Por: Valentina Ramírez | @PhilomathGo
¿Se puede mantener la esperanza en un lugar desamparado? Esa es la pregunta que nos hace El cuento de la criada. Basada en la novela de Margaret Atwood, esta serie explora, y en muchos casos expande, el mundo presentado por esta escritora en 1985. Aunque la historia fue escrita hace ya más de treinta años, sus temas siguen siendo vigentes, y con los fenómenos sociales que se han dado en los últimos tiempos se ha ganado un lugar no solo como una gran obra de arte, sino como una herramienta necesaria de crítica social.
Situada en un futuro no tan lejano, nos presenta la historia de “Defred”, quien pronto pasaríamos a descubrir realmente se llama June Osborn, una criada en el país de Gilead. Los primeros episodios de la serie están envueltos en misterio, y sabemos tanto como la misma June, pues su situación no le permite tener acceso a lo que está pasando en el mundo más allá de las aprisionantes paredes de la casa del comandante al que sirve. Entre las muchas cualidades de la serie se incluye la fotografía, y cómo esta es usada de manera simbólica para transmitir el sentimiento de claustrofobia a través de la selección de encuadres. June nos habla, o quizá se habla a sí misma, en voz en off y el close up de su rostro se vuelve un leitmotiv recurrente.

Los hombres de Gilead son libres y líderes del mundo, en cambio, las mujeres son forzadas a vivir en un mundo sin derechos. Ni si quiera aquellas que se considera se encuentran en la parte más poderosa de la jerarquía tienen derecho a tener propiedades, trabajar, ni si quiera a leer. Las más esclavizadas, son forzadas a un ritual basado en la Biblia, donde son violadas para darle hijos a las familias poderosas.
En un principio, el terrible mundo donde vive June nos puede parecer algo sacado de otra época o de otro país, uno inhumano y lleno de fanatismo religioso. Pero no, lentamente vamos descubriendo que Gilead no es más que el destino de Estados Unidos cuando un régimen autoritario llega al poder e impone su propia moral como la ley, una moral que se caracteriza por ser patriarcal y misógina.
Margaret Atwood, la autora original de la novela en la que está basada esta serie, ha mencionado que todas las cosas horribles que sufren las mujeres en Gilead no fueron inventadas por ella, sino que son situaciones reales que las mujeres viven o han vivido alrededor del mundo. Lo único nuevo, es que pasan todos estos horrores al mismo tiempo y en un país tan primermundista y familiar como Estados Unidos. En lo personal, me parece que incluso se puede interpretar como una crítica a la idea islamofobica de que lo que hace machistas a los países como Arabia Saudita es su religión. La única diferencia entre Gilead y uno de estos sitios es que, en lugar de seguir el Corán, siguen la Biblia. Es como si la serie nos dijese “no es la religión lo que los hace machistas, es el ser hombres”. Y nos recuerda una y otra vez los horrores a los que las mujeres están expuestas cuando son determinadas y discriminadas por su cuerpo.
June es una de las muchas mujeres que son forzadas a una gestación no voluntaria para darles hijos a los líderes de Gilead. Su función social es la de paliar la infertilidad, pero a pesar de ser de suma importancia para esta nación, son maltratadas y hasta torturadas. Pero, a pesar de todos los horrores que vive, June se levanta y se levanta, una y otra, y otra vez. Lo que guía a sus violadores, torturadores y esclavistas es la fe ciega en una ideología, lo que la guía a ella es el amor, pues nunca pierde la conciencia de que, en algún lugar de este mundo tan horrible, su hija aún la necesita.
Además, la serie nos recuerda que el mal patriarcal no es efectuado únicamente por los hombres, y nos muestra a varias mujeres que participan en esta violencia. Para mí, el sistema de castas de Gilead tiene la función de dividir a las que de otra forma se darían cuenta de que tienen más en común que en contra. Hay muchos personajes complejos y ambivalentes, muchos que apoyan parcialmente el régimen y que son laxos con aquello que les conviene, pero que son autoritarios y crueles cuando no. Entre otras cosas, la serie nos recuerda que la tolerancia al mal es lo mismo que lo deja llegar al poder.
El mundo en el que vive June es uno horrible y desamparado y, aun así, la historia sigue, y June se levanta una y otra vez. Entre las escenas más crueles y dolorosas hay algunos atisbos de esperanza, algunos logros, alianzas y momentos de lucidez entre las habitantes de este mundo, que las acercan a una liberación. Pero el suspenso se mantiene, ¿lograrán terminar con estos horrores? Aún no lo sabemos, la historia fue renovada para una cuarta temporada y aún quedan muchos secretos del mundo de Gilead por descubrir. Sin embargo, aunque todavía no conozcamos el destino de este mundo, nos da suficientes herramientas para reflexionar sobre el destino del nuestro.
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