Traducción por Rosalba Mackenzie | @rosigerante
Las listas de películas no te salvarán.
Las listas de películas no salvarán películas.
Las listas de películas no restructurarán cómo pierden y ganan valor las películas.
Las listas no preservarán todas esas miles y miles de películas que están descomponiéndose en pasillos, sótanos, depósitos: películas perdidas, desconocidas y desprotegidas.
Las listas de películas no escribirán nuevas historias para películas.
Las listas no son neutrales, ni inocentes o puramente subjetivas.
Las listas no consagran tu sagrado gusto, sólo lo diluyen.
Las listas son los bienes raíces de la atención para los fatigados, débiles, hambrientos de clics.
Las listas conglomeran lo ya conocido y consolidan su poder.
Las listas cuentan y dan cuenta e incesantemente miden y pesan la ‘genialidad’ y ‘grandeza’ como si fueran sustancias empíricas.
Las listas convierten la apariencia numérica en ese aparente empirismo de lo prodigioso.
Y, a la larga, ¿quién ha recibido tales elogios?
Las listas no crearán nuevos cánones — especialmente, no de las cineastas olvidadas, queer, trans, negras, latinx, del sur global, decoloniales y anticoloniales.
¿Quién le preguntará a Bárbara Hammer, Kathleen Collins, Kira Muratova o Sara Gómez por su lista?
Las listas pretenden ser una declaración del presente y del pasado, pero son antihistóricas, están obsesionadas con su propio tiempo, con su angosto horizonte y la tiranía de su contemporaneidad. Consolidan y reafirman los rígidos gustos de los que ya han sido escuchados.
Las listas colonizan la mente y empobrecen la imaginación.
Las listas siempre decepcionarán, aunque prometan un mundo inagotable e infinitamente pleno.
Las listas aporrean a los desposeídos con una métrica de popularidad, como si esto fuera un valor universal.
Las listas afirman propiedad, dominio, posesión.
Las listas son política anti-cine.
Las listas son métricas.
Las métricas son nuestras enemigas y enemigas del arte y la lucha política. Cada lista es necesariamente imposible y debe permanecer sin escribirse, como un recuento privado. La lista no-escrita presenta el inevitable vórtice del desconocimiento en el que todas las películas ciertamente caerán, a menos de que podamos defenderlas y describirlas mejor, dejando espacio para su trabajo como formas vivas y activas.
Quema la lista para liberarte el culo.
El impulso de enlistar se alía con el de coleccionar, con el deseo de grabar, de archivar, de recordar, de preservar la experiencia y la sensación estética de los filmes que de otra forma no se recordaría. Estas actividades son significativas, importantes e históricamente santificadas en sus propios términos. Pero en este híper mediado momento, la compulsiva forma redistribuidora de la lista — lista como desiderata de consumo, como una lista del supermercado para ver — se ha convertido en un instrumento básico del fetichismo, de captura algorítmica, fálica, de indulgente exhibicionismo. Mira bien. ¿Exactamente quién fabrica esta oleada de listas?
¿Cuántas listas debemos leer para saber que sus creadores han capturado la existencia esencial de estos trabajos en una red inteligible?
Escribiendo, leyendo y consumiendo incesantemente este océano contaminado de listas, nos sumergimos en el podrido mercantilismo del alma cinéfila. Quizá otras prácticas más perniciosas perjudiquen la cultura cinematográfica, pero aun así, las listas son tan banales y sintomáticas como cualquiera otra en este podrido y derretido mundo.
Incinera tu lista. Si debes contar, escribe la misma cantidad de palabras sobre cualquier otra película que no figure en tu lista.
Lee la misma cantidad de palabras sobre mujeres cineastas o cineastas del sur global.
O convierte esas palabras y caracteres en unidades de tiempo y mira un filme que nunca ha estado en tu lista.
Una potlatch de listas: redistribución de recursos redirigidos desde la energía colectiva de la creación de listas.
El reclamo de la supremacía estética comienza con la lista. Ojalá tuviéramos otras formas de crear esferas de valor o de abolir por completo los términos superficiales de valor y, junto con ellos, el arbitraje caprichoso y empobrecido de lo que cuenta como arte cinematográfico, arte digno de ver y por el que vale la pena luchar. La lista se consolida como si fuera evidencia propia, reafirmando todo lo que no enumera, todo lo que su enlistador no aprendió, no vio, no supo.
Las listas son para la ropa sucia, no para filmes.
Si nos lavamos los ojos y los oídos y las mentes, encontraremos que lo que se queda con nosotros al enjuagarnos la espuma, es un gancho a otro mundo cinemático, de imágenes, espacios, voces, pasajes, luchas y tiempo: tiempo recuperado de su robo por la narcisista lealtad cinéfila al capital.
Este ensayo fue publicado originalmente por Elena Gorfinkel «Against Lists», Another Gaze, Noviembre 29, 2019.
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