Por: Pamela Muñoz
Después de Verano 1993 (2017) y ahora Alcarràs (2022), Carla Simón ha demostrado su evidente talento ante las historias íntimas y familiares que enraízan temas complejos, desde la vida de Frida, una increíble niña que enfrenta la muerte de sus padres (Verano 1993), hasta el caso del despojo en la tierra generado por las grandes empresas que aniquilan formas de vida, entre ellas, la agricultura (Alcarràs). Una vez más, Simón apuesta por las escenas y los destellos de la vida cotidiana que como espectadorxs le agradecemos; mirar tan cerca es sentir. La proximidad con los actores -por ser la mayoría no-actores- y la experiencia de mirar con los ojos de la infancia es parte del mágico trabajo de la directora: una realidad no forzada, que sin caer en el género documental expone muy bien como las problemáticas sociales y políticas son también personales.

“El cine que a mí me llega y que me toca es el cine que siento que captura trocitos de vida y que hay como una cosa allí que está viva, y hemos intentado encontrar mi manera de hacerlo”
Carla Simón
Pensar la realidad a través de la cámara es una forma de vivir el cine, sin embargo, el trabajo de Carla no nos lleva a pensar tanto, más bien primero llegamos a vivir las emociones de cada personaje en sus historias, y de ahí es que saltamos a una reflexión.
En Alcarràs, la historia y las emociones se desatan a partir de la resistencia de la familia Solé ante el nuevo negocio de paneles solares en sus tierras fértiles. La realidad en zonas provincianas y rurales es un tema urgente a visibilizar, y Simón lo hizo; revelar el maltrato y el pago injusto que se vive en las labores agrarias es un hecho que compete al mundo, cuestionarse de dónde viene nuestro plato es primordial.

“Al final, pienso que todo el mundo sabe qué es tener una familia, y en todos los países hay una agricultura con este modelo que está, en general, en crisis. Me siento muy afortunada de sentir que la sensibilidad que tengo a la hora de explicar las cosas y esta sutileza la gente la entiende”
Carla Simón
El cine de la directora es claro pero emotivo, fuerte pero sutil; exponer la problemática de la invasión a la tierra por las “nuevas” economías, en un contexto familiar, y como es que esta familia atraviesa y resuelve tales problemas es lo emotivo de la película. La ingenuidad de la infancia llega a un grado tan parecido a la abstracción de los recuerdos de los adultos, que por momentos apreciamos el gran amor a la tierra que lxs nietxs heredan desde su abuelo.

No solo apreciamos como espectadorxs el valor de la tierra, sino la trascendencia y la importancia que puede tener para una familia: en Alcarràs, para la familia Solé, la tierra no solo es sagrada, sino es la raíz de su árbol familiar.
Mantener y recuperar; resistirse al cambio forzado que imponen los nuevos modelos económicos es algo vital para sostener no solo al planeta tierra, sino para defender formas de vida. La sobremesa, la charla de tías, recoger higos y duraznos, las comidas familiares, y todas esas tradiciones que a veces el mundo nos presiona a cambiar por una vida más acelerada, Carla Simón las rescata. Tanto en Verano 1993 como en Alcarràs no solo los paisajes provincianos me desataron unas ganas tremendas de dejar la ciudad, sino también me recuerda lo que una vez me dijo mi madre: No quieras vivir más rápido que la vida. Y es que es eso, insisto, el cine de Simón, como lo dice ella, son esos trocitos de vida, que por un momento nos plantan los pies en la tierra y podemos decir “estoy viva”.
Fotografía portada: Jesús Briones
