Por: Pamela Guzmán | @pammgs
En un mundo en donde las personas de la comunidad LGBT+ son consideradas únicamente como jóvenes inmorales, las personas mayores pertenecientes a la misma, se vuelven impensables.
El cortometraje La felicidad en la que vivo, de Carlos Morales, retrata un fragmento de la vida de Samantha Flores (1932), mujer transexual, vanidosa, amante de la música, los colibríes y la poesía. Ella trabaja para que su sueño deje de ser una utopía y se haga realidad, dándoles voz a quienes nunca han existido, los adultos mayores LGBT+. Samantha creció en una casa inundada de amor. Difícil para la época y para muchas personas que pertenecen a esta comunidad, fue aceptada y adorada por su círculo más cercano, sus padres. Pero los tiempos oscuros llegaron después de verse obligada a desplazarse del lugar en el que había estado toda su vida.

Entre luces y música, Carlos plasma la felicidad que ahora habita el alma y cuerpo de Samantha, mientras ella nos cuenta que si tuviera que volver a vivir todo el amor, sufrimiento y rechazo, para ser quien hoy es, lo haría una y muchas veces más. Así, rodeada de todo aquello que siempre amó, se dispone a luchar por los de derechos de sus iguales, pidiendo un ratito más en el mundo de los vivos para construir un espacio digno, en donde los adultos mayores LGBT+ puedan existir, “vivir felices y se desarrollen ellos mismos”. Un lugar justo para todas y todos.
Samantha resiste, los adultos mayores LGBT+ existen: “sí existimos, sí estamos, sí somos”.

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