Review: Tarde para morir joven

Por: Jimena Ríos |@JimenaRios

La vida pasa en esos momentos cuando parece que no pasa nada. Como un instante detenido en el tiempo, Tarde Para Morir Joven nos cuenta historias de lo cotidiano, el tedio, los sueños y la inocencia perdida.

El tercer largometraje de Dominga Sotomayor, por el cual ganó el premio a mejor directora en el festival de Locarno en 2018, transcurre en 1990 después de la caída de la dictadura chilena. Un momento de mucha incertidumbre pero también de esperanza. Es en esta comunidad en las afueras de Santiago en la que los habitantes pareciera que se aíslan en un mundo “perfecto” para reconstruirse pero al hacerlo encuentran el caos en sus relaciones más cercanas.

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Por medio de tres personajes principales podemos ver los sueños que acompañan a la juventud, la prisa de salir de donde vives, por conocer, por crecer. Sofía, (Demian Hernández) una chica de dieciséis quien planea dejar la comunidad después de Año Nuevo para ir a vivir a la ciudad con su madre. Lucas (Antar Machado), un amigo cercano de ella, enamorado y haciendo lo posible por atraer su atención. Él sufre la incomodidad del primer amor. Por último, Clara (Magdalena Tótoro), de diez años, ha perdido a su perra y emprende una búsqueda para encontrarla.

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La naturalidad con la que se explora cada historia favorece al ritmo de la película. Parecido a la manera que se desenvuelve la vida de cada uno de nosotros. Historias de lo individual mientras se forma parte de lo colectivo. El tiempo transcurre de manera lenta, como un verano eterno y la naturaleza acompaña a este ambiente de aparente tranquilidad, siendo un personaje más.

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Por medio de gestos y detalles sutiles se construyen las historias, en apariencia sencillas, de cada uno de los personajes, entrelazándose hasta llegar a la víspera de Año Nuevo en donde podemos notar la complejidad de las relaciones humanas, lo que se muestra, lo que no, o lo que se cuenta cada uno a sí mismo para seguir adelante.

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Las interacciones de los personajes son cortas pero significativas. Es en una de las secuencias finales en donde se encuentran, unidos por un suceso que amenaza su aparentemente perfecta comunidad. Es aquí donde cobra más vida el personaje secundario, la naturaleza, melancólica, silenciosa pero catártica. Un personaje que no le debe nada a nadie y que está siempre presente para recordarles que el caos existe hasta en los lugares más tranquilos.

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Dominga nos había presentado antes este tipo de relato en su primer largometraje, De jueves a domingo, pero en esta ocasión es muy notable el uso de los elementos a su disposición para crear una atmósfera que favorece a la historia; la música, los escenarios, los actores, todo parece entrar en perfecta sincronía para mostrarnos una narrativa fluida y nostálgica que se asemeja mucho a la acción de recordar.

Tarde para morir joven es parte de un relato personal que consigue llevarnos a través de la memoria no sólo de sus personajes, si no del sentimiento de incertidumbre de un país tras la decadencia de un régimen político.

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