Por: Amira Ortiz y Celina Manuel
En Sin señas particulares, ópera prima de Fernanda Valadez, el encuentro entre dos personajes presenta la posibilidad de hacerle frente a la violencia que desola al país desde el acompañamiento. Tomando como base ese acercamiento, Amira Ortiz y Celina Manuel intercambian ideas sobre la cinta que forma parte de la selección de largometraje mexicano del Festival Internacional de Cine de Morelia.
Amira
Sin señas particulares es una ficción. Hablo de la artificialidad, no del género, de un México donde una madre que busca a un hijo desaparecido encuentra certeza. A Magdalena, la protagonista de esta historia, la mueve lo primordial: conocer si Jesús está vivo o muerto. Pero el guion de Fernanda Valadez y Astrid Rondero tiene más respuestas y con ello más incógnitas. En un momento clave la película se acerca, en principio, a lo atmosférico y devela lo sucedido en un lenguaje al que no podemos acceder. En este escenario irracional que es nuestro país, donde el diablo ronda, las palabras parecen no alcanzar. ¿O es que aún no estamos listos para la verdad?
Esa decisión narrativa me hace pensar en el papel que juega lo indígena en el cine mexicano contemporáneo y en la carga de misticismo en sus exposiciones. Esta aproximación contrarresta con el carácter explícito de ciertos episodios de violencia a cuadro. Hay algo macabro en esas escenas. El mal, en su imagen más representativa, está presente. Y sin embargo, la destrucción y la muerte son producto de lo humano. El infierno se extiende en y por el hombre.
Debo admitir que como alguien que creció en provincia, en un escenario similar al del Tamaulipas que el joven Jesús atravesaba para completar el sueño americano, tengo una especie de trauma como espectadora. No sólo en las imágenes más crudas, sino en cuadros más sutiles, como cuando Miguel, el joven deportado que servirá de guía y acompañamiento para Magdalena, desvía la mirada de un encapuchado armado y en uniforme. No hay manera de saber si se trata de un representante de las fuerzas armadas o del crimen organizado. En estas exposiciones del miedo y la impotencia encuentro mayor humanidad, esa que el mundo se empeña en arrebatarnos.

Celina
Sin Señas Particulares, como bien dices Amira, se trata de un camino en búsqueda de alguna certeza de vida o de muerte, que fuera de la pantalla no siempre concluye. Un trayecto solitario y hostil que devela algunas respuestas, pero también arroja más interrogantes: ¿Qué rostro tiene el origen de la maldad? ¿Es acaso el diablo también una víctima? ¿Quién le llora a los victimarios del crimen organizado? Fueron algunas de las que me siguen resonando desde hace días.
Un tema en particular que me parece muy potente, es la representación de la maternidad resiliente y a la vez subversiva. La historia de Magdalena buscando a su hijo desaparecido, es la historia de muchas madres que se han organizado en grupos para encontrar a sus hijos y familiares desaparecidos, ante la nula respuesta de las autoridades.
En el trabajo de Astrid Rondero y Fernanda Valadez la maldad es mostrada a partir de la yuxtaposición de lo místico y de lo más tangible. La pregunta que planteas es fundamental, ya que hace cuestionarme si es posible un acercamiento a la cosmovisión indígena sin dotarla de misticismo para llenar huecos de información o comprensión, que surgen a partir de la alteridad o si el único camino es la auto representación.
Al final el tono se inclina más hacia la segunda postura, al descubrirse el rostro humano y origen de la perversión, una revelación que concluye la gran búsqueda de Magdalena.

Sin señas particulares forma parte de la competencia de laSección de Largometraje Mexicano del Festival Internacional de Cine de Morelia 2020 y está disponible en línea. Consulta la programación.
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