Por: Andrea Rendón |@andrearendon__
Este año, Cabos Film Festival nos permitió ser parte de sus medios aliados pero también nos dio la gran oportunidad de ser mentoras en la nueva edición del Concurso de Crítica Cinematográfica, en dónde Karime Rajme fue la ganadora con la crítica que podrán leer enseguida.
Platicamos con ella sobre sus planes siguientes y cómo se sintió al enterarse de ser la ganadora.
Gaf: ¿Por qué te decidiste a participar en el concurso?
Hace un par de años una amiga, Adri, me habló del concurso mientras caminábamos por el parque. Me dijo que le gustaba cómo escribía y que el concurso de Los Cabos era una buena oportunidad para seguir practicando algo que recientemente me había atrevido a explorar; la crítica de cine. En ese entonces me sentía insegura, emocionada, pero insegura, así que Cabos se quedó solamente en una bella plática: como un anhelo congelado en el tiempo. Después varias amigas y amigos comenzamos a vernos semanalmente en un cineclub virtual que habíamos mantenido como pretexto para compartir chismes del día a día y películas que nos gustaban o nos generaban inquietud.
El cineclub fue un espacio importante para muchos procesos y para reavivar cada semana esa pasión de compartir cine. Allí conocí a muchas personas increíbles y sensibles; entre ellas a Daniel Aguilar y Carlos Avendaño, quienes habían participado en el 4to Concurso de crítica de Los Cabos. Ellos mismos se habían conocido a través de ese concurso, lo cual es algo que me sigue pareciendo muy bello de los espacios compartidos de crítica, esa posibilidad de generar vínculos de amistad y apoyo, y nos incentivaron a participar para seguir construyendo esos caminos compartidos. A partir de eso solamente fue cuestión de tomar una decisión, de saber que quería comprometerme a ello y explorar nuevos espacios, pero básicamente toda la motivación detrás se la debo a mi red de amigas y amigos que me han leído y han creído en mí.
GaF: ¿Qué aprendizajes te llevaste de las mentorías?
En principio me gustaría decir que es muy importante que las mentorías se nutran de muchas voces; eso hizo que el espacio se prestara a un intercambio más natural donde no había una sola manera de pensar el cine y de vivirlo y por lo tanto donde, precisamente, se motivaba a lxs participantes a buscar una voz propia fuera de pautas rígidas e inamovibles. De las enseñanzas más importantes, que considero todas deberíamos repetirnos cada día, es “no dejes de escribir”. Si hay un deseo de escribir creo que vale la pena explorarlo, entendiendo todas las dificultades sociales y culturales que rodean el ejercicio de la escritura, pero no desistir de escribir, porque desde esa escritura también defendemos nuestros lugares particulares en el mundo y eso siempre vale la pena ponerlo en juego.
Otra lección, que obviamos muchas veces, es el hecho de que escribir es reescribir: dejar reposar los textos, releer, escucharlos en voz alta, sentir el ritmo, atreverse a tomar distancia y ser autocríticos. Creo que hay que ser sensibles al texto, no aferrarnos a él por miedo a no lanzarlo al mundo, pero sí tener en cuenta que escribir es un proceso que requiere de atención y tiempo, no de un acto de inspiración. Por último, una lección que ha ampliado mi forma de crear textos es saber que ningún proceso creativo es un acto aislado: dejarme atravesar por las voces y vivencias de otrxs ha hecho que mis trabajos sean más sensibles y cuidadosos. En Los Cabos el intercambio fue fundamental y nos hizo dar cuenta que la escritura es un disfrute, pero también una responsabilidad y por ello debemos estar atentas, escuchar y no cerrarnos en nuestros discursos.
Gaf: ¿Por qué decidiste dedicar tu trabajo final a esta película?
Tenía ganas de ver la película de “Distancia de rescate” desde antes del concurso, porque había leído los cuentos de “Pájaros en la boca” de la autora argentina Samanta Schweblin; autora también de la novela en la que se basa la película. Al leer a Schweblin me llamó mucho la atención la forma en la que generaba conflicto en las relaciones de familiaridad, es decir, hacía que sus personajes sintieran desconocimiento por sus hijos o los hijos por sus padres, o tenía la capacidad de enrarecer la cotidianidad. Quería seguir explorando la sutileza que tiene la autora para quebrar un poquito la realidad.
Por otra parte, le había estado dando vueltas a la idea de la distancia: es una palabra y un concepto que me parece delicado y quería explorar sus implicaciones. Había estado pensando desde cosas como las relaciones a distancia, o por el contrario, la distancia que siempre parece insuficiente para estar cerca de alguien cuando estás enamorada. Quería tal vez saber cómo podía haber distancias en la imagen y me arrojé a la película. Fue una decisión nada técnica, más bien motivada por todo lo que me estaba atravesando en ese momento en que también tenía que escribir la segunda crítica. Lo maravilloso del cine es que siempre puede expandir las olas de todo lo que llevamos dentro. Otra cosa importante fue que en ese mismo momento estaba cuidando de mi hermana menor y desde allí pude conectar también con el tema al que dediqué la crítica, que es: ¿cómo podemos cuidar de alguien o cuidarnos en medio de un mundo roto? La crítica en general está dedicada a mi hermana menor.
GaF: ¿Qué te gustaría hacer terminando tu carrera?
Para ser franca, fue la incertidumbre lo que me llevó a lugares como la crítica de cine. No saber qué hacer después de mi carrera me trajo hasta acá. Estudié Filosofía y como lugar de aprendizaje me fue muy grato hacerlo; sin embargo, cuando terminé los créditos no hallaba ningún sitio en el que quisiese estar; todo se sentía forzado y me sentía muy perdida. Comencé a trabajar dando clases y en la cocina de uno de mis mejores amigos, Lucio; comencé a tomar decisiones sin tener tan en cuenta las expectativas, creo que así fue como empecé a hacer cosas que no hubiera hecho ante un camino más delimitado.
Luego de esos espacios de trabajo vino el cine: buscarlo más allá de un hobby o un pequeño placer. En esas exploraciones tuve la fortuna de encontrarme con personas valiosas y que me cobijaron a pesar de mi falta de experiencia en el audiovisual. Amigas como Anaeli Ibarra, Paulina Romo, Gabriela Román y amigos como Enrique Ceballos del Festival de Cine Silente en México, a través de los espacios de cine que han construido con mucho amor y trabajo, me hicieron sentir que había un lugar para mí y que esos lugares podían ser amables, accesibles y críticos. Entonces creo que he tenido suerte ante los movimientos caóticos de la vida y me he topado con proyectos maravillosos.
Ahora tengo más claridad de lo que quiero hacer con esto que he tejido estos últimos años: en un futuro me gustaría estudiar una maestría en preservación de archivo audiovisual y por supuesto seguir compartiendo las palabras, los diálogos y las vivencias con otrxs.
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Distancia de rescate: habitar el peligro
Para D.
Dir. Claudia Llosa
Chile/ España/ Estados Unidos, 2021, 1hr. 33 min.
A partir de la catástrofe nuclear y la evidencia del terror que dejó la Segunda Guerra Mundial existe un mecanismo simbólico llamado The Doomsday Clock que mide, desde 1947, que tan cerca se encuentra la humanidad del fin del mundo. El reloj fue creado por El Boletín de Científicos Atómicos; la organización busca generar conciencia de los diferentes problemas, ecológicos o sociales, que representan una amenaza para continuar habitando el planeta.
El dispositivo se actualiza cada año y desde el 2020 se mantiene a una distancia de 100 segundos para la medianoche: el punto de las manecillas que indica el final. A pesar de la cercanía, el reloj se mantiene positivo ante el destino obviando que el fin del mundo no es un evento fijo en el futuro, sino eso que nos impide pervivir en el presente. El fin del mundo nos atraviesa el cuerpo, se inscribe alrededor de nuestros afectos y nuestra historia; no son los minutos, son los pocos pasos que se necesitan para que algo se quiebre.
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En Distancia de rescate (2021) de la directora peruana Claudia Llosa se prestan las imágenes a la novela homónima de la escritora Samanta Schweblin para recrear una historia y un paisaje donde se pone de manifiesto la dificultad de generar vínculos en medio de un mundo roto. A través de un relato íntimo, que se construye en una polifonía de voces narrativas, percibimos la delicada relación que existe entre la naturaleza y la humanidad; tema clásico, pero que en la cinta escapa de la convención de enfrentar un polo y otro, representándolos más bien como paralelos e indisociables.
La trama se desenvuelve por medio del recuerdo de Amanda (María Valverde), quien decide viajar desde España y veranear junto con su hija Nina (Guillermina Sorribes) en un pueblo argentino. Allí conocen a Carola (Dolores Fonzi), una local que tiene una tensa y distante relación con su hijo David (Emilio Vodanovich). Amanda y Carola se acercan conforme transcurren los días, hasta que un episodio doloroso y misterioso en la vida de Carola siembra la duda de una amenaza para las visitantes.

Entre el dorado resplandor de un horizonte lleno de trigales y el frondoso verde de un bosque mágico, las imágenes en pantalla cobran una belleza que contrasta con lo que escuchamos como espectadores. Una voz joven, pero firme, nos une a la vida de Amanda y nos advierte de prestar atención ante algo terrible: “lo que ves vos, lo veremos todos.” De inmediato nos sumergimos en un universo donde es difícil fijarlos límites para advertir el peligro. Así como nos fusionamos con la protagonista, la construcción de figuras híbridas se vuelve esencial para la película: desde el comienzo en que el plano detalle de una oreja se compara con un gusano o esa magnífica escena a contraluz en la que se recrea un centauro entre el cuerpo del actor Germán Palacios y un caballo semental.

Lo salvaje y lo sutil conviven, el deseo y la ternura, la vida y la muerte, la naturaleza y las personas; los opuestos son solamente ilusiones. Todo está conectado en un juego distinto a la armonía, pero con el mensaje contundente de que cada detalle es relevante.
Sin hacer uso de un discurso catastrofista o un bien intencionado activismo, la cinta Distancia de rescate logra transmitir la fragilidad ecosocial en la que nos situamos: ese terreno acuoso donde intentamos cuidar, amar, desear. Hace un tiempo que el Doomsday Clock debería marcar la medianoche, pues todos los días nos movemos a tientas entre el riesgo que se cuela silencioso en nuestros cuerpos; transitamos el peligro porque la medida para evitarlo es ya incalculable. Cabe preguntarse si aún se puede salvar el espacio que nos separa de los demás, si aún podemos recuperar algo, o si, de la misma manera que David y Nina, debemos cambiar de forma para sobrevivir y aceptar que la pérdida es también una posible distancia de rescate.
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