Por: Valeria García |@lavalvalencia
La memoria nos permite regresar a diversos momentos de nuestra vida a través de imágenes, sonidos, etc. Es muy común atesorar esos recuerdos en fotografías y objetos, por muy doloroso que a veces signifique acceder a nuestro pasado. Transmitimos nuestros recuerdos para que no se pierdan y así perdurar nuestra existencia y, en el proceso, la de otros.

En el documental El guardián de la memoria de la directora Marcela Arteaga, ex habitantes de Guadalupe, municipio del estado de Chihuahua, cuentan sus historias durante la Guerra contra el narcotráfico de la que fueron víctimas de violencia. Mencionan cómo es que esta fue escalando con la llegada del ejército a las calles y los pactos que el mismo gobierno mantenía con cárteles y grupos delictivos, así como sus propias vivencias en las que se nombran crímenes de lesa humanidad como persecusión, asesinato y desaparición forzada.

Estas familias recurren a la búsqueda de asilo político en Estados Unidos con la ayuda de Carlos Spector, un abogado de origen judeo-mexicano que explica las trabas burocráticas del país vecino, así como la revictimización de las que son objeto por parte de autoridades de ambas naciones. Incluso, denomina al “crimen organizado” como “crimen autorizado” por la participación e impunidad del Estado.

A partir de los álbumes familiares y relatos orales, pero también complementada con imágenes de casas abandonados y diversos objetos, y paisajes desérticos que contrastan por su belleza ante el vacío que acarreó la violencia, Marcela Arteaga deja en evidencia la ausencia (de instituciones y Estado) y el hueco que queda en familias y comunidades, haciéndolos abandonar sus propios hogares y emigrar.
Y la memoria emigra con ellos. Porque los recuerdos de un hogar, de una vida, no deben perderse. Mucho menos cuando estos llevan consigo dolor e injusticia. “Que la muerte no termine con la memoria”. Porque estas familias y muchas más resisten ante la impunidad y la violencia descontrolada.
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