Por: Oriana Mata Valerii
“¡Un gran recuerdo! ¡Esto un día será un gran recuerdo!” Es curioso cómo funciona la mente infantil y lo que le diferencia de la adulta a la hora de crear recuerdos. Los recuerdos que creamos cuando somos niños están asociados a momentos particulares que nos impactan por alguna razón, aún cuando muchos años después esos momentos no tienen gran importancia. Los recuerdos que creamos cuando somos adultos son los que decidimos almacenar, mientras que dejamos de lado todo lo que queremos descartar. Memoria selectiva, por ponerlo de una manera.

En Felicità, dirigida por Bruno Merle, Tim (Pio Marmaï) es un joven padre que después de pasar por una situación de riesgo con su familia, declara con adrenalina que el momento será un gran recuerdo algún día. Su esposa, Chloé (Camille Rutherford) y su hija, Tommy (Rita Merle), lo observan desde sus respectivos asientos en un carro en movimiento, y la adrenalina da paso a la expectativa, y la expectativa, a la emoción. Pero para Tommy, su hija de 11 años que prefiere ponerse audífonos de cancelación de sonido antes que escuchar cantar a sus papás, esta es una historia que ya ha vivido antes. Y que, sinceramente, no le puede dar más igual.
Una familia disfuncional, 24 horas para ganarle al tiempo, y una sencilla premisa: no llegar tarde al primer día de clases de Tommy. Así entramos al mundo de Felicità, en la que una pequeña familia en la costa de Francia vive el día a día como si fuera una nueva sorpresa, sin tener muy claro si donde amanecerán hoy será donde dormirán también, o si lo que daban por hecho ayer, mañana ya no será.
Papá y mamá, jóvenes y enamorados como locos, intentan crear un ambiente aventurero y amoroso para su hija, que con apenas 11 años cumple más de lo normal el papel del adulto en la habitación, retando a sus padres, haciendo preguntas que sabe que le tienen que contestar, y dejando sus límites muy claros: si no quiere escuchar sus inventos, no los escucha. Literalmente. Se pone sus audífonos y se aísla a otro mundo, uno donde un ícono pop francés (OrelSan) usa un traje espacial y le presta atención a ella. Solo a ella, a nadie más. Y por un momento, Tommy no es el adulto en la habitación, sino la niña que va de aquí para allá con un peluche raído, zapatillas con alitas de plástico, y que lo único que quiere es que las otras niñas del colegio la acepten como una igual cuando empiecen las clases, que la vean y digan “¡Mira qué chula Tommy, tan guapa y tan normal!”
Pero muy pocas cosas son normales sobre la vida de Tommy y su familia, y en cada escena que pasa vamos conociendo un poco más quiénes son estas personas, e igual que ellos mismos, caemos en las trampas que se ponen, los chistes oscuros que duran más tiempo de lo que deberían, descubrimos poco a poco los misterios sobre su pasado, y vamos entendiendo por qué viven el día a día como si fuera una aventura. La realidad es que Tim, el padre de la familia, lleva un par de años evadiendo los seis meses que le faltan por cumplir de una sentencia por la que pasó un tiempo indefinido en prisión. Tiempo durante el cual nació su hija, y a la que vio crecer a través de fotos que, luego entendemos, le llevaban en visitas.
La vida fuera de prisión, intentando limpiar su nombre aún todavía evadiendo la ley, es confusa y apremiante. Todos los días presenta nuevos retos, y quedarse mucho tiempo en un mismo lugar no es seguro para nadie. En cualquier esquina puede haber alguien que lo esté buscando, y una simple parada de rutina con los oficiales de tránsito puede ser letal si lo reconocen. Rentar cualquier departamento es un posible foco de captura, así que la familia se mantiene en movimiento. Como punto de partida, guardan sus pertenencias entre un coche y un bote anclado en el puerto. A partir de ahí, todos los días puede haber un nuevo hogar. Y convenientemente, Chloé trabaja en un servicio de limpieza de casas de personas que pasan semanas de vacaciones fuera.

La familia ya conoce la rutina: llegan, toman fotos de cada detalle, viven, disfrutan esta vida prestada, se ponen en los zapatos de esa otra familia por un tiempo, y antes de irse dejan todo como lo encontraron. Pero esta última vez no fue igual. La familia original regresa de sus vacaciones antes de tiempo, y Tim, Chloé y Tommy, corren a contratiempo para dejar todo listo y salvar sus pellejos. Que los encuentren allí significa que alguien llamaría a la policía, y si alguien llama a la policía, se termina el viaje para Tim.
De nuevo en el camino, la única preocupación de todos es que Tommy llegue a tiempo al colegio al día siguiente, y en las siguientes 24 horas, la familia pone a prueba las razones por las que huyen de un sistema que no quieren enfrentar, pero más importante aún, las razones por las que, sobre todas las cosas, se mantienen unidos.
Con Felicità, Bruno Merle crea una montaña rusa de emociones y sorpresas que nos mantienen al borde del asiento mucho más de lo que esperamos, partiendo de una premisa sencilla y convirtiéndolo en un juego de ilusiones con el que vamos conociendo y entendiendo a los personajes. También aprendemos, más pronto que tarde, que nada es realmente como parece ser, que debemos ser precavidos antes de creer que la historia va por un camino, porque unos minutos después nos podemos sorprender al entender que no.
La película logra que, al igual que Tommy, no creamos las palabras de Tim y Chloé apenas las dicen, porque cualquier cosa puede ser una mentira, un chiste, o un invento. Aún así, esta familia se ama, y se ama con locura. Felicità es una historia sobre la esperanza, sobre la libertad, sobre la infancia, sobre tomar decisiones con responsabilidad, sobre las consecuencias de nuestras acciones, sobre lo sueños que nos planteamos muy lejanos, pero sobre todo lo demás, es una historia sobre el poder de la familia y lo que somos capaces de hacer por no perderla.

Aún bajo los pronósticos más inestables, Tim y Chloé aman a Tommy, y Tommy ama a sus padres. Quiere saber de ellos, quiere conocerlos, quiere entenderlos. Y a través de ella, nosotros, la audiencia, también los comprendemos y queremos ver triunfar el bien. Son unos timadores, pero queremos que lo logren, que vivan un día más en el camino, que el sistema les dé una oportunidad. Porque si ellos lo logran, Tommy podrá ser, finalmente, una niña normal, como las de su colegio, como la niña que vive en la casa que ocupan clandestinamente. Y cuando el peor miedo de Tommy se hace realidad, y el sistema finalmente llega para llevarse a Tim, el mensaje a sus espaldas es claro: “Libertad, igualdad, fraternidad”. El motto de Francia nos recuerda que hay un camino hacia adelante, y como venimos escuchando antes en la película, es posible ser dueños de nuestra narrativa y crear nuestras segundas oportunidades. Si la primera no salió bien, vamos de nuevo, podemos hacerlo mejor.
La dirección de Bruno Merle tiene un dejo de fantasía, un bocado de lo que sería habitar el mundo infantil de Tommy, en el que tanto ella como sus padres parecen vivir en un eterno juego del gato y el ratón. Entre ellos… con la sociedad… para los demás. “¡Esto un día será un gran recuerdo!” Exclama Tim después de huir de una casa que no es
suya, en un camino a quién sabe dónde. Para Tim será un gran recuerdo, para Chloé será una bala esquivada, para Tommy será una fugaz aventura, y para toda la familia será una postal en el tiempo, esa que cada quién firma a su manera y queda pegada en el refri por muchos años. Una postal de tiempos quizás no mejores, pero sí más sencillos. Un coche, un camino, una canción sobre la felicidad, y una familia que lo va a seguir intentando, todos los días, hasta que el sueño ya no sea un juego, sino sea la realidad.
Oriana Mata
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