Por: Paulina Vázquez |@vzquez_pau
Adolescencia
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino a otro camino.
Verte, y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
El pie breve, la luz vencida alegre.
Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.
Vicente Aleixandre.
La vida siempre encuentra la manera de florecer en y a pesar de su contexto. Así como los ríos, su tránsito y forma se resuelven a partir de lo que encuentran en su camino. La temporalidad en la que fluye un río y la multiplicidad de los factores que lo componen, dan lugar a las encrucijadas que determinarán su desembocadura. Si bien nace y comienza formando un solo cauce, al llegar a su meandro muchas veces, de un brazo se hará dos.
Adolescentes, 2019, es el largometraje documental en el que Sebastién Lifshitz sigue la historia de dos jóvenes amigas, Emma y Anaïs, desde la antesis de su adolescencia, hasta el momento en que ambas emprenden el camino hacia la universidad. Por medio de una mirada respetuosa, que considera tanto el contexto sociopolítico y educativo que enmarca su generación, como sus relaciones afectivas, el realizador parisino acompaña sus caminos hasta su bifurcación y pone sobre la mesa los detalles de sus situaciones a cada momento.
Debido al largo periodo de su filmación, uno podría encajonar a esta producción en la categoría parsimoniosa en la que se concibe el ejercicio fílmico de Richard Linklater en Boyhood en 2014, sin embargo, Adolecentes logra despegarse de ese concepto y destaca dentro del espectro fílmico por sus propios méritos. Es por eso que vale la pena reparar en la construcción de su narrativa, ya que a través del manejo en paralelo de sus imágenes enfatiza y contrasta lo que parecen ser solamente trivialidades del acontecer diario de este par de amigas, cuando en realidad, son estos los momentos clave para comprender la progresión de sus caminos.
Lifshitz conjuga sus premisas con gracia y en simultaneidad, no se advierte el carácter documental del filme debido a la sensación de progresión y constante tensión entre las historias que tanto Emma como en la Anaïs protagonizan. El encargado de registrar esos momentos variando según lo amerita la situación, entre tomas abiertas o estrechamente escrutadoras, es Antoniue Paroutyu. Es evidente el cuidadoso proceso que debió suponer tanto su montaje como su registro, ya que a pesar de la velocidad con la que se desarrolla la historia, evita los desfases temporales abruptos. En este sentido cada elemento encuentra el equilibrio sus matices y pinta este par de adolescencias con todos sus matices.
El mantener al espectador continuamente a una distancia justa de lo que acontece, solo para acercarnos a ellas cuando la emotividad del momento lo amerita, es probablemente, dota de frescor el manejo de un tema que generalmente se describe como un perpetuo melodrama. Además no se conforma con llevarnos por un solo hilo conductor, sino que resalta los distintos vértices por lo que se va conformando la identidad en la adolescencia.
Por un lado, está el entorno político en el que ambas se desarrollan y que les afecta en cierta medida. Comienzan a percibir su entorno y se hacen de su propio criterio respecto a esas situaciones. Pensemos pues en Anaïs a la hora de la merienda defendiendo febrilmente su posición humanista sobre el atentado terrorista que se suscita en ese
entonces. De igual forma pero en un tono distinto, Emma acude a la manifestación pacífica que tiene lugar fuera de su instituto, donde también tiene la oportunidad de discutir la situación dentro de su grupo. Notamos así las diferencias entre sus ambientes pero también la postura que toman al respecto.
Por otro lado, el espectro emocional de las adolescentes incluye sus primeras experiencias amorosas, mientras desglosa su condición de hijas, amigas y compañeras. El impacto a largo plazo de la captura de estos detalles es contundente y se percibe gracias al paralelismo entre sus escenas. Durante el lapso de grabación Anaïs vive una serie de situaciones que complican su senda, empezando por una ruptura amorosa a la que se suma la muerte de su abuela, la delicada condición de salud de su madre y para rematar el incendio de su casa.
Emma por su parte se ve todo el tiempo sometida ante la incisiva opinión y supervisión de su madre, la cual exige perfección y esmero en su desarrollo académico. Si bien su panorama parece menos amargo que el de su amiga, eventualmente se descubren sus profundas inseguridades y frustraciones acumuladas durante esa última etapa de mocedad.
La organicidad del tejido en la trama se afianza una vez que avanzamos hacia la última parte. Durante todo el filme, a condición de resaltar las diferencias, Lifshitz limita su observación solamente a la distancia entre sus caminos y es aquí donde todo se concilia por última vez. A través de reuniones veraniegas que ponen a las amigas al día con lánguidas charlas bajo el sol, consigue reunir sus vertientes en un solo camino. Sin dejar de apuntar a los matices y contrapuntos entre sus personalidades e historias, dedica un espacio a sus propias reflexiones. Emma admite por última vez su resquemor ante el futuro inmediato y Anaïs deja de lado las quejas para agradecer las circunstancias en las que creció y fantasear optimista con un futuro ameno para ambas.
Cada una mira hacia el mañana. Su camino se separa aquí quizá definitivamente. De nuevo se nos hace cómplices de la emoción de un nuevo inicio justo al final. Las vemos partir de su ciudad en un cauce desconocido. Irán por su cuenta repitiendo los pasos que desde el principio buscaron abrir una brecha hacia una verdadera independencia, autonomía y libertad.
Adolescents, 2019.
Dirección y guion: Sebastién Lifshitz
Duración: 130 min.
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