Por: Jimena Ríos |@JimenaRios
En la edición 17 del Festival Internacional de Cine de Morelia se le rindió homenaje a Agnès Varda y tuve la oportunidad de ver Una canta, la otra no. La presentación fue muy especial ya que estuvo Rosalie Varda, su hija y su introducción me hizo pensar mucho en el tipo de película que Agnès quería realizar.

Agnès perteneció al movimiento feminista y a través de su cine pudimos conocer más sobre sus posturas, esta película, en palabras de su hija pretendía ser feminista pero alegre, mostrar un feminismo que ama a los hombres pero que Agnès sabía muy bien que había conceptos que los hombres no podían entender y no les gustaba escuchar, por esto tomó la decisión de hacer un musical y que por medio de canciones ellos pudieran comprender las ideas de aquel feminismo.

Esta cinta de 1976 relata la historia de dos mujeres con experiencias de vida muy distintas, unidas por una amistad muy fuerte a pesar de la distancia que las separa. Pomme proviene de una familia adinerada, es joven y tiene el sueño de ser cantante. Suzanne es mayor que Pomme, tiene dos hijos y está esperando un tercero que no puede mantener. Pomme decide conseguir dinero para ayudarle a Suzanne a tener un aborto y es ahí en donde se unen por primera vez estas dos mujeres, quienes después de una tragedia se separan y 10 años más tarde se reencuentran en una marcha feminista. Por medio de cartas conocemos sus vidas y cómo cada una vivió el movimiento de liberación femenina.
Al estrenarse la película en 1976 hubo opiniones divididas, se dijo que no era los suficientemente radical, que se centraba mucho en los hombres, y demás. Viéndola ahora en este contexto, en 2019 cuando seguimos con la lucha feminista y pareciera que vamos en retroceso, me parece una cinta muy fresca y relevante. En el cine de Agnès siempre encuentro consuelo, sus personajes son muy distintos entre ellos, las mujeres tienen personalidades muy variadas pero lo que permanece siempre es el respeto que ella tiene a estas diferencias, el cual transmite dotando a sus personajes de profundidad, complejidad y mucha belleza.
Son pocas las veces que vemos en el cine historias tan vulnerables y detalladas sobre la amistad entre dos mujeres, y es en estos intercambios que encuentro la belleza máxima de esta obra: las mujeres nunca estamos solas. Las escenas en donde Pomme y Suzanne están rodeadas de otras mujeres son aquellas en donde entiendo por qué Agnès quería hacer una película alegre, todas ellas están unidas por un vínculo inquebrantable que debe celebrarse: ser mujer.
Es verdad que en la vida de estas dos mujeres están muy presentes los hombres pero más que sus vidas giren en torno a esas relaciones, creo que esta necesidad de hablar y expresar sus anhelos, sueños y miedos con alguien que las acepte tal cual son es lo que lleva a Pomme y Suzanne a reencontrarse, no sólo entre ellas si no con ellas mismas. Llegar a la libertad que a cada una le sienta bien, a ritmos distintos y de maneras diferentes.
Me queda más claro que nunca que lo que se nos hereda de esta historia es la libertad de decidir cómo vivimos nuestra vida y la manera de percibirnos como mujeres, con lo bueno y lo malo. Es en nuestras relaciones con aquellas que nos rodean que encontramos la compañía, la tranquilidad y la compasión que necesitamos.
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