Por: Andrea Alejandra Herrera | @AndreaLeji
Cuando dejamos el lugar en que nacimos, el lugar que nos vio crecer, algo curioso sucede. Pasa que, al volver, nos encontramos con un lugar muy distinto al que recordábamos. Y nos damos cuenta de que la nostalgia que nos acompañaba en el sitio al que habíamos emigrado, estará con nosotros de manera permanente, a pesar de estar de regreso en nuestro “hogar”.
Panquiaco, dirigida por Ana Elena Tejera, forma parte del FICUNAM 11 en su sección Atlas, la cual busca presentar cine de autor internacional. En el largometraje conocemos a Cebaldo, un hombre indígena originario de Panamá quien ha radicado en Europa durante varios años. Lo vemos extrañar su infancia, su tierra; y, en un intento por reconectar con su pasado, lo vemos volver a Panamá.

Este viaje nos lleva a reflexionar junto con el protagonista el significado y la importancia de los recuerdos. ¿Son éstos suficientes para mantener nuestra conexión con la vida que fue? ¿Corremos el peligro de que se conviertan en ataduras que nos impiden disfrutar de las posibilidades del futuro?
Otro elemento que descubrimos como importante, es el poder de las historias y cómo éstas pueden moldear nuestra identidad individual y colectiva, haciendo que compartamos un pasado común que puede explicar nuestro presente. El relato de Panquiaco, que le da título a la obra, tiene un lugar distinguido, pues nos habla de cómo ayudó a Vasco Núñez de Quiroga a encontrar una ruta en su búsqueda por el oro. Al hacerlo, Panquiaco quedó dividido, quedó hecho un hombre de “dos caras”. Muy simbólico, si pensamos en el estado mental y emocional de Cebaldo, quien tampoco sabe muy bien quién es ahora.
Al final, tras un recorrido marcado por ausencias y nostalgia, Cebaldo se da cuenta de que hay cosas que, cuando cambian, no vuelven a ser lo que eran; o, como lo exponen en el mismo largometraje: “a veces la tierra que perdemos no regresa, tienes que dejarlo ir”.

Deja una respuesta