Por: Alejandra Piña | @aletspi
Silencio, silencios. Colores neón. Papeles doblados a la medida y el gusto por ser el sostén de un espacio. Máscaras para todo: para las pestañas, para el rostro, para los labios, para la personalidad. Naturalidad y franqueza para lo demás.
Imagino así esa primera impresión en los baños del «Barba Azul». Pensar que para Laura Herrero sería una noche amena, entrar por aquella puerta, encontrarse con conversaciones íntimas y de confidencialidad para terminar siendo un trabajo de años de investigación, acompañamiento y empatía.
Herrero vio en Olga, La Mami, y en las chicas que trabajan ahí, no una manera de evidenciar lo que viven, sino una oportunidad de dar voz a un espacio que se convierte en un universo para ser quienes son realmente, desde la sinceridad y libres de prejuicios.

De esta manera, da pie a crear una narrativa testimonial y llena de complicidad que abre el diálogo sobre las condiciones laborales a las que se tienen que someter para fines de su supervivencia. Asimismo, es evidente el patrón en la mayoría de ellas: madres solteras, situaciones particulares y la sensación de vulnerabilidad que les antepone el prejuicio.
La Mami gira entorno a dicha coyuntura, pero, en realidad, la base es una sororidad que emerge de las trabajadoras, una que quizá era impensable encontrar en un lugar como el Barba Azul. De hecho, son ese tipo de prejuicios los que colocan al documental en una posición reflexiva y plausible, pues son ellas mismas quienes ven en Olga una contención emocional y afectiva, toda vez que se revelan ante ella y cada vez que atraviesan experiencias desagradables con lo clientes que deben cargar con tal de ganarse el sustento.
La Mami es clara: “los hombres sirven para dos cosas: para nada y para dar dinero”, dice esa mujer que por 10 años estuvo en los zapatos de los demás. Detrás de esas palabras, Laura Herrero documenta un increíble intercambio de vivencias en las que surgen la fortaleza y un vínculo impenetrable que las mantiene firmes.
Al mismo tiempo, hay miedos y penas, por eso la cineasta decide sacar de foco a quienes prefieren proteger aún más su identidad, una que no solo va de un nombre alterno. Justo esa dirección nos conduce a participar de manera consciente en los testigos de las mujeres, nos permite comprenderlas y sensibilizarnos ante ellas.

Existe también un momento clave en el que Priscila, una de las trabajadoras, mantiene un lazo aún más fuerte con La Mami. Incluso, en ocasiones pareciera que es ella quien tiene mayor protagonismo, pero en realidad hay una búsqueda de equilibrio cual espejo. Olga se asemeja a Priscila, sus historias son similares y angustiantes, es por eso que se complementan una con la otra, se acompañan y no se permiten caer con fragilidad ni en sus propios contextos, ni en los roles que les corresponde jugar en el Barba Azul.
Observo la condición de salud de La Mami y escucho a Priscila hablar sobre lo embarazoso e incómodo que es beber todas las noches, dejando de priorizarse para priorizar a su hijo, dejando de priorizarse para priorizar conseguir dinero, dejando de priorizarse para priorizar a los hombres.
En este punto, el documental cumple con el objetivo y cuestiona –como mencioné anteriormente– las condiciones laborales de las trabajadoras sociales. ¿Dónde están sus derechos? ¿En qué parte encuentran seguridad y protección? ¿Por qué tendrían que ser blanco de discernimientos y comentarios tan bajos? ¿A ellas quienes las cuidan? No dejan de ser humanas, no dejan de no ser merecedoras de ese tipo de tratos, no dejan de ser víctimas de un sistema putrefacto que las condiciona a vivir vulneradas.

La Mami se convierte en un espacio que exhorta a mantenerlas visibles, no olvidadas. Es un llamado a mantener abiertas las agendas en los espacios de lucha para empujar a hacer valer sus derechos. Sin duda, es un trabajo cinematográfico preciso, documentado con determinación, atinado y sumamente necesario.
La Mami formó parte del Festival Internacional de Cine de Morelia #FICM2020.

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