Por: Monserrat López-Lugo Tovar | @CineEnElDivan
Recuerdo que hubo una temporada en las frías calles de la zona de Santa Fe en la que vi a varios grupos indígenas llegar a la Ciudad de México. Vestían trajes tradicionales en medio de esos altos edificios, mientras pedían dinero en los semáforos o vendían artesanías. Así fue hasta que un día desaparecieron. Tiempo después, mientras caminaba en un centro comercial de la zona, escuché cómo un chico del personal de limpieza comenzó a hablar con otra compañera en su lengua nativa. En ese momento caí en cuenta de mi ignorancia. No se habían ido, todo este tiempo habían seguido ahí.
Hablar de privilegios y migración siempre es un trago amargo porque es fácil caer en la trampa de creer que nosotros sólo estamos de un lado. In The Heights (2021) aborda un tema similar a éste al tratar de hacerlo un poco más agridulce. Dicho filme está basado en la obra de teatro homónima del exitoso compositor y productor Lin-Manuel Miranda (Hamilton). En ella nos cuenta la historia de Usnavi (Anthony Ramos), un chico que trabaja en una pequeña tienda en la zona de Washington Heights.

Usnavi se encuentra ante el dilema de seguir en un trabajo con un sueldo que apenas le alcanza para vivir en Nueva York o buscar mejores oportunidades al regresar a su país natal. Al mismo tiempo, su historia se entrecruza con la experiencia de varios amigos que por el contrario, intentan sobrevivir al dilema de gentrificación en una de las ciudades más grandes y caras del mundo.
No es ningún secreto que este musical a pesar de ser de 2008 se entrecruza con la historia de los Dreamers (Soñadores), programa de apoyo a los migrantes ilegales creado en 2012 por Barack Obama y cancelado en 2017 por Donald Trump. Siempre es interesante cuando la realidad supera a la ficción, y a pesar de que In The Heights no está ubicado en una fecha específica, tenemos la oportunidad de conocer el antes y el después en nuestra propia vida real.
Es frecuente que en los musicales encontremos una audiencia dividida, entre los que los aman con pasión y los que los odian con dejadez. Hay que entender que el musical es un puente sensoperceptivo que sirve para acercarnos a una historia. Casi todas las películas tienen música desde que se inventó el cine sonoro; pero el musical no sólo la quita del fondo y la pone al centro, sino también la utiliza como una herramienta que genera recuerdos similares a aquella canción que repetías a cada rato cuando cortaste con tu pareja. Asimismo, no todos son susceptibles o abiertos a esta forma de lenguaje híbrida entre el cine, el baile y la canción.
Al ser una obra musical adaptada al cine, In The Heights tiene la desventaja de no estar creada desde el inicio para toda clase de público, sin embargo logra vencer ese obstáculo al hablar de una historia que nos resulta sencilla, pero al mismo tiempo cercana. El mayor reconocimiento que le encuentro está en que se atreve a no tener un white saviour (salvador blanco) y sabemos que eso en Hollywood es más difícil de encontrar que en Broadway. No es tan extraño que eligieran como director a Jon M. Chu después de realizar un ejercicio similar en Crazy Rich Asians. En efecto, en esta película únicamente vas a ver y escuchar a latinos.

A través de la música hip hop y diferentes ritmos latinos nos habla acerca de los sueños (como el nombre del bar que Usnavi quiere poner en Republica Dominicana), algo que en Nueva York casi es un pleonasmo. Un acierto de la banda sonora es que no se queda únicamente en un género, e incluso introduce sonidos arriesgados, como lo son el danzón mezclado con hip hop bajo el pretexto de que el viejo disco de acetato de la abuela está rayado.
Los cantantes hacen un trabajo estupendo, y aplaudo el esfuerzo al poner caras que son poco conocidas; especialmente me quedo con el descubrimiento de Melissa Barrera y Gregory Díaz. A pesar de lo anterior, vivimos en una realidad comercial en la que tuvieron a fuerzas que introducir a Lin-Manuel Miranda en la pantalla para vender mejor la película. Sin saber si su personaje existe o no en la obra musical original, y aun con conocimiento de que a varios les debió dar un inmenso gusto verlo ahí, me parece que si su personaje no hubiera existido, la historia permanecería exactamente igual.
De hecho, los mayores desaciertos de este filme recaen en las estrategias de mercadotecnia. Bajo el pretexto de que Usnavi trabaja en una tienda de autoservicio, todo el tiempo somos inundados de product placements para tratar de vendernos diversas marcas. Personalmente no soy alguien a quien le resulte tan molesto cuando eso sucede a menos de que se sienta poco natural, lo que en In The Heights pasa a cada rato y termina por distraerte de lo más importante. Me sorprende que M. Chu no haya sabido cómo hacerlo más orgánico y menos obvio.
El sentido del humor de la película es propio al de una película familiar. Debo admitir que en un inicio me preocupó la cantidad de clichés latinos en los que se caían, pero después recordé que se trata de un musical y como tal, respeta un formato que permite la exageración y teatralidad. Además, existen algunos personajes que no recaen en el arquetipo de latino que sólo habla español, bebe cerveza mientras ve el fútbol y viste como chicano (jamás esperé ver a Marc Anthony en un rol así).
A diferencia de la película de Hamilton (2020) que fue grabada en un formato más cercano al documental que a la adaptación fílmica, John M. Chu utiliza las mismas técnicas empleadas en varios musicales, pero introduce algunas nuevas tecnologías como la animación digital (aunque con tantos patrocinios no entiendo por qué el green screen a veces era de tan mala calidad).

Una vez dicho lo bueno y lo malo, creo que falta señalar que me sentí ambivalente hacia el valor que tiene para criticar la “meritocracia”, que consiste en esta falsa idea de que al que se esfuerza obligatoriamente le va a ir bien en la vida. El filme se atreve a decir que hay quienes nacen con ciertos privilegios, mientras que otros al igual que los indígenas migrantes en Santa Fe, tienen que dejarlo todo y empezar desde cero con la única oportunidad de tener una vida que apenas cubre sus necesidades básicas. El sueño americano no siempre es lograr ser millonario y exitoso, a veces consiste solamente sobrevivir. Sin embargo, mi mayor conflicto reside en que el guión soluciona la mayoría de los problemas a través de varios deux ex machina que contradicen lo que iba a ser un poderoso mensaje en contra de la discriminación.
No soy afecta a que se hable de historias que son tan comunes con resoluciones mágicas o poco realistas, ya que eso termina por poner la responsabilidad en el destino. La deportación, el racismo, el capitalismo y el desplazamiento no se solucionan con sólo comprar un boleto de lotería; pero a Hollywood le gusta pensar que sí. Eso me pone a pensar: ¿entonces sí hay un salvador blanco escondido en este filme?
Tal vez no hace falta decirlo, pero la música es lo que más vale la pena de este filme. Te gusten o no los musicales, definitivamente somos una generación marcada por el talento de Lin-Manuel Miranda como genio creador y portavoz de una visión multiétnica en la cultura estadounidense. Si bien el musical por sí solo no supera a Hamilton, diría que, si buscan uno con corazón, éste lo tiene. Y aunque sea un gran cliché decirlo, como ya lo dije, aquí esto sí es válido, y la realidad es que esta película tiene mucho corazón latino.

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