Por: Esther Montes | @venuscirene
Si hay algo que los seres humanos podemos odiar y al mismo tiempo desear de manera constante, a veces silenciosa, es el cambio. Cambio de imagen, cambio de trabajo, cambio de amigos, cambio de pareja, cambio de casa, cambio de ciudad. Cuando el gran momento llega, no pasa mucho tiempo antes de que el ciclo se reinicie y retornemos a los mismos cuestionamientos, a la misma conclusión.
En Cielo Rojo, las realizadoras Lauren DeFilippo y Katherine Gorringe plantean las fases que toda persona experimenta de cara a lo nuevo, más si se trata de aprender a vivir en un nuevo planeta, Marte.
La premisa es simple y a la vez desafiante: cuatro científicos, un ingeniero y un arquitecto de distintos países se trasladan a una zona de Hawái que asemeja las condiciones del estudiado planeta.

Los seis deberán adaptarse a convivir durante todo un año, lejos de su cotidianidad y su gente, a la vez que simulan las condiciones que enfrentarían quienes serán seleccionados para llevar a cabo la misión cuando sea el momento.
Toda la información, sus bitácoras, estudios y demás serán claves para el gran proyecto de la NASA.
Como todo buen comienzo, la alegría, el buen humor, la amistad, la paciencia reinan en el ambiente. Transcurridos los meses, casi en la recta final de los días más difíciles, los roces, las diferencias culturales y las verdaderas caras comienzan a relucir, también el amor.
Sí, y es que la ciencia no puede no mostrar el efecto de los sentimientos y la química entre las personas.

Cielo Rojo va más allá del planteamiento científico, la observación de seis sujetos inmersos en este experimento social con miras al futuro de la humanidad. Lauren DeFilippo y Katherine Gorringe logran mostrar nuestra realidad:
Quizás, sin importar el lugar o el planeta, siempre nos encontraremos buscando nuevos comienzos, esa exquisita adicción de hallar nuestro lugar en el mundo.

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