Por: Paola Vargas @ciborgiana
En el marco de la décima edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos, el director Kenneth Branagh estrenó en México su nueva película, Belfast, un relato semiautobiográfico basado en un suceso que marcó su niñez: los violentos ataques de un grupo de protestantes contra los habitantes católicos de su natal Belfast. La historia echó raíces en su mente durante 50 años y se convirtió en un coming-of-age que permite explorar no sólo la infancia, sino los vínculos de sangre, de amistad y de amor.
La película se ambienta en agosto de 1969 en la capital de Irlanda del Norte, lugar donde habita Buddy (Jude Hill), un niño de 9 años, junto a su madre (Caitriona Balfe), su padre (Jamie Dornan) y su hermano mayor Will (Lewis McAskie). Su padre está constantemente fuera, pues trabaja en Inglaterra, sin embargo, procura pasar tiempo con su familia: hacen deporte, salen de paseo, van al cine. Esta última actividad despierta especial interés en Buddy, quien vive con intensidad las películas, donde encuentra un refugio de la tumultuosa realidad.

La familia de Buddy es protestante al igual que la mayoría de los habitantes de su barrio, el cual comparten con algunos católicos, quienes son perseguidos y finalmente segregados mediante un muro divisor instalado por las tropas del ejército británico. La situación comienza a poner en riesgo a la familia de Buddy, pues su padre se niega a sumarse a los enfrentamientos, por lo que comienza a enemistarse con el líder del grupo protestante, hecho que lo orilla a contemplar mudarse a Inglaterra, donde le ofrecen un trabajo y un lugar para vivir. De esta forma, el universo de Buddy se sacude, pero el pequeño no se calla y manifiesta que no quiere separarse de sus abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds) ni ser objeto de burlas por su acento en Inglaterra.
Como cualquier niño de su edad, Buddy se encuentra descubriendo el mundo y cuestionándose lo que sucede a su alrededor, por eso no logra entender el problema entre protestantes y católicos, para él la religión es como la escuela: un sistema donde hay que seguir las reglas y donde de no hacerlo, habrá un castigo que enfrentar. Lo anterior queda patente mediante el uso de un montaje con composiciones cuidadas y encuadres cerrados que generan desde una atmósfera de intimidad hasta un ambiente sombrío, apoyándose en el blanco y negro predominante en la película.
Belfast comienza como una historia de discriminación, pero a través de las palabras del padre y el abuelo de Buddy, aparece una lección de tolerancia hacia la diferencia. A pesar del mensaje esperanzador, el filme no deja de poner el foco sobre la diáspora forzada por el nacionalismo imperante en aquel tiempo y su impacto en las pequeñas células que conforman a la sociedad: las familias. Mediante la mirada del pequeño Buddy, la película puede valerse del humor generado por las observaciones inocentes de un niño, lo cual abre la puerta a la posibilidad de suspender temporalmente el enfoque adultocentrista sobre los conflictos armados y, de paso, ampliar los alcances de una visión más empática.

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