Por: Amira Ortiz | @unazuara
Un matrimonio joven busca conseguir un embarazo. La armonía del hogar se mantiene, sobre todo en sus mejores momentos, en la esperanza -casi necesidad- de la llegada de un pequeño “Manuelito”. El deseo por concebir, poco a poco, escala a la frustración y los hechos innegables comienzan a fracturar la relación de Manuel (José Pescina) y Lupe (Paulina Gaitán). Cuando el protagonista descubre su infertilidad, el relato de la paternidad anhelada se mueve a la exposición de la rabia masculina, y su vínculo directo con la violencia y las relaciones de poder. Así opera Territorio, segunda película de ficción del director Andrés Clariond.

Clariond es sutil en su exposición y en las maneras veladas en las que se condonan las conductas machistas. Manuel, a simple vista, no es un violento. En su retrato inicial es un hombre dedicado y cuidadoso con sus obligaciones laborales. Es un esposo amable, solícito. Así es como se inserta a su círculo Rubén (Jorge A. Jiménez), el nuevo trabajador a su cargo. La cinta toma su tiempo para mostrar la amistad entre los dos, evidenciando también sus diferencias. Cuando Manuel consigue el dinero para una inseminación artificial, su nuevo amigo parece el candidato ideal para ser el donante.
A la espera del resultado positivo, la dinámica del dúo se transforma de la simpatía y la cordialidad llevadera a la parte más animal e irracional del hombre. Bajo esa óptica, en la defensa del Territorio, estos hombres son contrincantes. Y así, el poder económico, la jerarquía laboral y el papel de marido de Manuel, quedan cortos ante la presencia física y la “virilidad” de Rubén. En dos de sus escenas más crudas, la cinta deja evidencia de la “superioridad” de un macho sobre otro, y la evolución de estos enfrentamientos está destinada a la destrucción.
No es la primera vez que el director mexicano se interesa por la dinámica de las estructuras de poder. En Hilda (2014), su ópera prima, Clariond mostró las obsesiones y los maniqueos de una señora de clase alta hacia una trabajadora del hogar. Al igual que en Territorio, hay señuelos en acciones que dan pista de conductas violentas. Sugerencias e invitaciones que parecen afables, que velan por un supuesto bien, pero que en realidad son manifestaciones del interés propio, de la imposición de uno sobre otro.

Estos detalles son los que le otorgan mayor dimensión y realismo a los personajes, y es que aunque la película centra su examen de poder desde la sexualidad, es claro que Manuel no comenzó a ejercer (y ser receptor de) la violencia cuando vio amenazada su “hombría”. El macho ya existía y seguirá existiendo. Si bien el examen de la masculinidad en Territorio no es nuevo, su acercamiento es particular debido al tiempo político que vivimos. Clariond no pierde esto de vista y ofrece un final que opta por la destrucción propia. Ese desenlace que veíamos venir, que la ficción y la realidad nos siguen mostrando, se resiste a manifestarse.
Territorio no busca colocarse como una consigna propositiva, mucho menos feminista. En sus condiciones y en su retrato, Clariond, también responsable del guion, encuentra en el sexo y el deseo una autonomía para Lupe, aunque insertada en el sistema. Paulina Gaitán hace lo propio al transmitir su hastío y mantener el control en tensa dinámica entre Pescina y Jiménez, expuesta en close ups y en una atmósfera asfixiante. La cinta nos deja una muestra más de que en el México patriarcal, toda masculinidad es, inherentemente, tóxica.
Territorio forma parte de la selección Ahora México del Festival Internacional de Cine de la Universidad Nacional Autónoma de México (FICUNAM). Consulta los horarios en el sitio oficial.
Amira Ortiz Azuara
Escribe sobre cine y televisión. Egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Ganadora del 3er. Concurso de Crítica del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.
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