Por: Laura Uribe | @Lauu_Uribe
“Los hombres le temen a las mujeres que no les temen”. Parece ser una verdad universal que en los tiempos de la Inquisición era más real que nunca, ya que tanto la iglesia como la mayoría de la población, creían que si una mujer conocía la naturaleza y los secretos que ésta encerraba, forzosamente debía ser bruja y adorar al diablo.
Akelarre, dirigida por el argentino Pablo Agüero y estrenada en Netflix la semana pasada, tiene como escenarios los bosques, mares y acantilados del País Vasco en el siglo XVII, en donde un grupo de amigas –Ana, María, Katalin, Olaia, Amaia y Maider– son arrestadas por oficiales de la Inquisición y sometidas a interrogatorios para que confiesen que son brujas.

Esta producción ganó cinco premios Goya este año como Mejor Diseño de Producción, Mejores Efectos Especiales, Mejor Música Original, Mejor Diseño de Vestuario y Mejor Maquillaje y Peluquería.
Ana (Amaia Aberasturi) asume el papel de líder y está dispuesta a sacrificarse por sus amigas y confesar que solo ella es la verdadera “bruja”, pero pronto se da cuenta de que si logra distraer a los jueces y al cura del pueblo lo suficiente, quizá puedan salvarse todas. En una narración al estilo de Las mil y una noches, Ana logra hilar una historia sobre hechizos y encantamientos que atrae toda la atención del público que en este caso son los jueces inquisidores.
El baile parece ser el mecanismo principal que aterra a la Inquisición y a la iglesia, y las amigas se dan cuenta del poder que tienen al danzar, contar historias y, sobre todo, hacer creer a todos que hablan con el diablo. La feminidad y el poder que tienen las historias son las armas que evidencian la ignorancia de los hombres (y las instituciones) a su alrededor. El director de fotografía, Javier Agirre juega (literalmente) con la luz del fuego todo el tiempo, poniéndolo como elemento principal tanto en exteriores como interiores, y nos da la pista de que esto puede ser lo que finalmente le dará libertad al grupo, las llamas. La astucia de Ana parece ser suficiente para desafiar a sus captores y les asegura que pueden recrear el Sabat, una ceremonia satánica, los inquisidores, ávidos de resolver el “misterio” de la brujería y sus rituales, aceptan arriesgarse a presenciarlo.

“No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, dice el Juez principal en un momento de la cinta, y las amigas comprenden que ahí reside su fuerza y su principal arma, lo que los hombres no entienden es lo único que puede salvarlas en esa situación.
La ceremonia inventada por ellas mismas, resulta ser tan poderosa que la gente a su alrededor, tanto hombres como mujeres, empiezan a seguirlas y sentir junto con ellas, la fuerza del fuego, lo que resulta en un final que les da lo que tanto ansiaban desde los primeros minutos: libertad.

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