Review + Interview: La muerte no existe y el amor tampoco

Por: Julia Bonetto |@juliebonet

Mientras Fer Salem habla, antes de que empiece la proyección, solo pienso en el silencio: el que provoca el director en el público, el que siento adentro y la pausa característica que se produce cuando se apagan las luces en una sala y empieza cualquier película. 

Basada en la novela Agosto de Romina Paula y con música original de Santiago Motorizado, el segundo film de Fernando Salem La muerte no existe y el amor tampoco pone en pantalla la experiencia desgarradora de la protagonista frente al duelo y al desamor. 

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Emilia (Antonella Saldicco) vuelve al pueblo patagónico donde creció para esparcir las cenizas de Andrea (Justina Bustos), su mejor amiga. Por unos días, la protagonista deja atrás su vida como psiquiatra en un hospital de Buenos Aires, su novio y su casa, para viajar un rato al pasado. Ahí, en el peligro inefable de la nieve, el frío y el silencio, Emilia se encuentra con Jorge (Osmar Núñez) y úrsula (Susana Pampín), los padres de su mejor amiga, con su papá ausente (Fabián Arenillas) y con Julián (Agustín Sullivan), su primer amor. 

En la intimidad de cada encuentro aparece el dolor, la ausencia, la sordidez y el desasosiego que genera la distancia kilométrica y simbólica que impone la pérdida. En este sentido, Salem entreteje los hilos del duelo a través de una coreografía de imágenes que insisten en el fantasma de Andrea y el color gris en los planos. Con esto, el director se destaca por su originalidad y hace de la película una batería de preguntas acerca del tiempo verbal subjuntivo: ¿cómo sería la vida de Emilia si se hubiese quedado en el pueblo? ¿qué hubiese pasado si Andrea no se hubiese muerto? ¿existe el amor después del amor?

A diferencia de la novela, donde la narradora despliega su monólogo interior con extrema velocidad y pone en palabras sus dudas, sus temores y la intimidad femenina -algo característico de la obra de Romina Paula- el film de Salem traslada todo ese universo a imágenes y apuesta al silencio como eje discursivo. Para los lectores de la novela, la pregunta que asoma a lo largo del film es si esa verborragia mental hecha literatura puede trasladarse al cine. Y sí, La muerte no existe y el amor tampoco convierte aquél tomo literario en obra cinematográfica. Casi como un juego de estrategias de apertura y clausura, lo que aparece dentro y fuera de cuadro es todo aquello que no se puede decir o, mejor dicho, es susceptible de decir solamente a partir del cuerpo. La sensibilidad ocular de Saldicco se vuelve tierna, oscura y graciosa: dice con la mirada y habla con los silencios.  

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Al terminar la función, rompí el silencio y dialogué con Anto acerca de su participación protagónica en la película, su vínculo con la novela y cómo fue representar a Emilia. 

Al tratarse de la adaptación de una novela, la película indefectiblemente impone el vínculo entre cine y literatura, ¿cómo fue el trabajo del texto previo al rodaje? 

Agosto, la novela de Romina, la había leído hace varios años. De hecho, venía de hacer varios años de taller literario con ella y con Cynthia Edul, cuando lo conocí a Fer. Nuestra primera conversación giró alrededor del libro, él me contó que iba a adaptar la novela. El libro de Romina estuvo presente durante todo el proceso, tanto de adaptación para Fer Salem y Esteban Garelli, como para mí y el resto del elenco, luego. Aún sin tener la confirmación de que yo interpretaría Emilia, releí el libro varias veces, iba marcando con post-its de distintos colores las “escenas”. Los capítulos con Julián, con Andrea, con los padres, con Manuel en Buenos Aires, eso me mantuvo ocupada y conectada con el universo del libro hasta que Fer me hizo entrega de una de las versiones de guión. Creo que fue una manera de manejar la ansiedad que me generaba la larga previa, hasta que finalmente llegó el rodaje. Necesité aferrarme a algo durante ese tiempo de adaptación entre la novela y el guión, y justamente creo que fue al texto. Eso hizo que llegaramos a filmar la película con los textos muy incorporados. Para mí, fue la parte más orgánica de todo el trabajo. 

Hay algo de tu manejo de los silencios y los diálogos lacónicos en pantalla que resulta sublime. Además, en la peli también se ve cierta complicidad con el resto de los personajes. ¿En qué pensaste o sentiste para ponerle el cuerpo a Emilia?

Durante las proyecciones de la película a las que asistí, dentro del marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y en el cine del museo MALBA cuando la presentamos en Buenos Aires, me sorprendió que justamente, durante los diálogos más concisos o breves, aparecía el humor, la sala se reía. Creo que ni Fer ni Esteban se lo esperaban, la verdad es que yo tampoco. Fue muy lindo, porque más allá de la temática existencialista que plantea el film, se filtró la risa, como una manera de respirar la película. Por otro lado, la complicidad, fue algo que apareció en el intercambio con cada uno de los compañeros y compañeras del elenco con quienes compartimos rodaje. En muchas escenas Emilia se encuentra uno a uno. Eso inevitablemente va tejiendo intimidad con cada personaje, una forma de ser de Emilia con cada uno y cada una. Ponerle el cuerpo a Emilia fue, de alguna manera, un estar permeable en cada escena y en el intercambio con mis compañeros y compañeras. 

A lo largo de toda la peli, hay una Emilia que vuelve al pueblo, que experimenta un pasaje, que vuelve a “hacer como si”, como si fuese hija, amiga, novia. Como mujeres, muchas veces nos encontramos en ese vaivén donde volvemos a “hacer como si” hasta que resulta insostenible. ¿Cómo trabajaste eso? 

Quizás, en ese sostener o condensar es en donde se va madurando una posible certeza. Emilia tiene mucho más en la Patagonia de lo que a ella misma le gustaría, vuelve “atrás”, a ese paisaje sureño que constituye su pasado, a cerrar algunos asuntos que se le siguen presentando. Los espacios que conocía y habita están enrarecidos. Ya no cabe del todo, ya creció, ya pasó, ya no es. Y a la vez sí es: es hija, es amiga, es novia, es ex novia. A mí, particularmente, me gusta mucho esa oda a la juventud, al pasado. Son situaciones que viví, y en ese sentido, Emilia me generó mucha empatía desde el principio, es un personaje que siento cerca. 

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Cuando la muerte acecha, la voz es lo primero que se borra. Sin embargo, en la película vemos los intentos por recuperar la voz de alguien que murió, esos intentos que se realizan para recordar. “A los árboles altos los mueve el viento y a los enamorados el pensamiento”, cantan Úrsula y Jorge, los padres de Andrea, en una de las escenas finales mientras Emilia presencia ese hecho y sonríe. Presente y pasado vacilan para elogiar la pérdida. 

La recurrencia de lo insostenible, desanudar todo aquello que parecía cierto para buscar o sostener otras certezas, y todo ese silencio que condensa lo que está por desaparecer, o lo que vuelve a aparecer, se armoniza con la música que está en la diégesis. La banda sonora que comanda Santiago Motorizado cumple con su poder: es desértica, árida y detona experiencias personales, intransferibles.  

La dupla Saldicco-Salem construye una película sobre la intimidad. Lo íntimo como un hacer con pequeños gestos que le dan asilo al sujeto, a su mirada y a su calvario. Truffaut decía que el cine tiene que ser tan íntimo como una carta. La muerte no existe y el amor tampoco es un film sobre ese “estar entre dos”: dos paisajes, dos amigas, dos amores, dos padres, algo que no requiere ninguna prueba, sino que sucede y da cuenta, también, de todo aquello que sucedió en la intimidad. 

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Julia Bonetto
Filmo, escribo y juego. Me gusta andar en bicicleta.

 

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