Por: Linda Marine | marinetwiteando
“Estoy escribiendo sobre María Antonieta, la ex-reina de Francia”, le contesto a mi abuelita cuando, por video llamada, me pregunta qué estoy haciendo. Su respuesta resulta ser la más acertada que pudo haber hecho – “O sea yo, hace muchos años.” Ambas bromeamos vistiéndola imaginariamente con gigantes plumas de avestruz sobre su cabeza y vestidos pomposos. La razón por la que sin dudar concuerdo con su afirmación es porque la forma en que Sofia Coppola retrata a la joven reina resuenan fácilmente conmigo y con todas las mujeres que conozco. Más allá del ostentoso título, el ser juzgadas constantemente, el ser expuestas, la limitación de nuestra libertad, la presión, los deseos, los miedos, los intereses pasajeros presentes en nuestra juventud y las ridículas expectativas e imposiciones de la sociedad son parte de la experiencia de ser mujer que todas compartimos con María Antonieta. Después de catorce años años desde su participación en la 79a ceremonia de los Premios de la Academia, recordamos a esta película desde su atemporalidad conforme se aproxima la edición del presente año.

En el año 2006 figuró el estreno de María Antonieta, una película sobre la adolescente convertida en reina de Francia durante el siglo XVIII, escrita y dirigida por Sofia Coppola. Como es esencia fundamental en sus películas, Coppola da forma a su narrativa desde una perspectiva feminista. Esta película cuenta la historia de María Antonieta recordándonos su vida desde un espacio de empatía, de vulnerabilidad, de concientización. Haciendo a un lado las usuales convicciones de la reina como una persona fría, indiferente y egoísta, Coppola se asegura de recordarnos que no se trataba de una mujer preparada en política o
economía, sino de una niña con deseos comunes y corrientes que fue incorporada a la familia real francesa para la permanencia del poderío de su familia real austriaca; decisión que, desde una prematura intuición y conforme el curso del tiempo, su madre lamentaría por siempre.
María Antonieta, inspirada en las cartas de la reina a su madre y en los distintos libros que relatan su vida, nos lleva desde su último día con su familia de sangre, de quienes se tiene que separar por completo como parte del protocolo de su entrega a la familia real francesa (remise). Previo a su inmersión a esta, le es indicado remover hasta la última posesión austriaca que lleve consigo con el fin de entregarse por completo a su nueva vida, de manera que vemos cómo su ropa, su peinado y hasta su perrito son reemplazados con objetos de origen francés. Esto rápidamente nos indica el perdón desde el que Coppola contará la historia, agudizando en cada uno de los rápidos arrebatos de su juventud y manipulación de su identidad, justo hasta este punto, el robo de su infantilidad y de su privacidad.

María Antonieta habitó un mundo donde lo que le resultaba más próximo la obligaba a seguir viviendo como una niña. Los protocolos de vestimenta, el que se le negara hacer cualquier cosa por sí misma, la excesiva disposición de todo a todo momento (desde infinitas opciones de postres hasta personal para servirle en lo más mínimo), lujos y opulencia súbitas, la obligada separación de su familia cuando aún era tan pequeña, el robo de su privacidad, el apresuramiento a un lugar y personas desconocidas, su matrimonio con alguien desconocido, asambleas políticas inentendibles. Cada una de ellas, imposiciones y limitantes que por su prematura edad, parecieron confundir y abrumar a su crecimiento personal, convirtiéndolo en una especie de mero espectador.
En una de sus primeras fiestas, María Antonieta abre las puertas de un salón de espejos donde, a pesar de que todxs son explícitamente aproximados a sus reflejos, no ven más allá de los títulos políticos, reconociéndose como seres de distinta naturaleza. María Antonieta, ajena a esta perspectiva con sus distintas costumbres, cultura y edad, se convierte en un lienzo en blanco para las comidillas del resto de la corte y por ende, eventualmente en una burla para el pueblo francés. Esto también demuestra cómo lo único que parecía importar al resto de la corte eran los secretos y chismes que rondaban en Versalles, pero también, visibiliza la clase de personas con las que se rodeaba una joven, influenciable y desorientada María Antonieta. Como una forma temprana de paparazzis y el sometimiento de la vida privada al ojo público, es este mismo público el que se encarga de tergiversar a la posteriormente víctima de la fatalidad: María Antonieta.

Con un soundtrack extraordinario que pasa por Bow Wow Wow, The Cure y The Strokes que nos ayuda a internalizar empáticamente su experiencia con nuestra propia realidad contemporánea y un diseño de vestuario cuyo extraordinario trabajo fue merecedor de un premio Óscar en 2007, María Antonieta se presenta como una película que reconoce la humanidad en inmensos errores, la desgracia personal en la desgracia colectiva, la tragedia en la inconciencia. Coppola hace justicia a una mujer comúnmente demonizada al ofrecer la otra cara de la moneda, a otra víctima de la industria del entretenimiento, a una joven atrapada entre los deseos desinteresados de la juventud y las obligaciones de la adultez.
De alguna forma, Sofia Coppola convierte la vida de María Antonieta en un retrato de todas las estrellas pop que hasta nuestro presente han sido robadas de su adolescencia, de su carácter como personas ordinarias y empujadas a una realidad imposible, porque, ¿qué es María Antonieta sino la más grande estrella pop del siglo XVIII?

¡Completente! Cuando vi esa película por primera vez era muy pequeña, recuerdo que al inicio pensé «wow, que increíble tener una vida así» lo mismo me pasaba al imaginar la vida de las celebridades del pop. Ahora que puedo ver un poco más del panorama definitivamente me quedo con mi vida «de simple mortal»
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