Por: Carlota Monseguí @carlota_monseguí
Una de las joyas descubiertas en la programación de la Quinzaine des Réalisateurs de la presente edición del Festival de Cannes fue el debut de la cineasta peruana Melina León. Canción sin nombre recibió una cálida acogida por el público del teatro de la Croisette; especialmente por parte de la prensa e invitados mexicanos, debido a que fue inevitable ver paralelismos con Roma, de Alfonso Cuarón.
Ambas películas coinciden en aspectos estéticos y temáticos: desde su exquisita fotografía en blanco y negro, hasta la exploración de los conceptos de feminidad y maternidad en el marco de una sociedad afectada por el desconcierto político y económico de su tiempo. De la Ciudad de México de finales de la década de los sesenta pasamos. Canción sin nombre se sitúa en un Perú de 1988. Al igual que ROMA, la trama de este debut transcurrirá entre la caótica capital del país y en la zona rural: Lima y Ayacucho, de donde proviene la heroína de esta cinta.

La ópera prima peruana arranca durante un ritual folclórico, celebrado en el citado pueblo andino. Dos de los participantes de estas danzas y cantos en quechua son los protagonistas del film: una chica embarazada, llamada Georgina (Pamela Mendoza), y su pareja, Leo (Lucio Rojas). La joven de veinte años viaja todos los días a Lima para trabajar en el mercado. Tras escuchar en la radio el anuncio de una clínica que se presta a atender a mujeres a punto de dar a luz sin cobrar por los servicios hospitalarios, Georgina decide visitar sola ese lugar para hacerse un examen médico. Ahí, la doctora Rosa convencerá a la joven tener al bebé en su clínica. Días más tarde, cuando Georgina da a luz en ese hospital fraudulento, pierde el rastro de su hijo para siempre. Los padres y su criatura fueron víctimas de una red de tráfico de bebés al extranjero.

Atención, el siguiente contiene un spoiler.
Tras varios intentos, Georgina desiste de denunciar el secuestro de su bebé a la policía. Las autoridades limeñas, centradas en preservar el orden durante la alarma terrorista, desatienden cualquier denuncia “menor” de los civiles. Desesperada, la heroína acude a la redacción de un periódico para contar su historia. Es el encuentro con Pedro Campos (Tommy Párraga), el único redactor que se apiada de ella. A partir de ese momento, el personaje del periodista se revela como segundo protagonista de la cinta. Se trata de un hombre misterioso que guarda un gran secreto: su homosexualidad.
Este filme es una biografía sobre la vida de estos dos mártires de la tumultuosa sociedad peruana de esa época. A través de Pedro y Georgina accedemos al pasado trágico de un país que fue abatido por su inflación económica y la lucha armada del Sendero Luminoso.
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