Review: Luciérnagas

Por: Alejandra Piña |@aletspi

El mar, una habitación a punto del derrumbe. La brisa marina, el calor asfixiante. El sonido de las palmeras, deseos inherentes. La noche, la añoranza acompañada de la incertidumbre. La alianza, la pérdida, tan solo la pérdida. La oscuridad, el brillo que permanece.

Colmada de simbolismos y entretejida en una realidad latente, Luciérnagas (2018) de la cineasta iraní, Bani Khoshnoudi, aborda la historia de Rami, un joven que huye de Irán a causa de la persecución, de su propia guerra que arrastra su preferencia sexual.

Hay un océano en la garganta, sus olas llevan consigo la soledad, el pasado y la ansiedad de cruzar fronteras desconocidas, fronteras que se llenan de relaciones sociales en las que converge la empatía más pura, pero también la más violenta y desasosiega.

No es un filme que se ateste de cifras sobre la migración; da un paso más adelante y ancla en su gama verdemar una índole que no ha tocado del tanto la percepción de la mayoría: la condición humana en su punto más vulnerable, las entrañas transparentes y el sueño abatido de los migrantes.

Pero también se suman los prejuicios, la desconstrucción colectiva y la duda ante la identidad. ¿Cómo se enfrenta una persona, no solo a estar lejos de su todo, sino a enfrentarse nuevamente al ente del que está huyendo? El panorama nos lleva de inmediato a las cicatrices físicas e internas de Rami, porque aunque no necesita explicarlas, la dilación del objetivo, aunado a esos silencios involuntarios, gritan su realidad.

Khoshnoudi indaga en su narrativa dos muro más que dividen sociedades, el machismo y la homofobia. Logra abrir ese panorama de la forma más sublime, esa que va de la aceptación: la violencia corre por las venas cuando no hay capacidad de abrir paso a las verdaderas emociones, cuando admitir asusta, cuando la masculinidad del interlocutor lo mantiene prisionero, cuando no hay sano juicio de sí mismo; cuando el coprotagonista de ésta y, de cualquier historia, se aferra al apego de una educación y una cultura llena de vacíos.

Asimismo, la pieza cinematográfica se convierte en una alianza íntima, de lo desconocido de lo ya conocido; de lo vivido por Bani como mujer, como migrante, como ser humano con un pasado que duele, pero no que no define tu verdadera naturaleza, ni presiona tus raíces para asentarse en un solo lugar, porque de millones de mundos por explorar está hecho el universo.

El epígrafe de Luciérnagas se inspira en un texto de Pier Paolo Pasolini sobre la supervivencia de estos lampíridos, pero si encajamos las piezas del rompecabeza, el filme denota la conducta humana cual luciérnaga: capaces de emitir luz en su máximo esplendor, la búsqueda la calidez en el espacio-tiempo, el cotejo que anuncia el posible amor o el desamor; y si se sienten amenazadas, apagan su luz.

Así es como la historia que alguna vez leyó Bani Khoshnoudi en algunas páginas, formó su base inspiracional para desarrollar personajes con tanto en común y con caminos, quizá, diferentes, dejándolo todo en manos de lo efímero.

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Alejandra Piña:
Periodista y Publicista. Ha escrito sobre cultura, arte y música para diversas plataformas digitales independientes; fotógrafa de todo lo que ve.
Actualmente es Content y Project Manager en un agencia digital.

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