Por: Sofía Ponce | @sofindiee
Destello Bravío es la ópera prima de Ainhoa Rodríguez, cineasta asentada en Madrid que dedicó una temporada en la comarca de Tierra de Barros (Extremadura) para sumergirse en la vida de quienes luego se convertirían en protagonistas de su película. Esta es la historia de Cita, María y otras mujeres adultas que habitan una pequeña localidad rural reinada por una cotidianeidad que las enfrenta con su propia existencia y los sueños decaídos en la España vacía.
Esta resistencia a la despoblación se vive diferente en cada personaje a pesar de que conviven en un mismo espacio. Algunas resisten desde la religión, cobijadas por una esperanza que responde ahí donde la memoria ya no les llega (algún diálogo lo muestra, refiriéndose a la virgen que “fue guapa, o será la fe que tenemos en ella”).
También resisten desde la corporalidad, donde la directora elige expresarlo alejándose de los típicos estándares sociales; nos muestra cuerpos diversos que sudan, sufren, anhelan y exploran su sexualidad contraponiéndose al cruel estereotipo de que nuestro apetito sexual se desvanece con la edad.

La España Vacía, donde se desarrolla la película, es tierra de veteranas, no hay infantes, y quizá es porque se han olvidado de ellos o su nostalgia desbocada las lleva a decirle niño a cualquiera que sea un poco más joven. La cámara se sitúa en lo que permanece y los personajes deambulan en ese espacio, aunque de a poco la tendencia natural les lleve a deshabitar al no encontrar respuestas que los mantengan ahí.
Sumergidos en un misterio a veces cómico y a veces oscuro, este retrato de la soledad, la marginación y la existencia propia redescubre los lugares olvidados, pero no por ello invisibles, que aguardarán a tener vida de nuevo.
Tuve la dicha de entrevistar a Ainhoa Rodríguez a propósito de la exhibición de Destello Bravío en el FICUNAM, aquí sus respuestas:
GaF: España Vacía. ¿Qué te llevó a situar esta historia precisamente en Extremadura?
AR: Bueno, yo soy extremeña y mi familia paterna es de Tierra de Barros. Yo sitúo la historia en un pueblo imaginario de Tierra de Barros. Me fui a vivir a este pueblo y trabajé en la puesta escena de lo que sería el futuro guion con los personajes. Fue un proceso muy orgánico y abierto, puramente artístico y con una metodología poco tradicional pero que era la adecuada para esta película.
Esto de alguna manera supuso reencontrarme con mis raíces porque tiene algo muy fuerte la idea de contar historias desde lo local y singular para proteger la cultura a la que siento que pertenezco.
GaF: Te preparaste para este largometraje viviendo en la comarca y conviviendo con las habitantes que después darían vida a esta historia. ¿La idea de trabajar con no-actores la tuviste desde un principio o te llegó a medida que trabajaste la preproducción, porque así lo pedía la película?
AR: Tenía unas ganas enormes de rodar mi primera película con no actrices porque me estimula mucho trabajar con actores naturales especialmente de un área rural que tienen esa cosa tan pura y tan ingenua de mostrarse ante la cámara la primera vez con toda su verdad y con todo lo que son. Luego si además puedo mezclar lo documental con la reinvención de la realidad y el humor negro, para mí es fascinante, y el motivo fundamental por el que me dedico al cine.
GaF: La postura tan firme de mostrar cuerpos reales y físicos femeninos tan diversos es un aspecto que llama mi atención, ¿crees que esta representación tan poco explorada está cambiando en España?
AR: Realmente es una representación explorada en el cine soviético pero bien es cierto que utilizar gente corriente en el cine sigue siendo una trasgresión en este mundo cada vez más normativo; de físicos cada vez más canónicos, con este Instagram que nos pone los filtros que nos borran la expresión, que son irreales y terroríficos. Ya solamente el hecho de hacer un relato desde lo local y con acento local, evidentemente da una patada a toda la producción superficial y autocomplaciente de un cine edulcorado y anti novedoso de discurso único.
A mí me interesan los relatos heterogéneos y que te muestren muchas perspectivas, que protejan el alma de lo cultural y de lo local. Hay otros cineastas en España haciendo esa mirada personal, como el cine gallego. Lo curioso es que los cineastas españoles más apreciados a nivel extranjero son menos conocidos en España. En España hay un predominio de pseudo superproducciones más homogéneas y más comerciales.

GaF: ¿Cuál ha sido el mayor reto en la realización de Destello Bravío, siendo esta tu ópera prima?
AR: El proyecto era un reto en sí mismo. Era un proyecto que iba a dirigir y producir a una infraestructura muy pequeña manejándome como si fuera una gran producción con muchos actores, a manera de relato coral en un pueblo con actores de pueblos aledaños. El gran reto estaba en la confianza mutua, porque era un acto de fe. Tenía que conseguir que el pueblo y los aledaños confiaran en mí y en el equipo técnico y se entregaran, porque rodábamos en sus casas y revolucionamos las zonas al hacer esto. Estaban siempre dispuestos a tendernos una mano pero era un riesgo continuo porque nunca se habían puesto delante de una cámara y dependíamos de todos para realizar la película .
Ellos confiaron en nosotros y yo misma confiaba en ellos. Hacer cine es asumir riesgos. Hacer cine de esta forma y alejándose de lo comercial era un reto continuo embarcarse en ese acto de creación por necesidad.
GaF: ¿Qué consejos podrías darle a quienes persiguen la vía del cine de autor?
AR: Valentía para contar lo que una siente, para dejarse la piel en el proceso, para contar historias de un modo que no se ha contado nunca. Hay que ser valiente, tener un carácter firme, creer en lo que una quiere hacer, porque en el camino habrá mucha gente que te va a decir “¿no sería mejor hacer esto que hace todo el mundo?” pero hay que confiar en la historia, y al mismo tiempo hay que ver mucho cine para transgredirlo, para retorcerlo, para saber dónde pisas y sacudirte el polvo del camino.

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