Por Alejandra Piña | @aletspi
Después de ver Lady Bird de Greta Gerwig en 2018, vuelvo a ella, esta vez aislada y alcanzando el final.
En esta ocasión la aprecio con más detenimiento. Incluso imagino la expresiones y la lucidez de Greta detrás de cámara, pienso en todo el proceso para filmar. Y más allá de eso, me identifico con el coming of age. ¿Qué trillado, no? Pero sí, hay algo en esta película que me permite reconocerme y abrazar mis orígenes.
Para muches, Lady Bird resuena como algo soso, como la historia de una típica adolescente que se rebela contra toda imposición, y claro que lo hace, pero con un sentido de pertenencia que es lo que rige toda la narrativa.

Gerwig se atreve a contar las experiencias que la atravesaron cuando adolescente. ¿Quién no pasó por algo similar? Ahí está lo revelador de este filme: la forma en que la cineasta logra convertir lo cotidiano en un punto de inflexión. Esto nos da la oportunidad de cuestionar y añorar nuestros orígenes.
Con lo anterior, no solo me refiero a la creación de personajes basados en una realidad tan presente, sino también en diálogos que son cercanos, en el diseño de vestuario, en el maquillaje e incluso el diseño de producción.
En lo personal, estos elementos me remontan al calor del hogar que dejé; al conflicto diario; a las carencias; a los escombros que deja la cotidianeidad de la clase media; a las inseguridades de la cuerpa, de la amistad, de lo familiar; a la incansable búsqueda de mi madre por maternarme y por crear una relación de entendimiento y empatía; a la relación de falta de entendimiento con mis hermanes que hoy extraño; a las expectativas que siempre creé sobre mis amistades mientiéndome a mí misma; a las expectativas que les demás crearon sobre mí; a todo el cúmulo de momentos que tuve para descubrirme, para encontrar la manera de comerme el mundo a bocanadas aunque fracasara.

Bajo estas premisas, y hablando en primera persona, me parece que en Greta logra sincerarse con ella misma y, aunque no es una película cien por ciento autobiográfica, la cineasta desenmaraña cada uno de sus bloqueos para hacer de Lady Bird la esencia que ella no pudo ser.
Es por eso que veo al cine de Gerwig como un universo que nos invita a mirar en retrospectiva, a no olvidar de dónde venimos y a no soltar aquellas raíces que echamos para pararnos en donde estamos parades.
En ese sentido, la también actriz es un constante recordatorio de que no es necesario cargar con las relaciones familiares, mismas que hemos y seguimos romantizando desde un punto de vista heteronormado con el simple objetivo de ganar aprobación. El mensaje está implícito: si hay algo que le debemos a la familia es agradecimiento, amor, respeto y empatía, pero no los sueños.

Sobra decir que los coming of age como Lady Bird son algo que necesitábamos. Afortunadamente, los contenidos cinematográficos están replanteando las miradas; y si me pregunta, sí, es algo que me hubiera encantado ver en mi adolescencia en lugar de consumir películas que desvalorizan a las adolescentes y que crean imaginarios rosas que proponen más estereotipos inexistentes.
Sin duda, los universos de Greta para replantear la juventud tienen una carga importante de valores, de nuevas formas de hacer cine y de crear representaciones que nos permitan cuestionarnos.
En resumen, Lady Bird es habitar nuestras historias a la distancia, es una carta de amor, perdón y sanación a quienes fuimos.

Periodista y Publicista. Ha escrito sobre cultura, arte y música para diversas plataformas digitales independientes; fotógrafa de todo lo que ve.
Deja una respuesta