Por: Montse Cuevas |@montse_cuevass
Un mosaico celebratorio de la cultura latina, la comunidad queer, la sexualidad femenina y los lazos de sangre, raza e identidad: Eso es Vida.
En un mar de contenidos y producciones en masa, es difícil que una serie se distinga, más aún cuando no se encuentra en una de las plataformas de la corriente dominante (en este caso, Starz Play). Sin embargo, y contra todo pronóstico, la dramaturga y guionista mexico-estadounidense, Tanya Saracho, ha logrado llamar la atención de unos cuantos, quizá no los suficientes, con una audaz y transgresora propuesta: Vida.
Cuenta la historia de dos hermanas mexicano-estadounidenses, Lyn (Melissa Barrera) y Emma (Mishel Prada) Hernández, que vuelven a su barrio en el este de Los Ángeles tras la inesperada muerte de su madre. Desde su episodio piloto, dirigido por Alonso Ruizpalacios, la serie de media hora derrumba por completo los tabúes y los tropos que a menudo vemos relacionados con la comunidad latina para destacar un microcosmos que quizá no conocemos muy bien, pero que es parte vital de nuestro tejido cultural, producto de la época y los países en los que vivimos, ya seamos mexicanos, sudamericanos, estadounidenses, o chicanos.
En primera instancia, Vida sobresale por su uso del spanglish, un vaivén lingüístico que, en ocasiones, quizá suena premeditado o un tanto artificial, pero ante todo funciona como un puente. Cierra la brecha entre dos mundos y termina dando voz a una subcultura que, aunque a primera vista parezca ajena al imaginario latino fuera de Estados Unidos, también es parte de nuestra identidad. La internacionalización cultural es real, estas comunidades son la evidencia y estas producciones, el reflejo.
Lo segundo más destacado de esta obra es su exploración de la gentrificación y las contradicciones culturales que esta conlleva. Toma un concepto aparentemente tan abstracto como lo es la lucha de amor y odio con nuestras raíces y lo aterriza en sujetos personales y tangibles para convertirlo en rica materia prima para el drama. De igual forma, muestra la discriminación y el rechazo que existen dentro de las mismas comunidades étnicas, vociferados por medio de etiquetas como “whitina” o “chi-pster”. Esto arroja luz a una realidad que poco se ve en la televisión: el limbo de identidad en el que se encuentran muchos inmigrantes de segunda o tercera generación al ser rechazados por no ser “verdaderos estadounidenses” y, a su vez, tampoco ser considerados “auténticos latinos”.
Como si esa no fuera suficiente rebeldía narrativa, el último aspecto digno de mención en esta serie es su empleo de la sexualidad y, en concreto, los desnudos de cuerpos variopintos e imperfectos, como recursos dramáticos, que ayudan a ahondar en los personajes y avanzan la historia. En sus protagonistas, personifica la sexualidad femenina bajo una luz positiva, aunque no sin el contraste de los prejuicios tan arraigados en la comunidad latina. Con las escenas explícitas de sexo, Tanya Saracho y su equipo de colaboradores (conformado mayormente por mujeres, latinos, y miembros de la comunidad LGBTQ) buscan incomodar a la audiencia, a fin de exhortarla a reflexionar sobre los tabúes que nos han llevado al pudor y a los juicios de valor que tanto han infectado a la sociedad y han desembocado en desigualdad y violencia de género. En particular, con el personaje de Emma, también se exploran las realidades de la comunidad queer latina, plasmando la diversidad sexual sin tapujos ni restricciones, y con una sinceridad que, de nuevo, rara vez encontramos en los medios establecidos.
En términos de argumento, la serie puede caer en ciertos clichés y arcos “telenovelescos”, aunque jamás a costa de su boyante personalidad, la cual casi siempre le permite eludir las típicas trampas del relato. Su primera temporada de seis episodios fue la introducción ideal a este mundo rebosante de matices. La segunda temporada, pese a su extensión de 10 capítulos, se quedó corta en el crecimiento de sus personajes y dejo ciertas temáticas sin explorar. Sin embargo, aunque sus protagonistas y habitantes secundarios hayan tomado decisiones frustrantes o se hayan quedado estancados, el hecho de que el espectador se sienta frustrado y estancado junto con ellos, es un mérito importante del guión y de las increíbles actuaciones de su elenco.
También cabe reconocer que, con Vida, es claro que Starz Entertainment busca atraer a un cierto sector demográfico, cubriendo todas las exigencias de contenido que los milénials latinx podrían expresar, con lo que se suma a una ola reciente de producciones similares que buscan apelar a este creciente mercado como One Day at a Time o Jane the Virgin, y más adelante este año, In the Heights y Selena. No obstante, es un consuelo (y es palpable) que comisionen la labor de comprender y materializar esas exigencias a creativos que pertenecen o conocen ese sector lo suficiente como para darle una voz genuina.
Vida es arte intrépido y conmovedor. Es una lástima que, hasta el momento, no haya figurado en las premiaciones más destacadas de la televisión que, si bien no son un estándar de calidad, sí son una plataforma importante de visibilidad para propuestas dignas como esta. En todo caso, su tercera temporada llega en abril a la plataforma de Starz Play, ya disponible en México, y vale la pena apoyarla con nuestra audiencia. En lo personal, espero con ansias que Saracho y compañía recuperen el camino y cosechen al máximo el potencial de las semillas que han sembrado.
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