Por: Pamela Muñoz
El amor es un espejismo, por no decir un lio. Por no decir una ilusión que nos hacemos en el campo de la imaginación a traves del tiempo, o muy Proustianamente porque no, en los fenómenos de la memoria. La documentalista María Álvarez nos lleva a formar parte de un grupo de lectorxs (ya veteranos) que se juntan en Café Tribunales de Buenos Aires desde hace dieciocho años para analizar muy puntualmente la inminente y eterna obra maestra de Marcel Proust: En Busca del Tiempo Perdido.
La cámara (con su blanco y negro atemporal) es de una maestría tal, que como espectadorxs nos llegamos a perder en los gestos y comentarios más íntimos; pareciera que fui una lectora más en la mesa. A mi parecer la poética de María Álvarez es esplendida en la edición por poder representar los extractos más complejos de Proust y ensimismarlos de la manera más delicada posible a la vida personal de cada personaje. El sentimiento de darnos cuenta del vinculo entre literatura y vida es alucinante (dan ganas de acabar y/o releer esos siete tomos ladrillo de pura congruencia melancólica).

La emoción que genera des-nudar cada tema, concepto y párrafo de una de las obras literarias más logradas en la historia de la literatura es ejemplar para incluso reflexionar como va nuestra comprensión de lectura. ¿Qué es el arte? Se preguntan algunos lectorxs reflexionado sobre las ideas de Proust. Cambio mi idea inmediatamente, no es comprender la lectura, es sentirla: tal vez eso sea el principio de un arte. El sentimiento de lxs escritorxs sentido por nosotrxs lectorxs. Se pasa de una audacia intelectual y literaria a ya una fenomenología del espíritu.
Siendo la experiencia del tiempo y el amor, un par de temas fundamentales en la obra de Proust, que no solo al leerlos nos adentramos a una novela exquisita y detallada en espacios y personajes, lo fundamental en Proust (que se puede apreciar de una manera totalmente suelta y transparente en el documental) es su complejo pensamiento respecto a traducir su realidad sentimental a traves de la memoria. Algo que la documentalista no solo asimila muy bien, sino lo compagina, otra vez, con las propias vidas de lxs lectorxs: arte otra vez.
De un minuto se pasa de la risa al silencio reflexivo. La muerte está cerca, se aproxima en nuestros complejos pensamientos respecto a quien deseamos, pero no amamos, en nuestros deseos de posesión que confundimos con amor verdadero, como le pasa a Proust (escribe Octavio Paz en un pequeño análisis: El amor es deseo de posesión. Odette siempre será otra ¿existe realmente o es una ficción?). De ahí que el punto estimulante del documental sea doblemente un metalenguaje entre nosotroxs lectores, pero también nosotrxs espectadores. María Álvarez logra estimular nuestras mayores pasiones juntas: literatura y cine.

Una de las participantes del club de lectura menciona que a ella le paso lo de Proust; siendo la soledad una necesidad para la creación (al igual que en otro momento se menciona que encontrase a sí mismx también), prefirió el abandono de su ex pareja para dedicarse a las letras. Por lo que mi conclusión del documental finaliza también desde ahí: ¿puede el placer de la lectura llenarnos tanto como para prescindir de una persona o compañía? ¿Qué tan próximo o fuerte es el lazo (o nudo) entre nuestros vínculos humanos y la ficción que inventamos de ellxs?
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