Por: Kathia Villagrán | @KathiaVC
Sebastian (Daniel Katz) se encuentra podando una planta de Jazmín de su casa y su fiel perra, Rita, está a su lado. Momentos después su timbre suena y resulta ser un vecino quejándose de lo molesto que es escuchar a la mascota ladrar todo el día. Está lloviendo y la conversación es claramente incómoda, se suma otra vecina y luego otro vecino más; todos se quejan del agotador llanto de la perra cuando se queda sola —lleva 4 años llorando, le dicen–. Sebastián toma la decisión de llevarla a su trabajo, pero la situación se complica y es presionado a pedir su propia renuncia si no puede dejar a Rita en otro lugar.

Para Sebastián Rita lo es todo, así que acepta un trabajo como cuidador de granja mientras los dueños se van de vacaciones. Por fin encuentra un lugar donde podrá ganar el dinero que necesita para sobrevivir sin preocuparse por el estado emocional de Rita. Cuando la familia parte del lugar, Rita persigue el vehículo y una tragedia ocurre, tragedia que será el punto de partida para una serie de sucesos que pondrán a prueba toda la preparación que Sebastián había tenido hasta entonces sobre cómo manejar su vida.
Sebastián es un millennial que se enfrenta a muchos inconvenientes relacionados con la generación: un reducido mercado laboral para profesiones específicas, la crisis de no saber hacia dónde dirigir su vida, el salto de la universidad a la adultez repentina, la decisión de formar una familia, y por supuesto, una inesperada pandemia que azota al mundo y que paraliza sus planes, especialmente los económicos.
El Perro que no Calla es una película dirigida y coescrita por la argentina Ana Katz —ella y el actor principal son hermanos—, siendo su compañero de fórmula en el guión Gonzalo Delgado. Filmada en blanco y negro como una manera de proyectar el sentimiento de autoexploración y observación por el que atraviesa el protagonista, también puede interpretarse como una experiencia de desconexión que tiene Sebastián sobre el control del rumbo de su propia vida —considerando la incertidumbre que manejamos el mundo actual, es una sensación entendible por las personas cercanas a su edad—. Es una película bastante atmosférica, los escenarios y los sonidos de las conversaciones ajenas, del viento y semejantes nos hacen sentir inmersos en la historia más allá de lo identificados que nos sintamos con ella o no.

La dirección de Ana Katz es fabulosa, de momentos se siente como una fantasía —si bien no idílica— que nos introduce de lleno a la historia, pero por otros se puede sentir que la exploración de diversos temas la vuelve sobresaturada. La subtrama de la pandemia que ocurre en pantalla parece innecesaria, sin embargo, el hecho de conocer que la idea fue concebida antes de que el COVID-19 abatiera a la humanidad, le otorga cierta superioridad al resto de películas que se han inspirado en el presente. Katz dice haberse dejado llevar por la intuición y eso le permitió imaginar un mundo afectado por una situación que se sale de las manos de su población.
El Perro que no Calla es un coming-of-age diferente a lo que estamos acostumbrados, especialmente porque se centra en un hombre joven que ya tendría que haber aprendido lo suficiente a esas alturas, pero es precisamente eso lo que la hace sentir más realista: el hecho de saber que no somos los únicos que nos sentimos abrumados por las decisiones que debemos tomar cuando ya hemos habitado en el planeta más del cuarto del siglo.
El Perro que no Calla ha participado en los festivales de cine de Sundance y Miami de 2021, ambos llevados a cabo de manera digital.

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