Por: Mariana Dianela Torres |@dianelatv
Noche. En un callejón casi iluminado se observan huellas de muerte. Los vivos y los no vivos. Tumbas ensoñadas: sombras de los espíritus. Unos pies descalzos y cansados bajan lentamente de un avión. Luz cruel y cruda en piel negra que brilla. Humedad. El techo se derrumba. Un limbo poético se desplaza como una muerte lenta. Almas destruidas navegan perdidas en un laberinto cinematográfico. Palabras intraducibles. Los espíritus sólo hablan portugués y nacen de las sombras. La espera.
Manos, lágrimas y cama ensangrentada. Más que presencia de rostros; ausencia de vida. Ante todo, el duelo, el sufrimiento, la supervivencia y el trabajo. Misterios y ecos en las paredes. Encontrar la luz en el cuadro oscuro. Una casa. Sonidos del viento y silencios. Una cámara fija con movimiento interno. El fuera de campo como delirio exterior. Monólogos que se pierden en su respiración. Fundido a negro.
Alguna vez Abel Gance escribió “El genio trabaja a la sombra del dolor hasta que dicha sombra se convierte en luz. El cine no ha tenido una sombra de dicho tipo, y a ello se debe que todavía no tenga sus grandes artistas”, esto quizá porque creía en la posibilidad de que en algún momento el cine sería capaz de materializar lo anterior. Parece adecuado vincular dicha idea con el cine de Pedro Costa.
Vitalina Varela (Portugal, 2019) reduce en su dolor la ausencia-presencia de luz. Como si se tratara de una sombra iluminada que se crea desde el ambiente visual y sonoro. Se trata de la continuación del limbo cinematográfico que Cavalo Dinheiro (2014) dejó. Aquí el oxímoron emana del cine mismo, de la síntesis poética que se crea entre la luz y la oscuridad. Una espera que se concreta en rabia expresiva.
Materia oscura digitalizada. La forma se encuentra como Vitalina la enuncia: con lentitud y pesadumbre. Recuerdos o ensueños audiovisuales en un espacio-tiempo antes que acciones. La puesta en escena se materializa como una puesta en iluminación. Más que la exteriorización de los sentimientos de un personaje, la cinta tiene que ver con la complejidad que implica la destrucción de un pueblo expresada en términos pictóricos.
Vida y muerte. El montaje discurre en su dialéctica sensorial donde existe una lucha interna-externa. Planos negros que solamente son posibles con la imagen digital. En algunas secuencias se percibe que la cinefotografía va en sincronía con el movimiento sonoro de las respiraciones que se escuchan. Paisajes sonoros y pasos lentos, fatigados. La espera es eterna.
Bresson y Renoir presentes. El cine de Costa es luz, pero principalmente contrastes; ausencia y existencia en conjunto. De vacíos y sentidos claros. Sufrimiento y espíritus. Dolor y miradas. Antes que voces, existen espectros del sonido. El exilio de un pueblo manifestado en sus sombras y lamentos. Planos fijos con ritmo interno. Esclavos que deliran mientras trabajan hasta la eternidad. Seres completos en espacios destruidos. El presente es pasado.
Cuando comienza el silencio trae consigo las sombras. El recorrido emocional de Vitalina: una mujer que esperó una eternidad para viajar a Portugal, donde encuentra una tumba que da el inicio a su limbo. La sensación casi coreográfica se percibe en la rítmica de las secuencias y supera cualquier percepción racional. De este modo podemos distinguir cómo la sombra se transforma en luz; la destrucción de un pueblo se convierte en la penumbra cinematográfica. Años que no terminan. La espera es la espera y nada más.
Para Costa el cine es cuestión de trabajo y no únicamente talento. El cine necesita cuestionarse. Sus películas son como un río. Por otro lado, con esta película deja explícita aquella idea de que una pared puede ser espectacular. Encontrar el misterio. Contrastes pictóricos en relación al espacio cinematográfico.
Un lugar que va más allá de la realidad. Esperamos con paciencia entre tanta oscuridad, cuando se escucha “Bienaventurados los que lloran pues serán consolados”. Se parte del indicio de que nuestra espera será recompensada porque aquí, mediante el dolor ajeno, podremos quizá percibir el llanto del otro como nuestro.
Luego, el destello se aproxima a los planos para deslumbrarnos poco a poco. Existe una transformación espacial desde la penumbra, y el consuelo llega mediante el cine. Donde hubo pasos silenciados en un callejón lleno de tiniebla, ahora hay un plano igual, pero con un espacio vacío. Lo brillante, la tiniebla y su tiempo interior.
Después de 40 años que esperamos, como Vitalina, ahora sin poder salir de este limbo que ocasiona placer en su displacer. Las cartas ya no son texto. No hay palabras claras, únicamente la búsqueda de la luz y la búsqueda del sonido en el tiempo. Nacer en la sombra. La furia o la enfermedad. Otra vez el limbo, otra vez la espera. Día.
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