Por: Jessica Loher | @loherw
Los eventos que se narran en el más reciente proyecto de James Schamus, sólo le recuerdan a la audiencia mexicana e internacional que aún hay muchas historias, como la de Allende, Coahuila, por conocer y para que se les haga justicia.
Somos., no es una producción más sobre el narcotráfico como a las que nos han mal acostumbrado. Esta serie de seis capítulos, basada en una investigación periodística de Ginger Thompson y co escrita por Fernanda Melchor junto a Monika Revilla, invita al público a no olvidar que el crimen organizado por más que se intente glamorizar o satirizar, es una problemática real que afecta a miles de personas, ya sea porque están o no conectadas de alguna manera con dicho negocio.

Si bien, los hechos plasmados en la serie no son algo nuevo que puedan tomar por sorpresa al público por su naturaleza temática, es cierto que es una bocanada de aire fresco presenciar en primer plano la perspectiva de mujeres, hombres y adolescentes que sin deberla ni temerla intentan vivir en una comunidad donde las acciones egoístas de grupos delictivos son una amenaza latente.
A pesar de que en el proyecto reinen rostros nuevos o poco conocidos en producciones de esta índole, las guionistas lograron que los personajes creados a partir de testimonios recabados por Thompson en 2017, posean un halo místico pero sin perder su humanidad. Porque al final, son el resultado de cientos de voces que por mucho tiempo permanecieron en silencio por miedo a las represalias que seguramente les generaría el hablar sobre esta masacre acontecida en 2011.
Este detalle de incluir a nuevo talento actoral, ayuda definitivamente a no generar empatía instantánea con sus respectivos personajes. Lo cual se agradece por muchas razones pero principalmente porque permite que las conexiones naturales que surgen cuando el ser humano conoce el trayecto de un individuo en una situación en específico, se den orgánicamente.
Es verdad que el tono general de Somos. es sombrío y por momentos esperanzador, está lleno de claroscuros justo como la describían, dos de sus creadores en un panel virtual organizado por Netflix y el Museo de Memoria y Tolerancia el pasado 22 de junio.
En este proyecto, la fuerza antagónica no es representada por los agentes de la DEA o por gobernantes que quieren una tajada más grande de lo que los traficantes generan. De hecho, los medios de comunicación, la presencia de la policía y figuras del gobierno estatal brillan por su ausencia; con excepción de los ya tradicionales oficiales corruptos que, gracias a sus diálogos, le permiten saber a la audiencia que su conexión con quienes crean angustia en el pueblo, no se dio por gusto si no por sobrevivencia.

Justo como Chayo, el personaje interpretado por Mercedes Hernández, que sin revelar demasiado le otorga a la serie un extra especial por la entereza, carácter e identidad que le cede a la mujer a quien le da vida. La perspectiva de este camaleónico ser, que en otra narrativa y por su puesto en un mundo ideal sería capaz de vencer a los malos por toda la información a la que tiene acceso con sólo observar su alrededor, sobresale de entre las demás historias.
No que el resto de las perspectivas que forman parte de esta serie coral, formato que muy pocas veces se logra de la manera en que se ejecutó bajo la dirección de Álvaro Curiel y Mariana Chenillo hayan sido opacadas pero ,sin duda alguna, su papel dentro de la historia general es inigualable.
Aunque desde el principio, pareciera obvia la manera en cómo acabará la serie pues se sabe que los acontecimientos narrados son sobre una masacre. En el último capítulo se le recuerda a la audiencia algo que incomoda por lo cierto que es: no importa si se posee una moral íntegra, buenas intenciones, si sólo se iba de paso o si eres el trabajador más leal del mundo, los seres que utilizan la violencia como método de control no pondrán en una balanza este tipo de características si sus intereses están de por medio.
Los testimonios que la ganadora del premio Pullitzer, Ginger Thompson, logró obtener sobre la masacre que ocurrió en Allende, Coahuila, son un caso más de que la realidad supera a la ficción diariamente. Por ello, como parte de una sociedad donde la violencia se ha normalizado, no debemos permitir que el olvido gane pues lo que no se tiene presente suele repetirse.

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