Por: Paulina Abril Vázquez| @vzquez_pau
“Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran
y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana”
-Eduardo Galeano
Una noche mi mamá entró llorando a mi recámara. Tenía la cara enjuagada en lágrimas y no podía contener su sentimiento. Claro que ver a la madre conmocionarse de esa manera le hace pensar a uno lo peor, sin embargo, explicó que había visto una película muy bonita. Si bien en palabras de mi madre muy bonita es la categoría estética más alta dentro de su juicio a partir de sus experiencias de ser humano, estas palabras resultan profundamente simbólicas cuando entendemos que su asociación de lo bonito equivale a aquello que es significativo y valioso.
Vivir dos veces (España, 2019) es una sensible y arrobadora historia que toca fibras especialmente sensibles en las y los espectadores. La cineasta española María Ripoll, presenta su preciosa interpretación del guión de María Mínguez, en la que encontramos un desarrollo muy particular, divertido y hasta poético.
Su ligero tono de comedia se entrelaza con momentos desoladores que nos conmueven hasta las lágrimas y es quizá la intención de eliminar el melodrama de las escenas más fuertes que padece su protagonista, la clave que lleva a las y los espectadores de una intensa emoción a otra en un breve instante.
Las y los actores traen a la vida a personajes auténticos en su esencia y carácter. Nos resultan familiares y en muchos casos, su trabajo histriónico nos provoca todo un proceso de catarsis. Es una historia cuya belleza radica en la simplicidad y fluidez de su estructura. Además de que la edición y la música nos permiten tener momentos introspectivos en los que nuestros recuerdos nos inundan y posibilitan que no veamos solamente a Oscar Martínez, interpretando magistralmente a un profesor de matemáticas sino también a aquellas personas en nuestras vidas que se perdieron en un vaivén entre el pasado y el presente.
La pérdida progresiva de un ser querido es quizá mucho más desgastante que la pérdida repentina. Claro que esa hipótesis dependerá en gran medida de los contextos específicos de cada pérdida, pero para aquellas personas que han perdido seres queridos a causa de una enfermedad degenerativa, ver escenas en las que un personaje se reblandece y repentinamente comienza a desaparecer dentro de sí mismo resulta tremendamente doloroso.
Vemos así la eterna condena de género: la hija termina cuidando al padre hasta que lo mudan a una casa de cuidados, donde otras mujeres cuidan de aquellos que necesitan apoyo. Dentro del filme no existe una crítica al respecto, sino una postura emotiva que recalca los vínculos afectivos y hace énfasis en esos momentos que definen la huella del Alzheimer en sus vidas. .
Es al final cuando vemos que todo el tratamiento emotivo y cómico del filme se concreta; un desenlace ameno y conmovedor. Termina así un filme con un inicio, una pauta que reencuentra la oportunidad de vivir el anhelo que permaneció por muchos años en el aire y que solo se vio concretado en la última recta de la vida.
Paulina Abril Vázquez
Artista visual, cinéfila y poeta especializada en estudios de género y feminismos.
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