Por: Lizette Galeana |@gaoltt
Daguerrotipos es un documental de la cineasta Agnès Varda sobre la calle en la cual vivió: la Rue Daguerre de París, tomando su nombre del inventor de la antigua técnica fotográfica, convirtiéndose entonces en una especie de juego de palabras en el que Varda crea pequeños retratos de los personajes locales que la acompañan de alguna forma u otra en su cotidianidad.

Narrado a manera de viñetas, que en un principio parecen no tener correlación o un gran hilo narrativo, van formando pieza por pieza el rompecabezas que es la calle Daguerre. Compuesta de diferentes comerciantes como carniceros, panaderos peluqueras y más, hacen y deshacen delante de nuestros ojos sin intervención alguna ni siquiera del equipo de filmación, casi como si no estuviera presente, excepto en los momentos donde son entrevistados directamente.

Es así que conocemos a los personajes, sus lugares de origen, sus historias de amor y sus sueños. Cada uno con una voz particular y experiencias diversas entre sí, pero todos con un brío en los ojos para contar y compartir. Es esta misma fascinación que se traduce en respeto por los personajes, la que nos permite empatizar fácilmente con ellos a pesar de que solo estén breves momentos frente la cámara. Mención en especial a la esposa del dueño de la perfumería, una señora tan tímida que sin apenas pronunciar palabras se roba la atención. Su presencia es casi como un fantasma para los clientes, pero mientras se encuentran en el local, todo el foco de Agnès es para ella.

Otro recurso bastante peculiar que emplea es el uso de la presentación de un mago que llega a amenizar a los locales con su show, la edición juega con los cortes y combina trucos de magia con los gestos diarios de los tenderos, siendo bastante pícaro y una manera muy ingeniosa de seguir explorando a los personajes.

La fascinación por la rutina es declarada desde el inicio por nuestra narradora. El filme es sumamente personal, no por nada la propia hija de la directora hace una aparición al comienzo comprando, sin embargo no por ser personal significa que haya una búsqueda de protagonismo, o una imposición de opiniones, al contrario. El lente está ahí para mirar sin hacer juicios de ningún tipo, su única función es el captar. El espectador lentamente se vuelve parte de la historia porque básicamente siente que también recorre esos mismos lugares e interactúa con los personajes.
Si bien es cierto que la distancia entre un contexto parisino de los años setentas a la actualidad es enorme e innegable, no se siente nunca de manera extraña y la nostalgia que ahora produce es un elemento a su favor. Lejos de sentirse lejano o extranjero, es sencillo reconocer e incluso identificarse con los demás comerciantes y sus clientes. Los rostros que nosotros vemos diario al recorrer nuestras propias calles obviamente no son los mismos que Agnès vió en esa época, pero son fáciles de encontrarlos en nuestro propio entorno y preguntarnos: ¿Cuál es la historia de los que me rodean?

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