Por: Kathia Villagrán|@KathiaVC
“Yo te di un un hijo y tú lo tiraste por ahí” dice el personaje de Gael García Bernal en las promos de Ema, intrigando al espectador sobre su argumento. Pero el verdadero corazón de la película es Mariana di Girolamo en la entrega más reciente del director chileno Pedro Larraín (Jackie, 2015), que co-escribió con Alejandro Moreno y Guillermo Calderón.
Entrelazados con escenas de baile urbano y colores brillantes en la ciudad chilena Valparaíso, nos introducimos al drama familiar de la pequeña familia de Ema (Mariana) y su esposo doce años mayor, Gastón (Gael), después de que la adopción de su hijo se sale de control. El miedo, el dolor, la desesperanza y la culpa que los rodea, provoca en Ema un deseo de liberación y nada la detendrá para lograr lo que desea.
En discusiones con dolorosas palabras que se sienten como una “muerte por mil cortadas de papel” llegamos poco a poco a conocer lo que sucedió en el hogar de la familia dedicada a la danza y cómo el suceso rompió a la pareja. A través de intercambios de sentimientos de culpa en escenas casi teatrales, llegamos a considerar la sanidad de los padres y en su capacidad de cuidar un niño igual o más roto que ellos.
Ema de alguna u otra manera está empecinada en alcanzar su objetivo: recuperar a su hijo. En el camino la vemos emanciparse de su anclas y cambiar su vida por completo. Encuentra una fascinación por el fuego, el reggaetón y en disfrutar su sexualidad de manera fluida. Sin ataduras. Conoce al bombero Aníbal (Santiago Cabrera) y a la abogada Raquel (Paola Giannini) y no tarda en seducirlos con sus encantos. También encuentra en sus amigas un grupo incondicional que está dispuesto hasta cometer crímenes por ella y defenderla cuando el momento es necesario. Ema no puede evitarlo, Ema por fin es libre… O eso nos hace creer.
A pesar de que tenemos la respuesta en nuestras narices y de manera muy obvia, y sabemos qué representa cada personaje en el juego de Ema; el final no deja de sorprender. Y si bien, la película de Larraín es comparada con Climax de Gaspar Noé (danza, fiesta, sexo y luces brillantes), la película chilena da la profundidad de los personajes que la francesa carece. La historia nos sumerge en un mundo donde todo puede salir mal pero es imposible abandonar el viaje. El encanto de la protagonista y su desarrollo se complementan a la perfección la cinematografía de Sergio Armstrong y el soundtrack electro-urbano a cargo de Nicolas Jaar. Lamento no poder haber vivido la experiencia de verla en cine, pero gracias fue posible antes de lo que esperaba solo por un día (1 de mayo).
Ema hace honor al título de la película y se convierte el foco de la película, Mariana trabaja de manera impecable el personaje. Es capaz de contar la historia con sus movimientos y su juego de miradas que aprovecha para olvidarse de sus problemas o alcanzar su propósito. Ella sabe lo que quiere y sabe cómo conseguirlo; es perversa al hacerlo y toma el control de la situación con mucha facilidad. Los demás personajes que giran a su alrededor no pueden hacer nada más que postrarse a su vera y complacerla. Ema no conquista el mundo solo porque no quiere.
En una filme donde el reggaetón sabe a revolución, cualquier cosa puede pasar y lo digo de una manera positiva. Es una historia que requiere que tus oídos y ojos estén atentos a un viaje hipnótico y atrapante, que utiliza cualquier objeto en escena para ser narrador. Sin lugar a dudas, una de las mejores películas a nivel visual que he visto en el año y una que tendré que repetir muchas veces más para deshilarla. Si tienen la oportunidad de verla, no pueden perderse la experiencia que solo Ema les puede dar.
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