Por: Romina Alexandra |@rominaalexandragarciafelix
¿Qué sucedería si Alicia y Peter Pan hubieran sido hermanos? ¿Cómo habrían sido diferentes el País de las Maravillas y el País de Nunca Jamás? Brenda Chapman, directora de Come Away, nos invita a este particular universo en el que los juegos y la imaginación de tres hermanos, Peter, Alice y David, se enredan con la realidad y les permite soñar y seguir siendo niños. Sin embargo, este drama familiar protagonizado por Angelina Jolie y David Oyelowo no está creado para un público tan joven como esperaríamos por su temática, y tampoco es exclusivamente para adultos; sino que habita flotando entre la familiaridad de un cuento de hadas y una infancia recordada a medias.
En los últimos años se han estado filmando nuevas versiones de nuestros clásicos favoritos. Películas como El Libro de la Selva, La Cenicienta y El Rey León, llenan las salas de cine con chicos apunto de descubrir nuevos mundos y adultos tratando de reconectarse con el pasado. Estas historias contadas a través del filtro del siglo 21 y adaptadas a enfoques más “políticamente correctos,” nos llevan a viajar a tiempos más simples, a tiempos de nostalgia; a sábados por la mañana de calcetines calientitos, cereal y caricaturas.
Sin duda, los live action remakes de los últimos años han sido la oportunidad perfecta para cambiar la narrativa de muchos personajes y hacerlos más identificables y complejos; como en el caso de Aladdin (2019), donde la Princesa Jazmín aparece mucho más proactiva en su propia historia que en la película animada original. Otra idea que se ha popularizado es lanzar distintas versiones donde se intenta humanizar a los personajes que durante años consideramos villanos; como lo hemos visto con Maléfica (2014), en donde se nos muestra el otro lado de la historia, y nos llama a considerar otras perspectivas.
Todas estas libertades creativas se han tomado para educar a los niños de una forma más acorde a nuestro tiempo moderno y darle un espacio y foro a nuestras nuevas sensibilidades. Ahora que se ha abierto esta puerta que aguardó sellada tantos años, se asoman con ella muchas posibilidades frescas donde se pueden explorar más a fondo el subconsciente de los personajes, sus motivaciones y sus respuestas más “humanas.”
Come Away es un giro a dos de nuestros clásicos favoritos que nos muestra una concepción bastante más oscura de Peter Pan y Alicia en el País de las Maravillas; pero también una oportunidad para revisitar las fantasías e ilusiones que existen latentes durante la niñez y que se pierden al convertirnos en adultos.
Con su admirable trayectoria que incluye compañías como Walt Disney Pictures, DreamWorks Animation y Pixar Animation Studios, Brenda Chapman, es una de esas leyendas que puede decir con confianza que crió a toda una generación. Su currículum es una oda a la infancia de los 90s y un viaje en el tiempo para muchos de nosotros. Brenda estuvo en la habitación donde historias como El Rey León (1994) y El Jorobado de Notre Dame (1996) fueron creadas, su lápiz dibujó las viñetas de La Sirenita (1989), y El Camino Hacia el Dorado (2000), y sus talentos trajeron a la vida al Príncipe de Egipto (1998) y a La Bella y la Bestia (1991). Y ahora aparece en el Festival de Cine de Sundance 2020 para el estreno de su primer live action Come Away, un proyecto independiente que ataca en la yugular a las normas que una vez siguió religiosamente.
Tras una formación tan involucrada en las raíces más profundas de los clásicos animados, y después de haber trabajado por tantos años en los departamentos creativos de empresas que se dedicaron a construir finales felices, sería absurdo no preguntarse, ¿Qué fue lo que hizo que Brenda optara por dirigir una película que rompe con los esquemas de los cuentos de hadas que ella ayudó a crear, y que muestra el lado oscuro de nuestra imaginación?
Aunque a la misma vez, ¿Quién podría ser mejor para contar una historia así?
Come Away nos presenta una dinámica familiar que aparenta ser perfecta, sana y feliz. Este hogar acogedor está compuesto por padres amorosos y tres hermanos que pasan sus días jugando en los alrededores de una pequeña cabaña en el bosque e inventando nuevas hazañas antes de dormir. Ramas de los árboles que se convierten en flechas, espadas, mapas del tesoro, espejos y madrigueras de conejo que esconden otras dimensiones, son sólo algunos de los juegos en donde el público logra acompañar a los niños en sus aventuras. Sin embargo, y para no perder la costumbre, una fuerte tragedia rompe con esta red de seguridad y éstos se ven obligados a lidiar con los eventos recientes y con lo que se presenta ahora como su nueva realidad.
La pérdida del hermano mayor David, destroza toda magia y calor en un hogar que antes parecía ser impenetrable. No pudiendo encontrar su lugar después del accidente, la familia Littleton comienza a desconectarse. Entre fiestas de té, conejos blancos, campanitas y batallas contra temibles piratas, Peter y Alice se sumergen en sus universos mágicos como un método de escape mientras su familia lucha por mantenerse a flote. El País de las Maravillas y El País de Nunca Jamás son lugares en donde pueden soñar, detener el tiempo y dejar de crecer, pero lo que es aún más importante, son destinos donde pueden ser héroes y donde posiblemente, pueden salvar a su familia.
Lo controversial de esta historia reimaginada es que la concepción de estos lugares mágicos aparece como una respuesta al trauma y como un mecanismo de defensa; y no como un mundo mágico en la imaginación de un niño feliz. Los retos que se les presentan a estos niños perdidos, catalizan un enfrentamiento con su propia impotencia al ser demasiado jóvenes para ayudar, pero lo suficientemente grandes para entender lo que sucede y querer tomar acción. Peter y Alice se encuentran en un punto donde se ven forzados a decidir entre vivir en los mundos que han creado o en la realidad que parece atacarlos en cada esquina.
Los adultos en esta historia no son seres intocables que flotan alrededor de las aventuras de los pequeños como en la mayoría de los cuentos; son personas imperfectas en duelo tratando de descubrir cómo recuperar sus vidas y el balance mientras descuidan a sus hijos. Se tocan temas fuertes como el de las adicciones, el alcoholismo, la depresión y el clasismo; temas que, aunque forman parte de nuestro día a día, también uno se pregunta si son temas que quisiéramos alimentar y exponer a los ojos jóvenes de nuestros niños en una tarde de palomitas y dulces. Es por esto que sigue siendo para mi una sorpresa que una película como Come Away fuera añadida a la categoría de Kids para su estreno en el Festival de Cine de Sundance 2020.
Lejos de ser una película para niños, esta historia le habla a las heridas adultas de una generación que creció con polvo de hadas y que tuvo que enfrentarse a la desaparición de la magia en algún punto del camino. Es imposible no tener un momento de introspección al momento de los créditos y preguntarse, ¿cuáles son las historias que tuvimos que contarnos nosotros en la infancia para poder enfrentar nuestra realidad? ¿cuál fue ese momento en el que se cerraron las puertas de Nunca Jamás y nos descubrimos atados a ser adultos?
Come Away es definitivamente un abrazo al niño interior dentro de todo adulto que ha perdido contacto con Nunca Jamás y con el País de las Maravillas; y un drama familiar que vale mucho la pena ver y analizar.
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