Por: Natalia Albin | @_nataliaalbin
La infancia en la Sierra Norte de Puebla es una mina para la imaginación, no hay más que correr, jugar y gritar en los campos con perros ladrando y gallos despertando. Los paisajes son interminables, cuando la estación dicta neblina, es tan espesa que uno se deja de preguntar cómo será vivir en una nube, pero cuando dicta calor, la humedad es casi imperdonable. El clima siempre viene con preocupaciones adultas que crean un eco en los niños sin entender exactamente el por qué – en la Sierra de Puebla, el clima determina la economía. Es raro ver una infancia que se siente casi propia en un documental. Quizá fue crecer en la Sierra Norte de Puebla o quizá es simplemente el talento de Tatiana Huezo de armar un hilo narrativo.
“El Eco”, objeto del nuevo documental de Tatiana Huezo, es un poblado de 104 habitantes en Chignahuapan, en la Sierra Norte de Puebla. Huezo se ocupa de observar y seguir la perspectiva de los niños en una familia, aunque también nos detenemos a ratos en su mamá, su papá y su abuela, pero casi siempre esto es para contextualizar lo que ven los niños. Es un retrato de una de las muchas infancias mexicanas, un hilo que ata la obra de Huezo en muchos sentidos.
En narrativas sobre pueblos remotos mexicanos, nos hemos acostumbrado a ver un tumulto de dolores: pobreza, violencia, olvido estatal. Aunque son representaciones válidas, también corren el riesgo de caer en compartir contenido gráfico sobre el trauma del “otro”, comercializando y mercantilizando su dolor para el entretenimiento de las masas. Huezo no ignora el dolor, incluso nos deja vivirlo con ellos, pero nunca es un dolor del “otro”, sino nos muestra sus heridas cotidianas y humanas, por lo tanto universales. Sí estamos presenciando vidas precarias y duras en la sierra de Puebla, pero también nos forza a entender la importancia del juego, la comunidad y la familia. Su precariedad no es motivo de un juzgue moral, sólo es.
Por un lado, el uso de la cámara y las deleitantes tomas de Ernesto Pardo sirven para enfatizar y ver de una manera única la vida en El Eco y sus tradiciones. Por otro, la reproducción de las mismas tradiciones advierten de su rol en las heridas de los niños: el padre ausente que se rehúsa a dejar que su esposa gane dinero mientras él cuida a sus hijos, que les repite que los niños no limpian sus platos porque es un trabajo para mujeres, la madre que no permite que su hija participe en carreras de caballos porque es una actividad de hombres.
Al ser un documental puramente fly-on-the-wall, la línea narrativa cae en el crecimiento y aprendizaje de los niños. Los vemos aprender en su casa sobre familia y responsabilidad, en la escuela sobre gramática y matemáticas, y en el campo sobre el trabajo que van a continuar en las granjas si deciden quedarse en El Eco (algo que es evidente no era pregunta hasta hace relativamente poco). También los observamos mientras absorben esos aprendizajes, para bien o para mal. A través de close-ups, sentimos como casi literalmente todo lo que escuchan se convierte en un eco para el futuro. Y los ecos que cargamos en la infancia son quizá los más importantes en nuestras vidas.
“El Eco” es una visión poética en todos los sentidos – con texturas de romance y de dolor – que nos hace anhelar por sus paisajes y personajes como si fuera una ficción. Ahonda, a través de la cámara y lo que decide mostrarnos, sobre problemas que no son sólo económicos o climáticos, sino también generacionales. Los juegos que inventábamos de niños, las canciones que cantábamos, nuestra relación con abuelos y padres, las tradiciones que tomamos y dejamos. “El Eco” convierte la individualidad de la vida en un pueblo remoto de 104 personas en una historia de infancias casi universales – por lo menos para los mexicanxs.
Natalia Albin
Es una escritora y emprendedora mexicana viviendo en Londres. Sus escritos generalmente examinan las conexiones entre justicia social, inmigración y feminismos con cine, arte y cultura.
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