Por: Amira Ortiz |@unazuara
En principio Honey Boy (2019), cinta semiautobiográfica del actor Shia Labeouf, nos coloca en el espacio donde las historias se recrean: el set. Labeouf, responsable del guion de esta ficción, presenta las dos producciones más conocidas de su carrera: la saga Transformers (2007) y la serie de televisión Even Stevens (2000-2003). Honey Boy, bajo la dirección de Alma Har’el, presenta a una versión ficticia de Shia: Otis, interpretado en su adultez por Lucas Hedges y en su infancia por Noah Jupe.
En la cinta, tras un accidente de tráfico, Otis entra a un centro de rehabilitación obligado por la Corte. Tras renuentes sesiones de terapia, el joven actor recibe un diagnóstico: trastorno por estrés postraumático. Así comienza una retrospección sobre su infancia y sale a flote cómo su turbulenta relación con su padre marcó su manera de relacionarse con el mundo. Shia Labeouf aparece a cuadro interpretando a su papá, un ex payaso de rodeo convicto, quien durante años se desempeñó como su manager.
A simple vista, Honey Boy podría parecer un retrato de los excesos de la fama y la corrupción de la infancia en Hollywood, pero Labeouf centra la acción de la cinta fuera de los escenarios. Así como en aquel pasaje en el que se presentó con una bolsa de papel en la cabeza que decía “Ya no soy famoso”, Shia coloca a su alter ego ficticio lejos de las cámaras, las claquetas, los maquillistas y los mandatos de filmación. Labeouf apunta a que su esencia no está en el actor conocido por las masas, sino en aquel niño que ante todo buscaba el cariño de su padre. Lo importante en su relato, como en la vida misma, se desarrolla en los espacios íntimos.
Con todo lo que implica contar una historia de esta naturaleza, Honey Boy se resiste a ser un lamento a la infancia perdida y la paternidad fallida. Parte fundamental de este logro está en la sensibilidad de su directora, Alma Har’el. Nacida en Israel, Har’el debutó en 2011 con el documental Bombay Beach, que enlaza, a través del baile, tres historias de hombres de distintas edades en una de las comunidades más pobres al sur de California. El documental juega con la realidad y la ficción, y destaca la figura de un niño con dificultades de aprendizaje y múltiples diagnósticos para explicar su comportamiento.
La relación entre Labeouf y Har’el no es reciente. En 2012, tras ver ese documental, Shia la contactó y pronto comenzaron a trabajar juntos. Así, el actor protagonizó el videoclip Fjögur píanó, que la directora realizó para la banda irlandesa Sigur Rós y después se convirtió en el productor ejecutivo de su segundo documental: Love True (2016). Cuando Labeouf entró a rehabilitación y comenzó a escribir sus recuerdos, los compartió con su amiga a través de correos electrónicos. A su salida, ambos tenían claro lo que había que hacer y así nació Honey Boy.

El debut de Har’el en ficción no pierde de vista sus ejes temáticos: exploración interna, inspección del entorno y su constante vaivén entre ficción y realidad. Los proyectos de la directora se caracterizan por su sinceridad y en esta cinta la transición fluye también gracias al trabajo de la fotógrafa argentina Natasha Brier (El demonio neón, La teta asustada). Honey Boy se filmó completamente en cámara a mano al tratarse de un “film terapéutico”, como lo llama Brier. La catarsis no es ordenada, el proceso de recuperación no es lineal o contenido y ese fue el gran reto de la fotógrafa. Brier colocó luces LED con atenuadores inalámbricos por cada rincón para ajustarlas de acuerdo al movimiento de los actores. A cada paso de los actores, la fotógrafa iluminaba el set.

Sin ensayos, ni locaciones fijas, Brier enfrentó el reto de capturar los momentos más vulnerables de Labeouf en una sola toma. En entrevista para Interview Magazine, Alma Har’el señaló que “la gente no mira el comportamiento de Shia en el contexto de la salud mental” y esto es precisamente lo que el crew tomó como base para trabajar. Considerando que son muchos los elementos que pueden alterar a una persona con estrés postraumático y tomando en cuenta que la cinta examina la violencia masculina, Shia tomó la decisión de que el círculo cercano a él tenía que estar formado por mujeres. Alma frecuentemente fue la segunda operadora de cámara.
Har’el inició su carrera en el vjing, un tipo de performance que conjuga imagen y sonido en mezclas en vivo. Las imágenes se manipulan o crean en tiempo real siguiendo el ritmo de la música. Este antecedente nos permite entender la libertad que caracteriza a su trabajo y también su vínculo con el sonido. Por ello el score de la película se trató con sumo cuidado. Alex Somers creó un inmersivo y delicado trabajo con instrumentos de percusión, cajas de música, juguetes, cepillos y botellas. Hay inocencia, sueños y compasión en sus melodías.
En un proyecto tan personal como este, Alma Har’el muestra un entendimiento completo de la historia y sus actores. Hedges, quien también inició su carrera actoral en la infancia, conserva la esencia del gesto y voz de Labeouf, pero está lejos de ser una caricatura. El adulto Otis es voluble, hipersensible y está furioso. Abrir viejas heridas deja expuestos los mecanismos de protección propia. En la sentencia “la única cosa de valor que me dió mi padre fue el dolor, ¿y tú me quieres quitar eso?”, Otis resume los efectos que la violencia y el trauma dejan en la identidad.
Si Hedges destaca por su vulnerabilidad, el trabajo de Noah Jupe lleva esta característica a otro nivel. La relación entre el pequeño Otis y su padre siempre está a espera de un quiebre. Cada acción y cada palabra está al borde de desatar un enfrentamiento. La dinámica entre Jupe y Labeouf es devastadora en su retrato de la violencia, sí. Pero esto no hace que pierda de vista los momentos de conexión y el amor que padre e hijo se profesaban.
Shia Labeouf tiene un profundo respeto por el niño que fue y eso se nota en las cualidades que le achaca. Un chico noble y sensible que adoró a su padre, mientras este no lo notaba por estar librando sus propias batallas. Esto no quiere decir que el actor exculpe las acciones de su padre, pero es claro que su exploración está en las situaciones y ambientes en los que se origina la raíz tóxica de la masculinidad y cómo su modelo de vida se perpetúa por generaciones.
El mundo del cine está lleno de representaciones del hombre macho y sus efectos en el entorno. Honey Boy es un milagro porque elige hablar del proceso no para justificar o señalar, sino para transformar. En esta cinta no hay respuestas concretas sobre el ser hombre o buen padre, el interés en el proceso de sanar. En Honey Boy el acto del cine es catarsis.
Deja una respuesta