Por: Ximena Chávez Prado
Dirigida por Fernando Meirelles y estrenada tanto en salas como en Netflix, Los dos papas se ha ganado varias nominaciones al Oscar por construir una conversación ficticia entre el emérito papa Benedicto XVI y el papa Bergoglio, donde dos visiones opuestas se encuentran hasta terminar en un “dénse el saludo de paz”.
Criticada gracias a esta representación maniqueísta, aún así no falla en humanizar a dos figuras que, por su rol dentro de la Iglesia, nos parecen más como esas estatuillas de santos que se elevan sobre nuestras cabezas en los pedestales y columnas de los templos. Los acerca tanto a nosotros los simples creyentes y los simples ateos que alcanzan la repulsividad y la ridiculez, una por su ignorancia en temas cotidianos -pero tan santificados- como Dancing queen y pizzas y fantas, nuestro pan de cada día. La cinta alcanza momentos tan serios como ridículos gracias a esta mezcla de elementos mundanos y sagrados, concediéndole la gracia del ritmo y el contraste, adecuada la reminiscencia del Renacimiento.
Tampoco le faltan los momentos de dura crítica a la Iglesia y a sus rectísimos defensores como el mismo Ratzinger. Llega a confesiones tan escandalosas que el silencio en pantalla se torna en ruido insoportable.
Atrevida también por contar en voz alta el pasado controversial del Papa Bergoglio, tan querido en América Latina como repudiado por sus crímenes de pensamiento, palabra, obra y omisión durante la dictadura en Argentina. Enfrenta esas dos esferas tan complejas como son la religión y la política, sin pintarlo del todo malvado ni del todo santificado, porque hasta lo religioso es político, un mantra difícil de llevar a la práctica.
De tono cómico y hagiográfico, Los dos papas es más que una historia de vida, que un secreto a voces y que una crítica, es una representación de la vida como un camino sinuoso y enredado, una apología del humano como ser imperfecto y en continua destrucción y construcción de sí mismo. Se vale perderse más de una vez. Y entre la voz de un marcapasos y el susurro del humo de una vela, es un ejercicio casi hermético que busca señales en lo azaroso y nos revela que la única ley de este mundo es el cambio.