Por: Natalia Albin | @_nataliaalbin
Hace poco me preguntaba si habría nuevas maneras de hacer cine documentales. Con los servicios de streamers como Netflix, el documental ha tomado una fórmula familiar: las entrevistas intercaladas de videos recreados (y algunos de archivo) que se tornan, a veces, tediosos. Encontré la respuesta en The Mother of All Lies, donde la recreación de los hechos está totalmente ligada a la memoria, aceptando lo nublado que puede ser ese terreno.

La directora, Asmae El Moudir, y su padre recrean su hogar: su vecindad en Casablanca y la casa de su abuela en sets miniatura, incluyendo un modelo de cada persona en su familia, como una casa de muñecas que, lejos de servir como un juego o respiro de realidad, está repleta de traumas y dinámicas familiares complejas que han plagado la vida de El Moudir. El efecto es inevitablemente desconcertante; observar a los objetos de un documental observando su propia historia.
El tema de las mentiras está intrínsecamente ligado con la memoria. Desde el inicio, la razón superficial por la que El Moudir crea el experimento y convoca a la familia es para entender por qué las fotos eran prohibidas en su casa por su abuela, la matriarca, y por qué la única foto que le dio su mamá de niña no era de ella. La gran mentira de entregar una memoria que no le pertenecía.
La abuela le grita que todas las mentiras son un pecado y, al ver el set y a su figura miniature, dice, “todo está deforme, yo no me veo así”. Pero, ¿no toda reproducción de una memoria es una deformidad? Hablar del pasado, adentrarse a nuestras memorias, es entrar a grados de mentiras. Es interesante, entonces, ver a El Moudir intentar desenredar las mentiras de su juventud al reproducir memorias.
El documental encuentra su fuerza en las dinámicas familiares. Hay momentos de amor y humor, como también de tensión y pelea. La forma en que se construye la historia de la familia es fascinante y un deleite de observar. Sin embargo, entre estos momentos, hay historias políticas que se sienten confusas. Quizá era el intento de El Moudir de recrear la historia de Casablanca como se recuerda – las memorias pueden ser revueltas y difusas – pero no termina de sentirse lo suficientemente intencional como para justificar la confusión.
La violencia del gobierno de Marruecos, específicamente durante los disturbios de 1981, es un hilo conductor no sólo durante el documental, sino también en la vida de El Mouid. El asesinato de cientos de protestantes afuera de su propia casa, los arrestos a vecinos que duraron más de veinte años y la desesperación por encontrar los cuerpos desaparecidos en tumbas masivas la lleva a ver su relación con su propio cuerpo y memorias, “Ellos son una memoria sin un cuerpo. Yo soy un cuerpo sin memorias,” una frase que quizá resume la misión del documental. Como una espectadora mexicana, es un momento de empatía y una recreación difícil de ver sin sentir el dolor de vivir con gobiernos que cometen ese tipo de violencia.
Es claro que hay una conexión entre gobierno y familia. El documental, de una manera sutil, se pregunta si hay diferencias entre la represión de un gobierno y la represión dentro de una familia. Todos constantemente se refieren a la abuela como una “dictadora”, “opresora” y “mata fiestas.” De hecho, la mayor parte de la tensión familiar nace a partir de las acciones de la abuela. Ella, sin mucha explicación, dice que sus acciones son por protección. A veces eso es claro: no salgan a la calle durante días de protesta. A veces es un poco menos obvio: no se tomen fotos porque pensar en el pasado duele.

La abuela es un personaje enigmático, que demuestra su dolor a manera de represión y se rehúsa a vivir en el pasado. Una mujer que odia las fotos y cualquier tipo de reproducción (excepto una: la de un ser querido que perdió), que nunca ha contado los años de su vida, que vive para servir a su familia. Y, a cambio, el odio que siente su familia por ella también se traduce en un amor incondicional. Otra vez, el documental encuentra su fuerza cuando se dedica de lleno a las relaciones familiares.
A pesar de sus momentos de confusión, la forma en que The Mother of All Lies recrea hechos es distinta a la forma tradicional, como también lo es su conclusión. No busca convencer a la audiencia de nada y tampoco se lamenta de la falta de respuestas. Para El Mouid hay tal vez una catarsis y nuevas preguntas, pero las respuestas no están en la recreación de memorias. Sorprendentemente, esto no es frustrante de observar. La audiencia, como ella, sale con nuevas preguntas. Sobre el poder de la memoria, sobre nuestra obsesión con preservarla y sobre el poder que tienen las historias que nos contamos a nosotros mismos.
Directing Prize – Un Certain Regard
Asmae El Moudir

Natalia Albin
Es una escritora y emprendedora mexicana viviendo en Londres. Sus escritos generalmente examinan las conexiones entre justicia social, inmigración y feminismos con cine, arte y cultura.
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