Por: Sofía Ponce | @sofindiee
Recuerdo celebrar el Día de las Madres en la primaria con un desayuno de tres horas (si bien iba) donde cada grupo preparaba una danza por cada región de México. Yo tenía siete años y, dotada de torpeza pero mucho entusiasmo, me subí al escenario para hondear mi falda al ritmo del son jarocho. Ahí me quedaría claro que la música folclórica mexicana viene en muchas formas, pero sin importar cuál adopte, siempre se mantiene fiel al pueblo del que nace.
A morir a los desiertos es el más reciente documental dirigido por Marta Ferrer, quien nos introduce en el árido norte de México donde habitan los últimos cantantes de la música Cardenche, y cuando me refiero a últimos, no lo digo por exagerar, lo digo porque es un canto popular que se encamina lentamente a desaparecer.
El canto Cardenche surgió hace unos 100 años, cuando los cultivadores de las haciendas algodoneras trabajaban exhaustivamente sus jornadas bajo el sol. Al terminar el día, lo único que les quedaba para matizar esa explotación laboral era reunirse con amigos a tomar aguardiente y entre trago y trago, interpretar canciones de su propia autoría; sin ningún instrumento, solo las voces a diferentes timbres. El nombre de cardenche proviene de un tipo de cactus cuyas espinas lastiman más al sacarlas de la piel que al picarse con ellas y se le termina denominando Cardenche por la necesidad de desahogar las tragedias -cuales fueran- con la música, por mucho que puedan doler.

Nos acercamos para conocer a Fidel, Guadalupe, Genaro y Antonio, los Cardencheros de Sapioriz que habitan en el mismo pueblo donde todo comenzó. Y aunque ahora la recolección de algodón la hacen las máquinas, el ritual entre amigos sigue intacto: reunidos de noche, donde no faltan los cigarros y la botella de sotol y, acompañados por el canto lejano de algún grillo, entonan las letras cardencheras más agridulces que se hayan escuchado.
Es un documental entrañable y sensorial que aprovecha el diseño sonoro y la fotografía contemplativa para retratar la cotidianeidad rural que colorea la vida de sus personajes: jugar al dominó, preparar comida del huerto o sentarse a tomar el sol a un costado de las vías del ferrocarril. Es a través de sus rutinas que comprendemos las dolencias que le dan sentido a la música de la que se aferran.
Más que un retrato de vestigios y melodías encaminadas al olvido, A morir en los desiertos es un documental sobre una tradición que se transforma por inercia. Y es triste y desgarrador, pero también es hermoso.

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