Por: Ximena Chávez Prado| @centaureadivina
Nuestra entrada a Relic son unas series navideñas que se encienden y se apagan lentamente, que aparecen aquí, desaparecen y reaparecen más allá. Así es la mente de Edna (RobynNevin), una de las protagonistas de esta historia de terror que también se parece mucho a Yae Inoue, cuyo alzheimer la transportaba a distintos momentos de su vida y le volvía irreconocibles los rostros de sus hijos como cuenta el escritor Yasushi Inoue en el libro Mi madre.

Este 2020 la directora Natalie Erika James nos trajo Relic, una película inspirada en su propia experiencia con la pérdida de memoria de su abuela. Edna desaparece y su hija y nieta, Kay y Sam (Emily Mortimer y Bella Heathcote), van a su casa esperando encontrar pistas de su paradero: comida podrida, paredes manchadas, desorden, post-its con recordatorios extraños… Cuando Edna regresa, a su hija Kay le parece evidente que padecealzheimer y que es necesario llevarla a un asilo para adultos mayores. Crece el conflicto entre Kay y su hija por decidir qué es lo mejor para su madre y abuela, al mismo tiempo en que la duda sobre qué sucede con ella es cada vez más grande.
Natalie Erika James pone a tres generaciones distintas a dialogar sobre sus necesidades y esto deja al desnudo las fallas y carencias entre ellas. Son tres mujeres de la misma familia pero bastante alejadas unas de otras. Incluso Sam, que todo el tiempo profesa un amor grande hacia su abuela, no sabe mucho ya sobre lo que esta hace en su día a día. Y Kay, simplemente está muy ocupada con su trabajo como para cuidar de su madre necia a fuerza de la enfermedad.

Edna vive en una casa demasiado grande para una sola mujer, una casa en medio de un bosque que la aísla aún más. El edificio, no tardamos en darnos cuenta, es una extensión de su mente y de su cuerpo: envejecido, abandonado y confuso, cada vez más un laberinto que un hogar.
Relic también es una película sobre maldiciones familiares: en una conversación con su hija, Kay revela que al bisabuelo “no lo cuidaron como debían” y Edna, la única capaz de ver ese fantasma, sufre la persecución de este familiar que vuelve de una tumba olvidada para darle un poco de su propia medicina, que le recuerda —¿o le hace olvidar? — que la han dejado sola y que morirá sola. Sin embargo, así como Edna aún tiene vida y agencia, la casa, quizá por influencia de ese bisabuelo herido, se resiste al inminente abandono y a la soledad haciendo que las más jóvenes paguen un poco del daño hecho.

Lo terrorífico en Relic va más allá del maquillaje, la claustrofobia y las imágenes gore o de putrefacción; lo verdaderamente aterrador está en su calidad de espejo que rebota ese moho y arrugas sobre nuestros propios cuerpos, emociones y consciencia. ¿Cuántos fantasmas y maldiciones no estarán ya sobre nosotros? La directora nos dice que no se trata de cumplir con el deber familiar por obra de la manipulación como, por ejemplo, en Kajillionaire, sino de ternura y cuidados, de reciprocidad: “¿No es así cómo funciona? Tú mamá te cambia los pañales y luego tú cambias los de ella”.

Desde la empatía, Natalie Erika James también nos plantea una cruda verdad: el cuerpo de Edna, viejo y atravesado por la enfermedad la va despojando poco a poco de sus recuerdos, de su bondad y hasta de su identidad. Enfermos o no, por todos nosotros pasará el tiempo y quién sabe si en cuarenta años seguiremos siendo los mismos. Más que la muerte, envejecer es lo que nos aterra; sobre todo ante la idea del abandono y las muy posibles decadencia e incapacidad de nuestros cuerpos. Lo monstruoso en Relic no opera como un chivo expiatorio donde depositar nuestros miedos o nuestro lado más oscuro; somos nosotros mismos, nuestros cuerpos y su fragilidad, pero también nuestro accionar desde el desprecio.
Igual que The Babadook (2014) de Jennifer Kent es un viaje hacia el lado más oscuro del duelo y así como nos sorprendió con ese final en el que es posible domar al miedo, ver al espectro de frente; Relic con un uso impresionante del horror corporal y sin renunciar a provocarnos miedo, nos dice que es posible abrazar al monstruo, cuidarlo, besarlo delicadamente y quitarle todo eso que nos molesta tanto ver (porque no lo queremos para nosotros), que debajo de esa piel madura que cae por efecto de la gravedad, sigue viviendo un ser humano digno de amor.
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