Por: Amira Ortiz | @unazuara
El cine de Marielle Heller tiene elementos recurrentes: protagonistas cínicos, relaciones fracturadas y un esfuerzo por rescatar estos vínculos a través del amor. La escritura también es una característica en sus personajes principales: la adolescente que deja evidencia de su despertar sexual en The Diary of a Teenage Girl (2015), la biógrafa cuyo trabajo de investigación es la ficción en Can You Ever Forgive Me? (2018) y el respetado periodista que se enfrenta a hacer un perfil de Mr. Rogers, uno de los personajes más queridos por el público estadounidense, en A Beautiful Day in the Neighborhood (2019).

La tercera película de Heller sigue al periodista Lloyd Vogel (Matthew Rhys) en sus reuniones con el mítico Fred Rogers (Tom Hanks), responsable de uno de los programas de televisión infantil más apreciados y longevos en la historia de Estados Unidos: Mister Rogers’ Neighborhood. En su misión para escribir el perfil perfecto de Mr. Rogers, Vogel, padre primerizo y esposo incauto, se reencuentra con su propio padre, el hombre que lo abandonó en la infancia.

«Un buen día en el vecindario», primera cinta de la directora en la que el protagonista es un hombre, es la segunda incursión de Heller en el género de la biopic. A simple vista pareciera que la también actriz tomó el camino directo al reconocimiento en Hollywood al contar la historia de uno de los personajes más importantes de la vieja escuela del entretenimiento americano. No es así. La pieza clave del guion de Noah Harpster y Micah Fitzerman-Blue está en el entendimiento de la esencia de Fred Rogers. Para contar la historia del célebre conductor era necesario hablar de su efecto en los otros.
Basada en el perfil “Can you say… hero?”, escrito por Tom Junod, la cinta no se limita a aquel texto de portada. Esta ficción pone una primera distancia al otorgarle una identidad distinta a su protagonista. El actor británico Matthew Rhys no es Junod, es el periodista Lloyd Vogel. En esta simple distinción el equipo creativo deja de lado la adaptación literal en miras de una exploración que se apegue más a las formas cinematográficas. La película es inteligente al jugar con las maneras de la industria, empezando por aspecto más notorio: tener a Tom Hanks a la cabeza. Por su papel en A Beautiful Day in the Neighborhood, Tom Hanks recibió su primera nominación al Oscar en casi 20 años.
Hanks es uno de los rostros más conocidos y apreciados de Hollywood. Hay un paralelismo entre el veterano actor y Fred Rogers, ambos figuras reconocidas por su industria y público. La cinta aprovecha el reflector en los Mr. Rogers para dar luz al nuevo personaje de Heller: el periodista misfit.
La directora también retoma su interés por las diferentes dimensiones en sus películas. Así como en Diario de una chica adolescente la animación es parte de la exploración del carácter de su protagonista, un aspecto del diseño de producción en Un buen día en el vecindario son los sets miniatura por los que transita Lloyd, extensión del propio set de Mr. Rogers, y que lucen por su detalle. Pienso en la dedicación detrás de cada tallado, en la construcción de cada espacio, casi como la misma reconstrucción por la que pasa Lloyd en su camino por encontrar respuestas, en su proceso para sanar.

A Beautiful Day in the Neighborhood es la película más comercial en la carrera de Marielle Heller. Sigue las convenciones del drama en narrativa y cuadro, además de tener una resolución positiva, mucho más esperanzadora que sus cintas anteriores. Esto último no solo responde a nuestros tiempos, también vislumbra una nueva dirección en los inquietudes de la directora.
Heller le pide a su audiencia que deje de mirar bajo la óptica de la duda, de las intenciones ocultas. Dejar de lado el cinismo, el peor enemigo de Hollywood. A la cinta no le interesa reconocer la motivación detrás de las acciones de Mr. Rogers, le interesa recuperar las cualidades que encumbraron a este. Cualidades que no le vendrían mal al mundo. Vínculos y escucha que las protagonistas de sus otras películas tanto anhelaban.
Y ante esto, la directora no pierde su esencia. Heller es compasiva y optimista, sin perder su exploración íntima sobre las formas más arraigadas y dolorosas en las que se construyen las relaciones, empezando con la que existe en uno mismo. Si en su ópera prima no mostró reservas para ser explícita e incómoda, en su transición al modelo hollywoodense ha diluido (¿adaptado?) este carácter provocador en expresiones diferentes, no por ello menos incómodas.

El Fred Rogers de Tom Hanks tiene semblante pasivo, el aura del santo, la bondad encarnada. Y esas características siempre han sido disruptivas porque la realidad en la que existimos no premia las buenas acciones, porque mostrar sensibilidad es visto como debilidad, porque estamos condicionados a pensar en las muestras de afecto y respeto desde la suspicacia.
Por eso Fred Rogers es incómodo para Lloyd y para el público en el cine. Es incómodo sostener la mirada de un hombre que cuestiona las memorias infantiles, observar la seguridad con la que un adulto trabaja con materiales asociados a la niñez, mirar el lado inocente en un cuerpo mayor.
Esto último es lo que me responde por qué, a la luz de la temporada de premios, la cinta no recibió el reconocimiento de la Academia. En el festejo de la ira masculina y el olvido de toda sutileza, Heller construyó una película sobre la exploración personal, sobre conexión y reconciliación. Que Tom Hanks sea la única figura que ha destacado en las premiaciones responde una lectura superficial: quien está a la cabeza, el rostro, es quien carga con el proyecto. Tal parece que Hollywood aún no entiende el legado de Mr. Rogers.

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