno de los personajes más afables, optimistas y felices (con lo rotundo del adjetivo) en el cine reciente.
Mientras a lo largo de la película aparecen viñetas de lo cotidiano, se espera ese instante en el que la afabilidad se sustituya por aversión tras un acontecimiento fatal, pero no ocurre: no hay antagonismo.
Poppy viene al caso porque además de compartir la mayoría de rasgos de personalidad con la Nico de Eline Gehring en su opera prima homónima; también la secuencia inicial de ambas películas es similar: un trayecto en bicicleta en el que las protagonistas se aíslan de su entorno y pareciera que conducen por la libre, sin peatones, ni autos, sin noción de lo externo y disfrutando (Poppy rumbo a la librería; Nico rumbo a la casa de uno de sus pacientes).

Pero, a diferencia de Poppy, Nico sí se enfrenta a ese suceso casi dogmático que trastoca su carácter y la lleva a adoptar una actitud hostil, derivada del miedo y la impotencia.
Nico es de origen germano-persa. Ella trabaja como enfermera geriátrica y alterna turnos con su amiga Rosa (también de origen persa), con la que reflexiona-discute (a veces en farsi); también sale con amigos, se divierte y pasa los días de verano en Berlín enfrentándose por momentos a lo arbitrario de comentarios despectivos por temas de raza y a acercamientos incómodos con toques de intimidación sexual.
En una aproximación casi documental que permite conocer a Nico desde la cotidianidad, los instantes que comparte con sus pacientes dejan entrever cómo a partir de gestos mínimos crea intimidad y camaradería: no solo los atiende, sino que también platica con ellos, se preocupa, hace preguntas.

Todo ese ritmo casual es interrumpido cuando lo que comienza como un choque entre peatones se convierte en un ataque xenófobo, representado en una secuencia (de alrededor de dos minutos y medio de duración) brutal, difícil de ver, realista y que se convierte en un punto de inflexión para Nico.
Como primera vía de escape y sublimación tras el suceso, Nico encuentra un mecanismo de defensa y de canalización de la rabia a través de las clases de karate impartidas por el mentor en artes marciales Andreas «Karate Andy» Marquardt (quien en la vida real tuvo su propio journey de salvación y ahora dirige una escuela deportiva).
Mientras Nico intenta gestionar ese nuevo estado emocional conoce a Ronny (originaria de Macedonia y que no cuenta con papeles). Las interacciones con ella le dan un resquicio de confianza e intimidad que la llevan a sonreír parcialmente sin saber del todo la vivencia del pasado que comparten.

En total ebullición y desesperada por las secuelas anímicas del trauma, Nico tiene una suerte de expiación cuando «Karate Andy» le explica que los golpes marciales que quiebran tablas o tabiques no se logran desde la ira y que, sin importar lo duro que ha sido para ella, la única manera de intentarlo es sin agresividad y mediante la calma. Nico llora. «Karate Andy» la abraza.
A manera de alegoría del proceso emocional de Nico, el color de los cinturones de su uniforme de karate cambia conforme avanza la película: del blanco amateur hasta el anaranjado ya en consonancia con las enseñanzas de su mentor y de aprender gradualmente a gestionar las múltiples incursiones de la rabia.

Además de dirigir Nico, Eline Gehring coescribió el guion junto con Sara Fazilat (Nico) y Francy Fabritz (directora de fotografía), quienes –quizá— desde una perspectiva generacional (tienen entre 35 y 38 años) abordan temas como la raza, la religión, el radicalismo, la multiculturalidad, la atracción queer… en una película realista, incómoda, instintiva pero con toques de generosidad, amistad y justicia poética.
Nico se presentará en el marco de Cinema Queer México que se llevará a cabo del 8 al 30 de septiembre en CDMX, Morelia, Mérida, Querétaro y en FilminLatino.
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