Por: Daniela Alcántara | @danialcantar__
“Con perdón pero no entiendes cómo es aquí, nosotros lo vemos diferente” le dice María a una Isabel que con el corazón en el pecho quiere ayudar a su empleada doméstica de toda la vida a encontrar a su hermana.
Observar a través del otro es una experiencia muy particular que se vive en pocos lugares, el cine, afortunadamente para muchos de quienes lo disfrutamos, es uno de ellos. Un espacio de comunión que llevado a festivales de talla internacional como la Berlinale 2022, convierten el significado de mirar a través de lo que nos es ajeno a un nivel que no solo sobrepasa identidades, sino también fronteras.
Este año, el encuadre que presenta México al mundo, lo ha diseñado Natalia López Gallardo, como directora y escritora de la película Manto de Gemas, una de las 18 películas seleccionadas al Oso de Oro en la mayor celebración al séptimo arte dentro de Alemania y que tuvimos oportunidad de ver de manera presencial en el festival.

Como compatriota, es una mirada conocida, pero bajo la visión de Natalia, se construye un filme plagado de figuras retóricas llevadas a imagen, mismas que desde el momento que apagaron las luces de la gran sala, dejaron claro que la experiencia que veríamos en pantalla nos transportaría a una contradictoria y desencajada versión de México; por un lado marcada por una híper-violencia muy real en nuestro contexto actual, y al mismo tiempo, un espacio de ensoñaciones aterradoras, una ficción que los alemanes aquí llamarían Albtraum, etimológicamente, un sueño de espíritus malignos.

Su cinta nos lleva en un recorrido donde la imagen y el sonido se entrelazan en una especie de hilo onírico que conecta entre sí a Isabel, Roberta y María, así como sus identidades, sus dolores, y sus búsquedas.
Madres, hermanas e hijas que son arropadas por las circunstancias y arrojadas a un pozo de tragedias. Por un lado, Isabel es la mujer blanca de clase alta que regresa a la mansión donde creció buscando respuestas, le sigue Roberta, una mujer policía, de carácter frígido como solo puede ser alguien dedicada a lidiar con crimen en México, pero que al fin y al cabo, como madre, se preocupa por su hijo que está involucrado con el narco, y por último, María, empleada de Isabel, que aún sabiendo que su hermana está desaparecida en circunstancias misteriosas, debe hacerse de la vista gorda y ensuciarse las manos para salir adelante.

En ello también converge, por supuesto, enraizado como mala hierba sobre tierra seca, el narcotráfico, los feminicidios impunes y la desoladora burocracia del dolor, donde las desapariciones de mujeres y niñas son turnos en una oficina de gobierno que se desborda en sufrimiento, y a la vez, en indiferencia.
De flamas ardientes al sonido del agua moviéndose en una alberca, la sobreposición de planos entre un paraje y personas detrás de un vidrio, o el paralelismo llevado a concepto-imagen, Manto de Gemas, es ante todo, un retrato crudo de una historia que hemos escuchado varias veces, pero construida con las manos conocedoras de una mujer que supo lo que quiso escribir, dirigir y editar.
A momentos, sí, es la narrativa que se regodea en su propia ambigüedad, pero sin perder de vista aquello que busca señalar y criticar, llevando al espectador a un universo que aunque no conozca del todo, puede sentir tan vívidamente como aquello que atraviesa a las mujeres dentro y detrás del filme.

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