Por: Begoña Iturribarría | @Begostereo
En algún momento Hayao Mizayaki, director de la película El viaje de Chihiro (2001), argumentó que sus películas no tenían el propósito de educar, ni de sentar ninguna cátedra, sino mostrar una realidad para que los espectadores, tanto jóvenes como adultos, vieran el mundo para analizarlo y comprenderlo con todo y sus matices.
En la cinta de Miyazaki, El viaje de Chihiro, el viaje, más que una aventura, es una metáfora sobre una intromisión. El viaje no la lleva a ningún lado más que a un encuentro con ella misma y en el camino encuentra a personajes que representan conceptos. Chihiro no forma parte del arquetipo clásico en la narrativa. Su personalidad no se ve orillada a cambiar porque la travesía la obliga a encontrar la redención. Tampoco es una cinta moralista que pretende dar lecciones, sino que presenta un personaje que se conoce mientras remarca conceptualmente los vicios de la condición humana en la que no hay ni buenos ni malos.
En contraste y con una fórmula distinta, Pixar trae la animación Soul (2020), dirigida por Pete Docter (Monsters Inc, Up, Inside Out), en la que se retrata la vida de un músico de jazz, Joe Gardner, que se dedica a enseñar música en una escuela, y que vive frustrado al no haber destacado como un jazzista exitoso de una big band.
La cinta inicia una vez que le dan una plaza fija como profesor de música, cuando recibe la llamada de un amigo que lo invita a audicionar en la banda de la famosa Dorothea Williams. Es así que, en la mejor secuencia de la película, en una fabulosa interpretación con un soundtrack exquisito original (Jon Batiste, Trent Reznor y Atticus Ross), la saxofonista Dorothea, aún escéptica por el talento de Gardner, lo acepta para tocar en la banda esa misma noche.

La vida de los músicos jazzistas sin duda da para una película completa. La pasión por la música, la euforia de los escenarios, los aplausos, lo corta que puede llegar a ser la carrera para aquellos que no logran alcanzar la fama, así como la pobreza y la soledad que cobra como factura el amor al arte. Sin embargo, la historia que por momentos parece desarrollarse en torno a la vida de un personaje de esa índole, como lo es Joe Gardner, hace un giro total, dejando todo lo anterior como simple anécdota. Una vez que sale del estudio, Joe se encuentra en constantes momentos que avecinan el peligro de la ciudad como el ruido, las construcciones, el tránsito de los autos y el movimiento y caos de lo que parece ser Nueva York, cuando por fin el destino lo hace caer por una rendija. Su cuerpo desaparece y en su lugar queda una materia fluorescente y maleable, que representa su alma en una forma cómica e infantil. Cuando intenta escapar, llega a un túnel, más parecido a un riel, que se acerca a un cúmulo de estrellas que simbolizan el final de su existencia. El protagonista se resiste y es ahí cuando cae en el mundo de las almas que aún están por nacer. Ahí es cuando da inicio la aventura y con esta una embrollosa trama cargada de elementos.
No es la primera vez que Pixar explota más los escenarios atmosféricos y sobrepasa la aventura sacrificando la trama. En 2015 con Intensamente (Inside Out), la película recurre a una serie de situaciones, que si bien pueden ser sumamente creativas, terminan por difuminar entre los escombros el argumento principal con los personajes secundarios como Tristeza y Alegría.

Al igual que Intensamente, Soul divide la historia en dos planos: el real y el no real. En el primero se desarrollan los personajes y en el segundo la aventura desvía totalmente el argumento principal, haciendo que el objeto de deseo de los personajes sean ambiguos al moldearse conforme las vivencias, haciendo que el mensaje carezca de fuerza al final. En Intensamente, vemos a Riley, una niña que empieza a tener cambios de humor por el mismo proceso de crecimiento por el que atraviesa, de la infancia a la adolescencia, mientras debe lidiar con la adaptación a los cambios que se presentan al haberse mudado a una ciudad diferente y entrar a una nueva escuela.
Lo mismo ocurre en Soul. Cuando apenas nos estamos empapando un poco sobre la vida de Joe, la relación que tiene con una de sus alumnas más prometedoras, con su madre o incluso el vínculo entre él y su padre que marcó su primer acercamiento al mundo de la música, quedan por ser únicamente accesorios dentro de una trama escueta. En su lugar se desarrolla una aventura entre la vida y la muerte. Entre un hombre que quiere volver a la tierra a cumplir uno de sus sueños y entre una amistad entre Joe Gardner y Veintidós, un alma que lleva años sin poder tener un acceso a la tierra al no encontrar un propósito para vivir.

Si Pixar se especializa en hacernos llorar con mensajes potentes y personajes que encuentran la redención, en Soul vemos una inminente necesidad de encontrar un final conmovedor que no es justificado por la trama. Aun con la ya famosa fórmula ganadora nos quedamos con una reflexión forzada y redundante que cae más en un lugar común en un desenlace muy apretado. Más allá de la película, la crítica viene de la constante de las últimas cintas de Pixar que han pecado de sobre explotar su fórmula narrativa, y terminado por sacrificar las historias, sus argumentos, los personajes o incluso el objeto de deseo de estos simplemente adornándolos de excesivos elementos atmosféricos.
En un sinfín de escenarios coloridos y extraordinarios, y sí, también imaginativos que bien pudieron ser explotados, la trama se pierde en una aventura que busca hacer llorar a como dé lugar, pero con un despropósito de mensaje, que, en el caso de Soul, acaba quedando con calzador.

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