Por: Kathia Villagrán | @KathiaVC
Mariana (Mari Oliveira) es una joven de 21 años, devota a su iglesia y a su pastor. Por las mañanas debe cumplir con el rol de “mujer de Dios” perfecta: es sumisa, se preocupa por su apariencia física, reprime sus impulsos “indecorosos” y forma parte del coro femenino. Por las noches, Mariana y sus amigas del coro se convierten en vigilantes, “Los Tesoros del Altar”. Con máscaras de color blanco, persiguen a mujeres que de alguna manera han “percado” y las atacan violentamente. Las jóvenes toman esto como acto para promover la conversión y creen que es una forma de “limpiar” a una sociedad dañada por el pecado, el libertinaje, el feminismo y la homosexualidad.
Después de una misión que sale mal y deja a Mariana con una cicatriz en el rostro, ella y su mejor amiga, Michelle (Lara Tremouroux), se proponen dar con el paradero de Clarissa (Bruna G), una hermosa actriz que durante una celebración de Carnaval fue agredida por una mujer con máscara blanca, y que creen, originó la misión de Los Tesoros. Se dice que el rostro de Clarissa quedó desfigurado y después de eso desapareció del ojo público. Mariana comienza a trabajar en un hospital de rehabilitación creyendo que encontrará ahí lo que busca. Sin embargo, terminará por encontrar un mundo que la aleja de todo lo que ella creía sobre la sociedad y su propio cuerpo.

La directora y guionista brasileña, Anita Rocha da Silveira, ofrece esta re-imaginación del popular mito de Medusa, una sacerdotisa del templo de Atenea que fue castigada con la desfiguración de su rostro por la diosa —siempre virgen—, tras descubrir lo que había sucedido con Poseidón. El desarrollo de Mariana es bastante simbólico. Ella y sus amigas comienzan imitando la labor de Atenea, ellas son las “puras” que castigan con la “fealdad” a las mujeres pecadoras, pero mientras Mariana comienza a ver desde otra perspectiva a su congregación, su evolución la cambia de rol. Lo notamos en su cabello (lacio al principio, suelto y natural al final), y también en su vestuario y maquillaje.
Rocha da Silveira basó su historia en el poder extremista cristiano-evangélico que ha tomado su país en los últimos años, las noticias falsas que se distribuyen por WhatsApp que llevan a políticos de la extrema derecha al gobierno y los jóvenes que han acaparado los medios promoviendo un estilo de vida ultra conservador. Y si bien todo esto está presente, el tema con el que más dialoga la película es la misoginia internalizada. Lo que empieza como un thriller, procede a convertirse en una película de terror religioso y termina en una catarsis de emociones reprimidas. Medusa es explosiva y cruda; entiende muy bien el rol específicamente femenino en la culpa religiosa y las formas en las que ésta reprime la estabilidad emocional de las mujeres.

Es un universo “inventado” pero se siente real para quienes hemos crecido en una sociedad altamente influida por el cristianismo y los valores conservadores. La fotografía predominantemente neón de João Atal y el soundtrack energético a cargo de Bernardo Uzeda y la misma directora, cargan la película de la perfecta energía caótica y atmósfera desafiante que una historia de este tipo necesita.
Medusa se proyectó en el Toronto International Film Festival en la categoría Contemporary World Cinema después de su debut en Cannes.

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