Por: Eugenia Rivas | @AlwaysGeny
Las películas que se inclinan a las historias biográficas suelen presentarse como un retrato nítido pero recto de aquellos personajes de quienes se pretende contar la historia, pero rara es la vez que un filme que gira alrededor de un personaje real se atreve a no sólo centrarse en su historia conocida o personal, sino a adentrarse en su mente, sus sentimientos o a situarse al filo de sus propios abismos. Por eso es interesante encontrarnos con películas como Spencer, de Pablo Larraín.

En palabras del director chileno, la película se presenta como “una fábula de una tragedia real” que centra en el pesar de la princesa Diana durante los días de la celebración Real navideña en la residencia de Sandringham, espacio donde la familia real sigue un estricto protocolo de celebración donde existen condiciones para la diversión.
Diana llega al inicio de las celebraciones externando un evidente rechazo desde que decide llegar por su cuenta y, lo peor de todo, tarde. Al llegar sola, se nos hace ver cómo está abrumada dentro de sus pensamientos y con grandes aspiraciones de rebeldía y libertad, incluso llevándola a tomar sus propias decisiones a pesar del protocolo.

A lo largo de la película no la llegamos a identificar como aquella figura de hermosura y bondad que la persiguió históricamente y que los medios pusieron en el escaparate, ya que Larraín decidió en su lugar presentarnos a Diana Spencer: la mujer que tiene que vivir una vida que no la hace feliz y que diario batalla por su sanidad contra una decadencia personal velozmente progresiva.
Como buena fábula, Spencer se apoya de un lenguaje lleno de simbolismos, metáforas y alegorías que representan su sentir de manera tangible con sus accesorios, su vestimenta, o incluso con un elemento muy importante en la narrativa: un libro sobre la historia de Ana Bolena. Se plantea un paralelismo entre ambos personajes que encuentran un común denominador en sus historias personales, mismo que habría sido el desencadenante de los sucesos que marcarían por siempre sus vidas.

Es destacable la dirección de Pablo Larraín para llevar a la marcha un paralelismo que termina por desarrollarse de una forma muy interesante y pasional. Además de que no perdió la oportunidad de no dejar de lado unos cuantos momentos más contemplativos sumamente hermosos que se balancean perfectamente con lo que busca expresarse en los momentos en los que los vemos.
A pesar de tratarse de un drama muy personal, la película igual se desarrolla muy similar a un thriller introspectivo. Además de que está atinadamente armonizado por una magnífica banda sonora a cargo del integrante de Radiohead, Jonny Greenwood, misma que está llena de melodías atrevidas y desgarrantes que mezclan arreglos orquestales con un jazz muy dinámico, acompañado de sonidos que llegan a asemejarse a los de una película de terror.
En definitiva, un score que se convierte en el perfecto acompañante de los sentimientos y los pesares de Diana.
Entre otros aspectos destacables, la fotografía a cargo de la excepcional Claire Mathon también acapara la atención del espectador divinamente. Misma que contrasta y encaja muy bien con el vestuario y el diseño de producción.
No obstante, no hay duda de que incluso con un sinfín de aciertos en diferentes aspectos, lo principal a destacar en Spencer es el trabajo de Kristen Stewart. Es notorio que ella tuvo una gran peso en el desarrollo y la toma de decisiones que la llevaron a desarrollar y dar vida a la Diana que vemos y que además supo trabajar excelentemente con Larraín. Su transformación en Diana se nota desde el caminar y la manera de mover los hombros y la cabeza a la hora de hablar; con un voz que combina un acento británico muy particular combinado con una agudez al hablar que exhibe preocupación e inestabilidad.
Sus batallas interiores con los inesperados y desgarradores ataques de ansiedad, la tristeza y el intenso amor y respeto que siente por sus hijos, se tornan los picos del viaje emocional que a veces sobrepasa sus capacidades y que Stewart supo hacer realidad de una manera nunca antes vista en el personaje.
La realidad es que parece interesante que se considere que una actriz o actor tengan que tomar el papel de un personaje real para probar su rango y habilidad actoral, ya que al estar dando vida a alguien identificable, se le debe replicar de manera exacta para ser creíble. Pero Kirsten Stewart también optó por darle una personificación distinta a lo conocido sobre Diana y eso es bastante admirable, porque funcionó de manera exitosa. De verdad no podría haberme fascinado más.

Posterior a sus nominaciones a los Premios de la Academia, Paul Thomas Anderson dio una entrevista muy interesante en la que dedicó un tiempo a expresar su fanatismo al trabajo de Kristen Stewart, Pablo Larraín y a la magnitud de Spencer. Recalcaba que era evidente que no muchos pudieron ver la película porque no había manera de no darle más reconocimientos al filme ya que es una película impecable, terminando por declarar que “good shit never wins”.
Podría pasar horas hablando de lo maravillosa que me pareció Spencer en su totalidad, pero la realidad es que con las palabras de PTA podrían sintetizar mi sentir suficientemente. Pocas películas recientemente me han dado la mano para entrar en ellas y dejarme sin aliento, y aunque fui a verla con el corazón en mano porque le tengo un amor profundo por Kristen Stewart desde hace ya mucho tiempo, para nada esperaba que Spencer fuera esa película que reforzaría uno de mis muchos vínculos con el cine de una manera tan especial.

A mí parecer, y hablando totalmente desde el sentimentalismo que me dejó al salir de la sala, Spencer se consolida de una manera totalmente cautivante y añorante que, por donde se vea, brilla gracias a la perfecta combinación de todos sus matices.
Pero principalmente, y a manera de tributo, termina siendo aquel tramo del trayecto en la vida de una querida mujer de la que lamentablemente todos conocemos su trágico destino, pero que se siente como una temporal liberación llena alivio; se convierte en el inicio del final de la metamorfosis de alguien que esperaba volar de aquel lugar donde se le ataban no sólo de los pies, sino también del corazón.

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